En Las Salinas el tiempo parece no haber transcurrido. Aún perdura ese añejo aroma a comida casera, entrelazado con el perenne olor a sal al que su propio nombre hace referencia. Todavía se conserva un aspecto similar al de sus orígenes, por el que las casitas blancas que conforman la pequeña barriada no han envejecido un ápice.
Sin embargo, el ambiente sosegado que puebla ahora el enclave dista del trajín diario al que sus habitantes acostumbraron hasta la segunda mitad del pasado siglo.
Orígenes
El germen prehistórico de Las Salinas se remonta al periodo Cuaternario. Su situación en una ubicación estratégica, como es el sureste de la península, atrajo a las múltiples civilizaciones que se asentaron en Almería. Así, los primeros registros de su uso se corresponden con la época de los fenicios.
No obstante, las viviendas que hoy existen en la zona no fueron construidas hasta los primeros años del siglo XX. A su término, se levantó una iglesia anexa en 1907, que fue reformada en 2011, tras varias décadas de abandono.
Los habitantes
En los tiempos álgidos de la fábrica de sal, el poblado contaba con los más de 200 empleados permanentes que trabajaban en ella. Actualmente, tan sólo 3 personas mantienen las instalaciones de la explotación salina, que se encuentra completamente mecanizada.
En cuanto al poblado, cuenta con 27 vecinos, entre los que se encuentran Josefa y Ángeles. “Los que seguimos aquí y estamos ya jubilados vivimos aún de esto”, explica Josefa. La empresa les concedió el usufructo de las viviendas en las que se establecieron.
Josefa trabajaba con la sal y Ángeles era cocinera en la Casa de Dirección. “Hacía de comer para los 5 o 6 jefes que teníamos. Su marido se ocupaba del tractor y el mío era carpintero”, continúa Josefa.
Vida salinera
“Somos salineras”, afirman con orgullo ambas vecinas, al tiempo que describen cómo era la vida en este lugar hace más 60 años.
Hablan, por ejemplo, acerca del economato. En dicho local, los empleados de la fábrica podían adquirir, prácticamente, todos los bienes que necesitaban, como la comida, los productos para el hogar, el calzado y la vestimenta. “Venían representantes de ropa con catálogos y les encargábamos los jerséis, las camisas... Lo que quisiéramos. No nos faltaba de nada”.
También se acuerdan del estanco y de los dos bares que había en la barriada, a los que acudían a diario salineros y pescadores de todo el área.
Uno de esos antiguos bares fue reconvertido en la vivienda que ahora mora Pepita, otra vecina de Las Salinas.
Al igual que Josefa y Ángeles, recuerda la existencia del estanco, los bares y el economato, en el cual trabajaba su marido. “Además, había una panadería que amasaba su propio pan cada día. Y, en Navidad, elaboraban roscas, tortas y esas cosas”.
El cine
Pepita también se acuerda del “cine”, que era como llamaban a una caseta de madera que constaba de una televisión y asientos. Los salineros se reunían allí al caer la tarde, para ver el partido de fútbol o la película que retransmitiera en aquel momento la pantalla en blanco y negro. Hoy esa caseta se ha convertido en foco de atención de los fotógrafos almerienses, que a menudo realizan allí reportajes visuales de comunión y de moda.
Asimismo, la iglesia de Las Salinas ha sido un escenario habitual para las fotografías de boda, aunque en los últimos años parece haber perdido ese poder de atracción.
Las fiestas
“Las fiestas del Carmen eran muy bonitas. Se hacía una verbena con músicos, gigantes y cabezudos. Y los equipos de fútbol de Las Salinas y Rodalquilar jugaban sus partidos”, detalla Pepita.
“También había carreras de cintas. Nos daban cintas de flecos con una anilla en el extremo a las chicas, para que las bordásemos o las pintásemos. Luego, durante la carrera, pasaban los chicos en bici con un palo para agarrar las cintas por la anilla y que se vieran desplegadas”.
“Además, hacíamos una cucaña sobre el mar y, para terminar, la procesión a la virgen”, añade Pepita. Comenta, igualmente, que a las fiestas acudían personas de los alrededores y que las últimas acontecieron hace 49 años.
“Antiguamente, se celebraba también Santa Bárbara, que era patrona de minas y salinas, en Rodalquilar y aquí. La empresa regalaba vinos y bocadillos a los empleados”, cuenta Juan, quien trabajaba en el taller, manteniendo y reparando la maquinaria.
Servicios
En torno a los años 50, lugares cercanos (como Cabo de Gata) no disponían de electricidad. Las Salinas contó con luz eléctrica relativamente pronto en el área del levante. “Al principio no había agua corriente”, especifica Pepita, “pero teníamos un aljibe al que íbamos por la mañana a llenar los cántaros de barro. Lo llamaban “la bota”. Primero extraíamos el agua con una cuerda y, más adelante, con un motorcillo. Después ya pusieron agua corriente en las casas”.
La cosecha
“Antes era todo manual. Por eso, a finales de agosto, que es cuando se recolecta la sal, venía más gente, aparte de los que vivíamos en el barrio, para “la campaña de la sal”. Podíamos estar aquí trabajando unas 500 personas”, explica Pepita.
Había entonces un muelle que hoy no existe. Se utilizaban tractores y vagonetas tiradas por burros para transportar el producto hasta allí. “La sal caía a través de dos torbas que cargaban dos lanchas (una bajo cada torba). Un barco al que llamábamos “la motora” las remolcaba hasta otro barco más grande, anclado más al fondo. Y, con una grúa, se bajaba un contenedor hasta las lanchas, que llenaban de sal usando palas”.
Transformación
Los tractores y vagonetas fueron sustituidos por camiones y el muelle fue arrasado por un temporal en los 60. “A partir de entonces se empezó a llevar la sal a Almería. Era más rápido y económico”, afirma Juan. “Toda la sal se exportaba a Inglaterra, entre 40.000 y 60.000 toneladas”.
“Sobre el 75 renovaron la maquinaria y quitaron a unas 100 personas. Muchos de ellos se fueron a Barcelona”.
Otros, como él, aún permanecen en su lugar de origen; ese en torno al cual ha girado el conjunto de sus vidas, marcadas para siempre por la sal.
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