Con una panorámica marítima que abarca la práctica totalidad del golfo de Almería, Castell del Rey se constituye como un entorno privilegiado para un estilo de vida sencillo y en comunión con la naturaleza. La sensación de soledad inherente a su ubicación en mitad de la montaña no se corresponde, sin embargo, con un aislamiento geográfico, pues se sitúa a 2 kilómetros del núcleo urbano de la capital.
Un oasis
“Yo estoy enamoradísimo de este lugar. Es el oasis dentro de la ciudad”, comienza diciendo Roger, quien lleva casi 4 años viviendo en el barrio. Procediendo de Barcelona y habiendo residido en varias grandes ciudades europeas, considera Castell del Rey como un espacio al que huir del estrés de la urbe.
“Aquí he ganado vida. Esto es el paraíso y, ahora mismo, no lo cambiaría por un piso”, prosigue Roger, recordando sus experiencias anteriores.
Aunque continúa siendo un destino vacacional, muchas personas lo han elegido como su lugar de residencia habitual. La urbanización se fundó en los 60, durante la época de apertura al turismo. Familias francesas, alemanas y belgas fueron las primeras en interesarse por la zona. Posteriormente, los españoles empezaron a adquirir viviendas: primero para el verano y luego para residir.
Juntos, pero no revueltos
“Hay contacto entre los vecinos y responden cuando se necesita algo, pero cada uno vive en su casa, sin sufrir ni ocasionar molestias. Tampoco oímos ruidos. Yo, por ejemplo, me dedico a la música. Antes, cuando vivía en un piso, debía tener cuidado con no hacer ruido. Aquí me puedo permitir el lujo de trabajar en casa sin molestar a nadie”, especifica Roger.
Por su parte, la asociación de vecinos es bastante activa. “Han conseguido que nos asignen un código postal, que asfalten calles que aún no estaban asfaltadas y que pase el autobús dos veces al día. También tratan de celebrar unas fiestas de barrio. Son los que están luchando para que esto mejore y se mantenga limpio y cuidado”, añade.
Geografía variada
Entre los vecinos de Castell del Rey, se cuentan múltiples procedencias. “La mezcolanza es importante”, asegura Roger, refiriendo las mencionadas familias extranjeras que comenzaron a instalarse en el lugar hace 50 años.
A estas se suman los almerienses que fijaron su residencia habitual en la zona o que, al igual que las anteriores, cuentan con una segunda vivienda en ella. Del mismo modo, ocupan el enclave ciudadanos de diferentes rincones del país, como Madrid, Barcelona (lugar de origen de Roger), Huelva o Santander.
Respeto a la naturaleza
En cuanto al rango de edad, Roger cree que la mayor parte de vecinos se sitúa entre los 30 y los 40 años. “Hay gente de más edad, pero tampoco mayor. Pueden estar en los 50 o 60, como mucho”, detalla.
En sus palabras, “aquí se ha asentado una pequeña comunidad de personas con cierto poder adquisitivo y con unos valores respecto a la naturaleza”. En consonancia con lo expuesto, se encuentra el hecho de que, en prácticamente todas las viviendas, se vean plantas y jardines.
Asimismo, en un buen número de ellas hay perros, gatos o, incluso, animales de granja; aunque de estos últimos cada vez se ven menos.
Ganado autóctono
Al situarse en un pequeño valle, por el que desciende el agua de la montaña hacia el mar cuando llueve, Castell del Rey y sus alrededores se presentan como un espacio óptimo para los rumiantes.
“En esta zona pasta una cabra autóctona que vive por la parte norte. Cuando llega la época de sequía, baja a comer aquí. Hemos intentado ya 3 veces plantar en un huerto que tenemos y las 3 veces se lo han comido las cabras. Se alimentan de brotes y raíces, así que les gustan mucho las plantaciones de las casas. Aunque no lo sé a ciencia cierta, por lo que he visto, mi teoría es que vienen cuando se quedan sin comida por arriba”, detalla Roger. “Digamos que cosas como esta forman parte de la diversidad de Castell del Rey”, apunta.
Vida apartada
Roger considera que los servicios en el barrio son escasos. “Esto es solamente una urbanización. No hay ningún comercio. El colegio de los niños, el médico, los supermercados... Todo está en el casco urbano de Almería. De hecho, el autobús de mañana, que pasa a las 7 y media, lo pusieron, sobre todo, por los niños”.
“He contado lo bonito, pero vivir aquí, lógicamente, tiene sus inconvenientes. Las compras, por ejemplo, hay que realizarlas con antelación. Hay que planificarlas bien. Yo compro mucho por Internet. El agua y otras cosas las compro en Felix, para todo el mes”, explica Roger.
Afirma que ha necesitado “mentalizarse” para acostumbrarse a este estilo de vida. “Al principio, me ocasionaban un problema los insectos voladores. Ya no”.
Encontrar el equilibrio
“Al final, trasladarse aquí depende de lo que se busque y de las prioridades de cada uno; de lo que te importen esas molestias propias de un sitio así. Pero, si consigues equilibrar la balanza, todo se puede llevar”, analiza el barcelonés.
En su caso, por un lado, ha sentido la incomodidad de no contar con ningún tipo de comercio o servicio cerca, así como de no disponer de una oferta completa de transporte público. Por otro lado, puesto que el núcleo urbano de la ciudad se encuentra a 2 kilómetros, la distancia a recorrer no es excesivamente amplia. Roger suele desplazarse en bicicleta. “Tardo poco en llegar”, afirma.
Pone de relieve “la calidad de vida”. “Estás en Almería, pero no vives en la ciudad. De hecho, aquí suele haber 3 o 4 grados menos que en el núcleo urbano, aunque no estemos lejos. En verano, se está muy a gusto porque hace más fresquito”, sostiene. “Para los críos es estupendo. Se lo pasan teta. Tienen por dónde salir y correr”, añade.
Roger ha hallado su propio equilibrio en este paraje natural que es Castell del Rey. Hay quienes, como él, prefieren los lugares tranquilos y apartados. Otros, en su búsqueda de poblaciones más concurridas, eligen vivir en el centro o en zonas colindantes. A su vez, hay opción para los que buscan un punto intermedio, pues numerosos son los barrios de Almería y singular es cada uno de ellos.
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