Hay dos clases de aficionados al fútbol: los de verdad, los que siempre están dando la cara por fuerte que sea el temporal, y los aficionados de aluvión, los oportunistas, los que apoyan cuando los vientos son favorables.
En Almería somos expertos en euforias desmedidas y en grandes depresiones. Siempre nos ha faltado ese término medio, ese saber estar que tienen otras aficiones para permanecer al lado del equipo sin mirar quién era el presidente y la junta directiva.
Un ejemplo claro de la idiosincracia del aficionado almeriense lo tenemos muy cercano. Esta temporada, algunos abonados han dejado de serlo porque dicen que ya no creen en el presidente, que ya están cansados de engaños porque llevamos tres temporadas salvándonos de milagro. Una década de éxitos ha sido suficiente para que un sector de nuestra afición quiera vivir permanentemente por encima de las posibilidades reales de un club que cuenta con los apoyos justos para agarrarse con los dedos a la categoría y que ha vivido tiempos de esplendor gracias a la iniciativa de un empresario que tuvo que venir de Murcia porque aquí no había nadie ni hay que esté dispuesto a trabajar por el club representativo.
Esa parte de la hinchada que ahora reniega no volverá al estadio salvo que en otro milagro el equipo llegue a alcanzar algún día la Primera División y justificará su deserción con esas frases tan manidas y ya tan populares en Almería como aquella de “ya estoy harto de que me engañen” o “se están llevando el dinero”.
La historia del fútbol de Almería, en los últimos cincuenta años, está llena de euforias y depresiones de un día para otro, de aficionados que se dejaban la vida en las gradas un domingo por su equipo y al siguiente salían del estadio rompiendo el carnet. Los buenos aficionados, los siempre fieles, han sido tan escasos que no fueron suficientes para impedir las desapariciones constantes de los clubes.
Hubo una temporada, en los años cincuenta, que esa masa de grandes hinchas promovieron la campaña de fichajes para que Almería pudiera tener un equipo de categoría. Acomienzos de aquella década, la Unión Deportiva Almería era, como sucede ahora, el equipo representativo del fútbol provincial. Militaba en Tercera División con la esperanza de poder alcanzar algún día el ascenso. En la campaña 1951-52 el equipo había brillado a un gran nivel, consiguiendo el subcampeonato. El éxito creó un ambiente de euforia en torno al club que llevó a los dirigentes de entonces y a los socios a solicitar la ayuda de todos los estamentos a nivel local y provincial para poder realizar fichajes importantes y reforzar la plantilla.
A finales del mes de abril de 1952, una vez finalizado el campeonato de Liga, se empezó a planificar la próxima temporada. Apenas hubo tiempo para descansar y al día siguiente de terminar la competición comenzaron a trabajar en el diseño del nuevo equipo. El primer paso fue abrir una campaña que se denominó ‘Suscripción pro-fichajes’ para recibir las aportaciones económicas de todos los voluntarios interesados en colaborar con el Almería. Así, apareció un nota en la prensa local en la que se alentaba a los aficionados y a las empresas a echarle una mano al club: “Para que el nombre de Almería sea pronunciado con admiración y respeto en todos los horizontes, necesitamos vuestra ayuda material”, decía la arenga de la directiva para motivar al personal.
La idea tuvo una excelente acogida. El diario Yugo, Radio Juventud y Radio Almería, se volcaron con la iniciativa, que contó además con el respaldo de las instituciones políticas: ayuntamiento, Diputación y Gobierno Civil, que fueron los primeros en dar ejemplo y abrir sus cuentas en el banco Central. El Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, Manuel Urbina Carrera, entregó 50.000 pesetas. El Ayuntamiento 25.000, la misma cantidad que la Diputación.Este primer paso que dieron los políticos animó a los aficionados y empezaron a llover las aportaciones populares. En el Café Español, que estaba situado en el Paseo, se abrió una cuenta donde los clientes dejaban sus donativos. El nombre y la cantidad que ponían se colocaba en una pizarra que presidía el local. La cerveza DAM entregó 1.000 pesetas; el personal de la fábrica de gaseosas de Enrique Ruiz reunió 180 pesetas para el Almería; los empleados de transportes Roig, 120, y la empresa, 500 pesetas; el propietario y trabajadores de la peluquería La Española, 100 pesetas; otras 100 pesetas abonó el bar Los Claveles.
Hubo otras aportaciones más generosas como la que hizo la viuda de Pedro Alemán, que entregó 1.000 pesetas de aquellos tiempos. El bar Pasaje donó la misma cantidad, mientras que los almacenes Hijos de Ignacio Núñez aportaron 500 pesetas. Otros negocios muy conocidos en la ciudad como la joyería Regente, Bazar Almería y Calzados Plaza contribuyeron a la suscripción con 250 pesetas.
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