El ocaso de la Cuesta del Rastro

Las casas de la ladera de la Alcazaba de la calle Almanzor están a punto de ser derribadas

La cuesta del rastro, llamada después calle Almanzor Alta, cuando tenía un patio de vecinos y un callejón estrecho. Foto: Fausto Romero
La cuesta del rastro, llamada después calle Almanzor Alta, cuando tenía un patio de vecinos y un callejón estrecho. Foto: Fausto Romero La Voz
Eduardo D. Vicente
21:47 • 03 sept. 2018

Los nombres de las calles se van quedando en la memoria de la gente y aunque los cambien siguen vivos mientras haya alguien que los recuerde. Cuando la calle de la Reina se la dedicaron al general Queipo de Llano, los vecinos del barrio siguieron llamándola por el viejo nombre.




También la calle de Almanzor, la principal que sube a la Alcazaba, conserva su nombre primitivo en la memoria de muchos vecinos que la siguen llamando Cuesta del Rastro. A pesar de la importancia estratégica de esta calle, al ser el camino más directo entre el centro de la ciudad y la Alcazaba, su historia ha estado marcada por el abandono, por ser más un camino que una calle, por haber sobrevivido al margen de las leyes y de las reformas, porque hasta hace cuarenta años era una cuesta de tierra que las vecinas tenían que regar a fuerza de cubos de agua para que el polvo no invadiera los comedores de las casas.




En las últimas décadas del siglo diecinueve, la calle de Almanzor formaba un pequeño barrio habitado por más de ciento veinte residentes. En esa época llegaron a construir algunas viviendas  importantes, la más destacada la del industrial don Miguel Leal, cuya fachada fue diseñada por el arquitecto Trinidad Cuartara.




La calle llegó a tener hasta su bruja oficial, la célebre visionaria Madame Pardo, que en los años treinta estableció su consulta en el número doce. Había llegado a la ciudad procedente de Argelia con la fama de leer el porvenir de la gente. Se adelantaba al futuro en sus predicciones y era una experta en curar el mal de amores.




La calle tuvo también su historia negra, un suceso que pasó a formar parte de la historia del barrio. Ocurrió en septiembre de 1931, cuando el joven Antonio López Amat, de veinte años de edad, que venía cortejando a la vecina de dicha calle Anita Hernández Dionis, sin resultado, le  disparó con una pistola cuando la muchacha paseaba con una amiga por la calle. El proyectil alcanzó a la amiga, la joven Ángeles Jiménez, que cayó herida. El autor del hecho, que estaba impedido, volvió el arma contra sí hiriéndose mortalmente.




La calle de Almanzor estuvo siempre poblada, llena de vida, y dejada de la mano de Dios. En los años de la posguerra la demanda de viviendas en esa zona era tan grande que el ayuntamiento permitió que se construyeran casas sobre el mismo cerro, a los pies de la Alcazaba. En aquel tiempo la calle tenía su patio de vecinos y un callejón de un metro de ancho que se abría paso en forma de laberinto hasta los muros de la fortaleza. Todavía, en la década de los sesenta, todo aquel universo de cuestas, callejones y casas compartidas se mantenía vigente y eran cerca de un centenar de vecinos los que figuraban en el padrón municipal de la calle.




Allí vivía el  barbero Juan Bisbal Durán, padre y maestro del actual peluquero de la calle de la Reina. Era vecino de Enrique Cruz, todo un personaje en la ciudad por trabajar de camarero en el Café Colón y por haber  sido novillero en su juventud. En la calle vivía el zapatero José Benavente Manzano, familia del popular Fuegovivo, y Juan Díaz Molina, un comerciante de raza que recorría las tiendas llevando la representación del azafrán, la canela y la gaseosa.




En el callejón principal de la cuesta instalaron, en los años setenta, la sede del Hércules, que fue el equipo oficial del barrio. El club ocupó la vivienda de otro vecino célebre, el zapatero remendón Juan Gutiérrez Marín, que en apenas dos habitaciones tenía el taller y la vivienda. Era sordomudo y no gozaba de buena prensa entre los niños, a los que solía espantar con su mal humor característico.


La vieja Cuesta del Rastro era entonces más cuesta que calle, a pesar de la insistencia de las autoridades en que era urgente la reforma del camino para convertirlo en una avenida que acercara la Alcazaba al centro de la ciudad. Los planes morían sobre las mesas de los despachos y la calle seguía convertida en un caos absoluto. La pavimentación del suelo y la mejora de la iluminación le dieron un aire más moderno para que los visitantes se llevaran una mejor imagen de la ciudad, pero no consiguió romper  con ese aire de abandono tan característico de la zona. Por esa misma cuesta dejada de la mano de Dios ascendió un descapotable de época que transportaba al actor Harrison Ford en una escena de la película Indiana Jones. Era el año 1988 y en aquel tiempo la calle de Almanzor seguía siendo un paraje abandonado. Ahora, treinta años después, el ayuntamiento se ha tomado en serio su reforma y está a punto de echar abajo las casas que taponan la vista y el acceso a la fortaleza.


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