¿Qué ha sido lo más sorprendente que has vivido en el océano?
Aquel amanecer cerca del Estrecho de Gibraltar con dos orcas que acompañaban majestuosamente a Vagabundo, mi velero. O cuando en mitad del Atlántico tuve que tirarme al agua y bucear, en aquel inmenso azul, para cortar una red que había enganchado en el timón. O la visión del mítico rayo verde, cuando me alejaba de las Azores, aquel atardecer, regresando del Caribe. O ese con día de calma total, cuando me acerqué al velero de unos amigos que también iban rumbo a Faial, abarloamos los barcos y comimos juntos en mitad del océano.
¿Hay sonidos o colores especiales?
Allá, a más de dos mil kilómetros de la tierra más cercana, todo es especial, muy intenso... el sonido del viento, de las olas, del barco abriéndose paso entre ellas, los mil ruidos, o a veces quejidos, con los que Vagabundo se comunica conmigo... Y los colores del mar... de los atardeceres, de la espuma de las olas, de las noches cuajadas de estrellas... del arco iris tras varios días de tormenta... Quizás sean los mismos colores de cualquier lugar, si nos paramos a contemplarlos... pero allá, en medio del Atlántico, y sobre todo si navegas solo, que llevas la sensibilidad a flor de piel, adquieren una dimensión especial.
Uno de los grandes peligros es chocar con un gran carguero, ¿verdad?
Sí, el caerte al agua y que el barco continúe sin ti. O el chocar contra un contenedor a la deriva, o contra una ballena en uno de de los ratos que te echas a dormir... o que te aborde un mercante. Son los grandes peligros de un navegante solitario. Hace cuatro años , cuando navegaba rumbo a Canarias sufrí el abordaje de un mercante. El impacto fue tremendo, pudo ser el final de Vagabundo, pero no tuve ninguna vía de agua y tras asegurar el mástil y una reparación de urgencia pude llegar a Lanzarote. Después de un mes de arreglos continué mi travesía del Atlántico rumbo a Martinica.
Escribiste un libro, ‘Vagabundo’, donde transmites muy bien la soledad del marino y esa tensión invisible del mar. ¿Es droga dura?
Creo que no, es como un reencuentro con uno mismo, con tu propia esencia. Tu escala de valores se reafirma y te das cuenta de la importancia de las pequeñas cosas, que en nuestra vida "ciudadana" no apreciamos. La naturaleza en estado puro te hace sentir pequeño, casi insignificante, pero sintiéndote parte de ese universo que te rodea, en armonía con él.
¿Hay mucha gente en el mundo navegando como tú? ¿Tenéis algún tipo de código no escrito entre vosotros?
Hay mucha gente de lo más variopinta por esos mares, mucha más de lo que pudiéramos pensar. A todos nos une el mar, experiencias intensas que todos vivimos y que compartimos, a veces sin necesidad de contarlas. El mar no debería separar, al contrario, debería unir a las personas. En él no cuentan las banderas, ni las fronteras ni el idioma o el color.
Magallanes, Elcano, etc., ¿son los grandes héroes olvidados? Aquellos exploradores fueron como Neil Armstrong pisando la Luna…
Quizá no estén olvidados, pero sí infravalorados. Hoy día, con el grado de tecnología que tenemos, no somos capaces de valorar esas gestas y su trascendencia en la historia. Para mí tienen mucho más valor que el viaje a la Luna.
¿Uno se siente como Cristóbal Colón cuando llega después de tantas semanas a América?
En mi primera travesía del Atlántico, en 1992, más de cien veleros de todo el mundo seguimos fielmente la ruta de Colón, conmemorando el 500 aniversario de su gesta. Para mí fue apasionante ir leyendo su diario de a bordo y comparando sus experiencias con las mías. Y cuando al final grité "¡tierra!" al divisar San Salvador, en las Bahamas, tras 34 días de navegación, fue algo inolvidable... Había cumplido un sueño.
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