El telón levantado en la noche del 2D nada mas conocer que la aritmética parlamentaria posibilitaba el relevo en San Telmo, continúa sin bajar. Al drama socialista le sucedió la puesta en escena de una comedia de enredo en la que cada uno de los actores protagonizó su papel sin esfuerzo. El pacto estaba emocionalmente firmado desde que se conocieron los resultados y cualquier otra opción sólo podría barajarse desde la ingenuidad más conmovedora. Desde entonces todo ha sido, como cantaba la Lupe, teatro, puro teatro: falsedad bien ensayada, estudiado simulacro. PP, Ciudadanos y Vox no iban a poner en riesgo el destierro del PSOE a la oposición tras más de treinta y seis años en el poder.
Lo que nadie o muy pocos esperaban era el escasísimo coste práctico (el electoral habrá que esperar el 26 M, aunque no se atisba una cuantía desmesurada) que aquel acuerdo iba a tener para el gobierno presidido por Moreno y vicepresidido por Marín.
Después del ruido provocado por el fuego mediático aventado en torno a Vox, su inesperado y excelente resultado y su apoyo imprescindible para el gobierno PP-Ciudadanos, la realidad objetiva es que el partido de Abascal ha quedado relegado a un papel de subalterno al que necesitan pero al que relegan a una esquina inapreciable del escenario. De aquella homilía de 19 puntos en la que exigían recorrer el camino de “Por el imperio hacia Dios” solo ha quedado su inconsistencia y la habilidad (¿o el desdén?) de los negociadores del PP para, en menos de 24 horas, acordar un acuerdo en el que no se acordaba nada. Porque el protocolo firmado por PP y Vox solo era un catálogo de infinitivos tan infinitamente ambiguos, tan lleno de palabras inciertas que no comprometían a nada al futuro gobierno. Javier Aureliano García se lo dijo a Antonia S. Villanueva en la entrevista publicada por este periódico el domingo pasado: “El acuerdo con Vox podría suscribirlo hasta el PSOE”. Y, pese a la exageración estrafalaria en algún punto, quizá no le faltaba razón. Porque ¿quién no va a estar de acuerdo en luchar contra la corrupción, crear empleo, abogar por el diálogo, garantizar la libertad educativa, mejorar la sanidad pública, apoyar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, cumplir la legalidad así en la inmigración como en la tauromaquia o apoyar la Semana Santa?; por Dios y Manolo Caracol, ¿hay alguien que no esté de acuerdo con esta epístola a los ingenuos según san Teo?
Alentaba con cinismo Romanones a los diputados a que hicieran las leyes que quisieran porque ya haría él los protocolos. Los negociadores del PP han sido más elegantes que aquel conde del partido Liberal que fue tres veces presidente del Consejo de Ministros y 17 ministro: pongan ustedes los infinitivos -dijeron a los de Abascal- que nosotros firmaremos en el Boletín Oficial.
Y así será.
Y será así porque a los dirigentes de VOX el Gobierno de Andalucía no les interesa y el Parlamento no es más que un escenario en el que exhibir sus consignas de guardarropía medieval. Como cualquier partido de extrema derecha (o de extrema izquierda) solo se mueven con comodidad en la lírica vacía, el estruendo hueco o en la cursilería de quincalla.
Gobernar es decidir dónde se construye un colegio, cuándo un centro de salud, en qué territorio una autovía, cuánto se dedica a dependencia o cómo hay que pelear para que los fondos agrarios no disminuyan. Eso es gobernar: tomar decisiones gestionando una realidad escasa de recursos y conviviendo con la decepción de no poder atender todas las demandas, dos vías intransitables para aquellos -de extrema derecha o extrema izquierda, tanto da- que tienen en la simplicidad de las soluciones fáciles la solución para problemas complejos.
Nunca lo van a decir, pero PP y Ciudadanos saben que sus compañeros de viaje son como esos malos poetas que solo aspiran a declamar sus ripios ante un patio de butacas completo pero lleno de indiferencia.
Cuando pasen los días y la mitad de la legislatura nos alcance habrá llegado la hora de hacer balance. Será entonces cuanto habrá que medir la influencia de Vox en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía.
Será entonces cuando veremos si el pragmatismo refinado del PP ha acabado por relegar a Abascal y sus camaradas andaluces en un grupo rociero cantando en Sevilla y por sevillanas a los toros, la caza y la bandera; cantando a la España de charanga y pandereta, de Frascuelo y de María a la que tanto despreciaba Machado y que no ha vuelto porque nunca se fue.
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