Ocurrió en el mediodía adelantado del viernes 18 de enero. Pasaban pocos minutos de las once y el patio de los siniestros del antiguo hospital sevillano de las Cinco LLagas acogía ya a varias decenas de invitados a la toma de posesión del presidente de la Junta. Sobre el mármol, bajo los soportales y entre los jardines que rodean la elegancia renacentista de la antigua iglesia que hoy acoge el salón de plenos del Parlamento, los asistentes se movían de un espacio a otro, se saludaban, hablaban, detenían la atención en la llegada de Rajoy, en la sonrisa satisfecha de Soraya Sáenz de Santamaría, en la seriedad agridulce de Chaves, en los selfis interesados con Casado, en fin, el movimiento continuo habitual de la espera; un movimiento ordenadamente desordenado en el que cada vez transitaban más invitados y en el que solo una persona permanecía inmóvil. Una quietud que llamó mi atención antes que mi curiosidad. En medio de aquel desfile continuo, Juan José Cortes, el padre de la niña Mariluz, asesinada cruelmente en Huelva en 2008, permanecía custodiando la esquina derecha del pórtico del templo y lugar de paso obligado para llegar hasta la puerta principal por la que se accedía al Salón Multiusos en el que iba a tener lugar la solemne toma de posesión del presidente electo.
Me extrañó tanto aquella apariencia de custodia, aquella inmovilidad en medio de aquel transito continuo de gestos y palabras que, en cualquier lugar que ocupara, mi mirada acababa, atraída por el imán periodístico de la curiosidad, en aquella presencia cuya quietud solo se veía perturbada por el paso precedido por las cámaras de televisión de algún dirigente del PP y al que Cortés se acercaba para saludar con matizada efusividad.
Una efusividad que se desbordó cuando llegó a su altura Juanma Moreno. Abrazos, palabras, segundos robados ante las cámaras y fotógrafos que precedían al presidente y al que todos siguieron hasta su entrada en el salón donde juraría el cargo.
Todos, menos Cortés. Nada mas alejarse el presidente, dos trabajadores uniformados del Parlamento se acercaron a él- “vente, vente”, le indicaron con tono imperativo-, y mientras futuros consejeros, parlamentarios, representantes empresariales y sindicales y otros invitados le seguían para entrar en la sala (sin éxito, ya estaba llena), el hombre de la espera estática siguió con paso apresurado a quienes lo llamaban, quizá para entrar en el salón por una puerta lateral situada en el patio contiguo.
Reconozco que me sorprendió aquella premeditada puesta en escena (la maldad periodística, ya saben), pero la sorpresa se trastocó en bochorno cuando, días más tarde y en medio de la euforia que acompañaba a los asistentes a la convención del PP, Cortés, mientras centenares de personas buscaban desesperadamente a un niño en la espesura negra de un pozo en Totalán, arengó a quienes le jaleaban gritando “Julen, Juan Jose Cortes, el Partido Popular y España entera está contigo”, en medio de los aplausos inconscientemente impúdicos de los asistentes desde la comodidad partidista, mientras bomberos, mineros, ingenieros, guardias civiles y voluntarios sí estaban, segundo a segundo y palmo a palmo, con Julen y contra la montaña; una arenga a la que siguió su presencia en el pueblo malagueño con declaraciones casi diarias a los medios, con vigilia evangélica de rezos y cante incluida.
Pero como el despropósito no tiene límites, días después escuché en televisión unas declaraciones de Pablo Casado en las que calificaba a Cortés de asesor del PP en temas como la prisión permanente revisable y la delincuencia juvenil. La sorpresa de mi asombro traspasó todos los límites. El partido más votado de España está asesorado en cuestiones de tan extremada complejidad jurídica por un tipo del que no consta conocimiento alguno de Derecho Penal, criminología o psicología delictual, materias todas ellas que, supongo, aportarán una visión mas amplia a las asesorías citadas que el de haber sido entrenador de futbol en juveniles o ser pastor evangélico, dos circunstancias que sí tiene acreditadas Cortés.
En esas cavilaciones andaba cuando, no sé por qué (o sí), no pude evitar caer en el pecado odioso de la comparación.
Hay dolores que tienen que doler tanto que cualquier actitud que provoquen siempre estará justificada. Juan José Cortés, como tantos otros padres y madres que han perdido a sus hijos de forma tan cruel, tan espantosa, tan sin sentido, no podrán eliminar nunca de su dni sentimental una desolación tan irremediable y tan eternamente desoladora. Cada uno vive su duelo como puede.
Pero entre la religiosidad trufada de política y platós de televisión (no solo por el evangélico de Huelva, que esto ya viene desde las niñas de Alcasser con la complicidad mediática por la bochornosa búsqueda de audiencia) y el guardar, tras la tragedia, la rabia en casa y acompañar el duelo con el abrazo conmovedor del silencio, como han hecho Patricia y Ángel, los padres del pequeño Gabriel, y otras víctimas de la barbarie, hay tanta diferencia que no deja de sorprender que un mismo dolor sea vivido de forma tan distinta y tan distante.
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