Si alguien hace apenas tres meses hubiese dicho a Susana Díaz que la persona más interesada en su victoria en Andalucía iba a ser Pedro Sánchez, la presidenta lo hubiera calificado de loco. El mismo pensamiento que le hubiera provocado al, entonces (sólo) secretario general del PSOE, quien se hubiera atrevido a decirle que la política andaluza acabaría siendo su principal aliada. Ya lo cantó Serrat con su elegante sensibilidad: “fue sin querer, no te busqué ni me viniste a buscar, es caprichoso el azar”.
La política, como la vida, se escribe, casi siempre, sobre reglones torcidos. Nada está predeterminado y quienes fueron aliados en la primera esquina de sus ambiciones, dejarán de serlo a la siguiente para volver a encontrarse en la tercera.
Unos días antes de que se firmara el decreto de disolución del Parlamento, cené en Sevilla con una de las personas que más cerca está de la presidenta. Hablamos de todo (y de todos) y, claro, nos detuvimos en las (entonces intuidas) vísperas electorales. No había mas espacio para la duda que el silencio intencionado de Susana, pero coincidíamos en la inminencia de la convocatoria. ¿Capacidad analítica, información privilegiada? No, nada de eso; solo sentido común. El recorrido hasta marzo tenía en su haber más riesgos que convocarlas para diciembre y la presidenta no iba a caer en el error de prolongar la campaña electoral cinco meses pudiendo reducirla a dos. Nadie arriesga más de lo estrictamente imprescindible ante una batalla electoral.
Y más, cuando la insoportable volatibilidad de la política española la ha convertido en un circuito de sobresaltos en el que nadie es capaz de predecir qué pasará en la próxima curva. La extremada complejidad por la que transita el quimérico laberinto catalán y la complejidad extrema de la endiablada aritmética parlamentaria en la que se sostiene el gobierno se cierra- por si esas dos circunstancias no fueran de máxima importancia- en un triángulo en el que la adolescencia táctica de quienes la personifican tiene más notoriedad que la consistencia estratégica. Sánchez, Casado y Rivera son tan contradictorios, tan marketinianos, tan arriesgadamente leves en sus decisiones, que han convertido la política española en una montaña rusa impredecible.
Esa inestabilidad es uno de los pilares en los que Susana Díaz ha basado su decisión. Uno, pero no el único.
Cuando a los pocos minutos de convocar las elecciones declaró que “mi tierra no merece la inestabilidad que hay en el resto de España”, estaba diciendo la verdad de lo que sentía; pero no toda la verdad.
Nadie discute que la inestabilidad supone siempre un coste para las sociedades que lo padecen y que Andalucía, desde que Ciudadanos rompió el pacto con el PSOE, estaba ya inmersa en un clima electoral irremediable. Llegar hasta marzo hubiese supuesto prolongar esa inestabilidad, acrecentada por el riesgo de una indeseada coincidencia electoral si Pedro Sánchez se viese obligado a convocar las generales tras la Navidad.
Inestabilidad y coincidencia entre andaluzas y generales ya eran suficiente argumento para convocar en diciembre, pero, además, en San Telmo tiene la convicción de que el viento de cola que ahora beneficia a la marca PSOE puede virar en los próximos meses.
La falta de coordinación de un gobierno salpicado por dimisiones, incoherencias y comportamientos injustificables (lo de la ministra y Villarejo clama al cielo de la candidez o al cielo de la estulticia) todavía no ha pasado su letra al cobro, pero acabará pasándola si los errores continúan y Carmen Calvo sigue sin hacer bien aquello para lo que (además de para humillar a Susana Díaz) fue nombrada: poner orden y concierto en un gobierno mas cercano a los gestos que a la gestión.
Susana Díaz teme que cambie el viento y la travesía, difícil pero soportable aún, pueda doblar el cabo de las tormentas si Sánchez no saca adelante los Presupuestos del Estado, la conjura independentista enloquece aún más y la descoordinación no va a menos.
La presidenta quiere aprovechar el efecto beneficioso de la llegada de un presidente socialista a La Moncloa y el presidente de La Moncloa necesita la victoria de la presidenta de San Telmo. La perdida del poder andaluz significaría para Susana Díaz su epitafio político, pero situaría a Pedro Sánchez en el último escalón antes de llegar al patíbulo. Sin Cataluña y sin Andalucía el PSOE no ganaría nunca el gobierno y eso los socialistas lo saben.
Por eso Susana y Pedro se necesitan. Por eso llevaba también razón Serrat cuando cantaba que “no es amarga la verdad, lo que no tiene es remedio”. El presidente de España y la presidenta de Andalucía se necesitan de verdad y sin remedio. Aunque la amargura de las primarias no haya desaparecido del alma de ninguno de los dos.
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