Que la luz nos hace más productivos es un hecho conocido con resultados de sobra comprobados en granjas o invernaderos.
Algo intuía un caballero inglés llamado William Willet cuando en 1907 propuso cambiar el horario para hacer que las horas de sol se ajustasen al horario de las fábricas y estimular la productividad de los operarios.
El señor Willet era un constructor afincado en Chelsea que afectado por el éxtasis de la actividad industrial que se vivía en la Inglaterra de 1907, pensó que madrugando una hora en verano y terminando las actividades también una hora antes, cada semana se disfrutaría de prácticamente una jornada mas de luz natural. Si este horario se mantenía cinco meses cada año “al llegar a la edad de 29 años un hombre habría ganado un año completo de luz natural” sostenía Willet, quién pensaba que sería sencillo sin más que modificar los relojes.
Willet, que murió en 1915 sin ver materializada su idea, propuso llegar a un adelanto de 80 minutos en cuatro escalones de 20 minutos cada uno.
Pioneros
La primera nación en adoptar algo similar fue Alemania, en 1916, con el objetivo de mejorar el rendimiento de las industrias de guerra. Había poco que perder y claro, si el enemigo te copia una idea tan barata, lo menos es contrarrestarla, a ser posible, con alguna mejora. Ese mismo año, Inglaterra hizo lo mismo.
Ya entonces los resultados fueron controvertidos ya que unos años más tarde Inglaterra apostó por mantener el cambio todo el año y por todas partes surgió la polémica. “Cuando hacen falta las horas de luz son en invierno, no en verano” y el cambio no implicaba ninguna mejora constatable.
Si se supone que el grueso de la jornada laboral se reparte entre las nueve de la mañana y las siete de la tarde, es evidente que se distribuye simétricamente respecto al medio día, pero no lo es menos que en verano, a las nueve y a las diecinueve horas hay sol. A esas y a muchas horas anteriores y posteriores.
Los países que probaron el cambio están en unas latitudes altas, y allí el Sol amanece y se pone de madrugada en verano pero en invierno hay que esperar a mas de las diez de la mañana y decirle adiós a las tres de la tarde. Difícilmente un cambio de horario puede ajustar cuatro o cinco horas de sol a una jornada de trabajo de ocho. En verano, sin embargo cuando la luz natural está entre las cinco de la mañana y las once de la noche, el empezar a las ocho o a las siete de la mañana no implica ningún cambio en el vínculo jornada laboral/luz diurna, sea cual sea el horario.
La mejora de la producción no pareció convincente pero las distintas guerras que siguieron a la idea crearon un caldo de cultivo de tipo psicológico más propicio a jugar con esta herramienta. Alemania contabilizó varios cambios de hora de hasta dos horas y, quien mas y quien menos, todos los que se enfrascaron en guerras hicieron lo propio.
En la guerra civil Española, lo que se consideró oportuno en la zona Republicana no sirvió para la llamada zona Nacional y en determinados momentos cada bando combatió con un horario distinto. El chiste de Gila preguntando al enemigo la hora en la que iban a atacar, tenía corolario, ¿en hora roja o en hora azul?.
Como tampoco era evidente disponer de un horario fijo para todo un país en épocas en las que el único instrumento de medida fiable era el Sol, y este acostumbra a dar una hora distinta para cada localidad, el guirigay del horario estaba servido y lo de añadirle o quitarle horas a una hora legal a la que tenían acceso los pocos privilegiados que tenían un reloj o una estación de tren cercana se difuminó de forma que ni toda la sociedad supo de su existencia ni se generaron resultados concluyentes.
Horario español
En nuestro país, los vaivenes de la hora de verano se unificaron con la llegada de Franco pero no se acabaron. Incluso se le dio rango de ley. Durante el tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial, nuestro horario se igualó al de Alemania por aquello de evitar inconvenientes a los colegas que jugaban en el mismo equipo.
Pero tras unos años de sosiego, la llegada del turismo europeo y el dinero asociado que ello suponía debió inducir a los gobernantes de la época a hacerle la vida fácil a los visitantes, y si ello implicaba poner nuestros relojes al nivel de los de centro Europa, pues pelillos a la mar.
Desde los años 60 adoptamos el horario fijo de centro Europa adelantando una hora todo el año y así hemos hecho la transición, la entrada en Europa, las autovías, la red de alta velocidad, el boom inmobiliario y la crisis. Nunca sabremos si haber compartido nuestro horario natural, que es el de Portugal, nos hubiese aportado algún beneficio.
Luego vino nuestra entrada en la Unión Europea y una de sus consecuencias fue la resaca de algún grupo de trabajo que propuso retomar el horario de verano. Claro, como no se llevaba lo del aumento de la productividad laboral o lo de confundir al enemigo, se encaminó por el lado del AHORRO DE ENERGÍA. ¡¡Palabra mágica!!
Supuesto ahorro
¿Se ahorra energía con el cambio de hora? Se supone que al hacer que las nueve de la noche sean las ocho debería evitar el gasto de electricidad de nuestra vida cotidiana, porque a las ocho es de día y no hay que encender la luz para tumbarse en el sillón viendo la tele.
Lo malo para sostener esa teoría es que la diferencia de luz que hay entre Barcelona y La Coruña es de unos tres cuartos de hora, y ese posible cambio lo único que hace es trasladar las consecuencias pero no quitarlas. ¿Sería mejor adaptar el horario según los hábitos que tienen los ciudadanos para levantarse o acostarse en cada región? O quizás, ¿en función de la cantidad de gente o del consumo que haya en la vertiente Mediterránea o en la Atlántica?
Mucho nos tememos que el discurso es inútil. La gran cantidad de electricidad que consume no solo España sino, claro, toda Europa es en la industria y en los servicios. Y ni unos ni otros tienen ningún vínculo con el reloj de pulsera. Los turnos operan de forma deslocalizada de la hora solar y en todos, o la inmensa mayoría de los locales comerciales, la luz eléctrica es la única fuente de luz que opera de forma igualitaria las veinticuatro horas del día. Si cambia en invierno o verano es por la demanda, no por el horario.
No está probado que el horario de verano genere ningún ahorro de energía (durante las Olimpiadas de Sydney se midió en la villa olímpica y nadie pudo presentar ningún dato a favor y aún hoy medio mundo no cambia a la hora de verano), pero si que parece demostrado la influencia psicológica sobre el consumo y, ¡EUREKA!, bienvenido el cambio de horario.
De hecho, si aumenta el consumo también lo hace el de la electricidad pero eso tampoco es fácilmente demostrable, así que pasemos página.
Lo más confuso en este tema es que no nos cuentan la otra cara de la moneda: el cambio de una hora del horario de verano se añade a la hora que ya llevamos adelantada a piñón fijo y en los muchos meses de horario de verano, nuestro sol dice que debería ser medio día pero el reloj nos dice que son las dos, hora de comer. La imagen más nítida de cómo afecta esa situación es la de las granjas de gallinas a las que les encienden las luces de noche.
¿Ahorro de energía ?, ¡Es la economía estúpidos! Que ya dijo alguna mente brillante.
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