¿Le marcó mucho París, adonde viajó muy joven desde Perú?
Cómo no. Mucho. Conocía también Montpellier. Fui profesor en varias universidades en París. En una de ellas salió el ‘Mayo del 68’, que fue algo revoltoso. Bueno, yo también fui algo revoltoso (ríe). París era mítica. Todos los latinoamericanos necesitaban pasar por esta ciudad.
Joaquín Sabina dice que la lírica de las ciudades la hacen los emigrantes.
Joaquín es buen amigo mío. En parte tiene razón, pero exagera un poco.
Volvió a Perú después de cuarenta años por el mundo. ¿Se siente de algún modo un emigrante en su patria?
Cuando regresé a mi país fue por los amigos y los paisajes, aunque no viajo mucho por Perú, sino más bien por Europa.
¿Cómo hubiera sido su vida de no haber venido al Viejo Continente?
No lo imagino. Creo que sin Europa no hubiera podido vivir. En Lima no hubiera aguantado sin exilio voluntario, como fue el que yo hice, pues no tuve que correr de ninguna dictadura. Estas eran muy civilizadas en Sudamérica. La mayor parte de los escritores peruanos viajaban a Francia, pero yo me fui luego a España, porque tuve la suerte de conocer a españoles y a raíz de eso viajar. Tuve amigos notarios, con los que pasaba los veranos. Y yo mismo les mostré España. Una de mis escalas obligatorias era Almería. Pasé allá los veranos del 68, 69 y 70. Iba a la feria, a los toros, hice una linda amistad con Antonio Ordóñez. Y también fui a la Alcazaba a oír el flamenco de Antonio Mairena, Fosforito, y me hice amigo de Paco de Lucía.
¿Por qué vino a Almería?
En París hice amistad con el almeriense Ángel Berenguer, que fue profesor en la Sorbona de París. Su familia tenía la pastelería ‘Flor y nata’ en Almería.
Fue amigo de Fidel Castro, sin ser castrista. ¿Cómo era Fidel en las distancias cortas?
Un hombre profundamente inseguro. Conocí el lado agradable. Yo era muy amigo de García Márquez, un fidelista rotundo. Un buen día apareció Felipe González, que llegó a Cuba para sacar a presos españoles y negociar con Castro. Me invitaron a navegar con ellos por los Cayos. Fue un viaje lindo. Castro nos necesitaba a García Márquez y a mí para saber, por su inseguridad, que había estado bien.
¿Qué le pasó con la madre Teresa de Calcuta?
Fidel me pidió que lo acompañara. Quería comprobar que los dos habían ayudado a acabar con la pobreza. Llegó a la conclusión de que la monja era marxista leninista y ella le respondía que no, que lo que le guiaba era el amor a Dios. Estuvieron así horas (risas).
Su tatarabuelo fue presidente de Perú y su padre torero. Una familia peculiar ...
Mi padre fue un aventurero, un navegante. Contó que le había cogido un toro en España y cayó al tendido, donde casi mata a una vieja. Exageraba (risas). También contaba que había actuado en la Scala de Milán. Nadie le creía. Pero un tenor peruano llegó jubilado y viejo a Lima años después y dijo que había conocido al tenor Francesco Giussepe Bryce. Se había italianizado el nombre (risas). En mi casa era un placer escucharle cantar cuando se duchaba.
Allí en Lima se venden muchos libros piratas. ¿Le han llegado a vender alguno suyo?
No solamente me han querido vender libros míos, sino que un vendedor, en un semáforo, me preguntó: ¿para cuándo su próxima novela, señor Bryce? (risas).
¿Qué personaje conocido le ha impactado más?
Joaquín Sabina. Es muy divertido. Tiene una gran calidad como artista. Todo lo convierte en canción.
¿Qué es lo mejor de la vida?
El amor. Lo he vivido muchas veces. No reniego de nada. Confieso que he vivido (ríe).
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