Sostenía Tarradellas que lo único que no podía permitirse un político era hacer el ridículo. Pues bien, hay veces que tengo la tentación de caer en el error de pensar que algunos no saben hacer otra cosa. Su ventaja es que, cuando se despeñan en el, cuentan con aliados para no caer en el abismo de su propia vergüenza como la debilidad de la memoria colectiva y la ausencia de cualquier atisbo de pensamiento crítico entre la inmensa mayoría de quienes les votan. Si la vida transcurriera por otras vías y no contaran con tan potentes aliados, algunos no podrían soportar la intensidad del sol de la calle sobre el rostro sonrojado de impudor con que ya salen de casa.
El ultimo episodio de este Guadiana menor de incoherencias mayores, de esta parrala de que sí, que sí, que esto es urgente, que no, que no, que no lo es, es el chacachá del tren en la provincia. Hace unos días Podemos presentó dos proposiciones no de Ley en la Comisión de Fomento del Parlamento Andaluz en la que pedían la reapertura de la línea Guadix- Almendricos y una línea férrea entre la capital y el poniente, a las que hay que sumar otra aprobada anteriormente pidiendo un cercanías para el Bajo Andarax. Las proposiciones fueron aprobadas por unanimidad. Ninguno de los doce parlamentarios almerienses, por ellos o a través de sus compañeros en la Comisión, tuvo la valentía de mandar parar y decir la verdad: ninguna de esas aspiraciones es viable y, por tanto, dejemos de intentar engañar a los ciudadanos. Nadie lo hizo. Para qué, pensarían, si dentro de unos días nadie se acordará de esta pirotecnia parlamentaria.
Llevábamos contemplando cómo el gobierno del PP situaba siete años en vía muerta la llegada del AVE a Almería y, ahora que el tren ha salido de aquella estación después de tanta razón socioeconómica como presión de un colectivo potente pero reducido ( no nos confundamos: aquí no ha habido manifestaciones abrumadoras como en Murcia; para qué, que protesten otros), lo único que se les ocurre a los políticos y a algunos cofrades de la utopía no es fiscalizar el cronograma técnico y económico previsto para la llegada de la alta velocidad en el 2023, que es lo que habría que hacer, sino ampliar la playa de vías de la ensoñación y plantear nuevos trenes para el Almanzora, el Andarax y el Poniente. Ya puestos y puesto que el papel (y la demagogia) lo aguanta todo, no sería de extrañar que alguno de estos bienaventurados de guardia salga un día de estos reivindicando el tranvía de la bahía y el metro desde Pescadería a El Puche. Cuarenta años después, el mayo francés con su proclama de “seamos realistas, pidamos lo imposible”, ha llegado a Almería.
Soñar ha sido siempre un terreno fértil para las emociones poéticas y para los delirios proféticos, pero en el espacio donde se gestionan los intereses estratégicos compartidos, tan marcados siempre por la realidad, la ensoñación es un ejercicio inútil que solo conduce a la frustración.
Almería necesita con urgencia un AVE que le una con Madrid y Barcelona por el levante y un tren de altas prestaciones que nos conecte con Andalucía a través de Granada. Y punto. Todo los demás son sueños de una noche de lirismo utópico y borrachera parlamentaria.
El paso lento del tren del Almanzora por los ocres desolados de sus tierras o por los aislados oasis de sus naranjos forman parte de la memoria sentimental de quienes comenzamos a amar el machadiano cielo azul y aquel sol de la infancia mientras nos cobijábamos a la espera de su llegada sentados en sus andenes. Desde aquellas estaciones asistimos con inquietud a la llegada de algún familiar y con desazón a la partida de quienes desde el llanto contenido se despedían en busca de trabajo de aquellos a los que tanto querían.
Aquel tiempo de cerezas y limoneros se fue para no volver en aquel tren que cruzó el valle en el atardecer del último día de 1984. Nada hay más destructivo que la irrelevancia y en aquellos vagones solo viajaba ya la melancolía emocional de quienes un día lo llenaron de vida. Los coches habían llegado a los pueblos y nadie tarda cuatro horas en llegar a Granada o a Murcia sobre dos vías pudiendo hacerlo en dos sobre cuatro ruedas.
Otro tanto sucede con el imaginario de un tren de cercanías con el Andarax. La mejora de las comunicaciones con los pueblos que salpican el rio, la comodidad funcional del coche particular y el escaso nivel demográfico de quienes viven en sus pueblos lo hacen irremediablemente inviable. La demanda de un cercanías para los pueblos del rio es una ficción dibujada en el romanticismo ferroviario tardío de quienes aman el tren por encima de todas las cosas.
Nadie (o casi nadie) cogería ese tren porque nadie (o casi nadie) está dispuesto a perder más tiempo en la llegada y en la espera en sus estaciones que el que tardaría en llegar a la capital en el coche. Lo curioso es que, quienes más lo demandan, son aquellos que claman contra el traslado de la estación término de Almería a la de Huércal mientras se hace el soterramiento de El Puche alegando que eso supondrá mayor tiempo de viaje para quienes vayan desde la capital a Madrid o Sevilla. Y el tiempo del traslado desde cualquiera de los pueblos del rio un día tras otro para quienes utilizaran ese tren de cercanías, ¿no sería mayor -y para siempre-, que el que tardarán los viajeros que, solo durante los próximos doce meses, viajen a Granada, Sevilla o Madrid?
Cuestión distinta es un futuro tren que una el Poniente con la capital. Aquí la demografía, como factor limitante, no existe (al contrario, en esa comarca viven mas de 250.000 almerienses, frente a los poco mas de 35.000 del Andarax). El problema, por tanto, no es demográfico, pero sí orográfico y, sobre todo, económico. El laberinto, tan rico como endiablado de una geografía en la que conviven pared con pared el ladrillo de las casas con el plástico de los invernaderos, hace que resulte quimérico diseñar un trazado funcionalmente racional y económicamente sostenible.
Así las cosas, déjense sus señorías de ensoñaciones parlamentarias en las que ni ellos creen de verdad y pongan el cerebro sobre la realidad y no sobre el delirio.
Y, sobre todo, dejen de hacer el ridículo. Todavía están a tiempo.
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