Radyelec y las tiendas de discos

Vendía electrodomésticos, radios y llegó a ser una de las tiendas de discos de referencia

La puerta de Radyelec, en la calle Navarro Rodrigo, a mediados de los años 60.
La puerta de Radyelec, en la calle Navarro Rodrigo, a mediados de los años 60. La Voz
Eduardo del Pino
20:35 • 22 may. 2019

Si de niños nos pasábamos el mes de diciembre mirando los escaparates de las tiendas de juguetes soñando con todo lo que no podíamos tener, unos años después, ya adolescentes, cambiamos aquel escenario infantil por las vitrinas de las tiendas de discos.



Muchos nos fuimos haciendo hombres escarbando en los expositores de las tiendas de discos, auténticos santuarios de la juventud de los años sesenta y setenta, cuando algo tan sencillo como comprarse un ‘LP’ o una cinta de casete era considerado como un gran acontecimiento. 



Una atmósfera seductora envolvía a aquellos pequeños comercios en los que la música sonaba a todas horas. Entrábamos casi de puntillas, como si penetráramos en un templo. Nada más llegar el sonido de la música de fondo te transportaba a otra realidad que se llenaba de magia cuando te situabas delante de las cajoneras de los discos y empezabas a rozarlos, a mirarlos, uno a uno. Era un placer acariciarlos, olerlos, sentir la dureza del vinilo dentro de la envoltura; era toda una experiencia mística leer las letras de las canciones y contemplar las fotografías que venían en el interior. 



La mayoría de las veces íbamos a la tienda de discos con los bolsillos vacíos, sabiendo que el disco que acababa de salir, que tanto nos gustaba, no podía ser nuestro por lo menos hasta que llegaran los próximos reyes, pero el solo hecho de encerrarnos media hora entre tanto tesoro escuchando una canción de fondo, nos proporcionaba un estado de embriaguez que al menos en mi caso solo era comparable con la emoción que sentía cuando en los días de vacaciones me encerraba en la soledad de la sala de lectura de la biblioteca Villaespesa con un tebeo de Asterix entre las manos. 



Los niños de mi generación crecimos viendo y escuchando los discos de nuestros hermanos mayores y nos hicimos adolescentes con una cinta de casete en la mesita de noche. Asistimos a aquel salto tecnológico (si se puede llamar así), que  supuso el apogeo de las cintas en detrimento del vinilo de toda la vida. Las cintas no tenían el glamour de los discos, pero eran más manejables y te permitían la posibilidad de piratearlas a un precio módico. Te comprabas una cinta virgen y te la grababan con las canciones del disco que eligieras. Si la cinta era de hora y media podías meterle más de un disco. Las cintas y los populares casetes revolucionaron el universo pandillero en los años setenta y permitieron que se pudieran organizar reuniones musicales hasta en la arena de la playa. Las canciones de las Grecas y de Rumba 3 se mezclaban en las playas del Zapillo con Dire Strait y Pink Floyd, que tanto nos gustaban entonces. 



Eran años de apogeo para las tiendas de música. En mi calle abrieron ‘Galería del Disco’, donde conocimos la alternativa de las cintas grabadas a medida. En la calle de las Tiendas disfrutábamos con las novedades y la modernidad de ‘La Sirena’, donde por primera vez pudimos escuchar una canción recién estrenada a través de unos auriculares. En el centro de la ciudad sobrevivían auténticos gigantes del disco como ‘Rio Preto’, en la Rambla de Alfareros, y ‘Radyelec’, en la calle Navarro Rodrigo.



Después del cierre del negocio de la Viuda de Sánchez de la Higuera, en el Paseo, la tienda de ‘Radyelec’ era la más antigua en la década de los setenta. Su historia se remontaba a los primeros años cincuenta, cuando un joven emprendedor, Ismael Morillas Hernández, montó un establecimiento de material eléctrico y accesorios de radio a unos metros del Paseo. Era un negocio de amplio espectro en el que además se hacían instalaciones de luces fluorescentes y se arreglaban todo tipo de aparatos eléctricos. Por Navidad, los escaparates de ‘Radyelec’ se llenaban de sugerentes regalos. Para los Reyes Magos de 1955 el producto estrella fue el aparato de radio de la marca Invicta, que entonces costaba dos mil trescientas pesetas, todo un lujo para aquella época.



En los años sesenta la tienda del señor Morillas se fue especializando poco a poco en discos, aunque el buque insignia del negocio fue durante mucho tiempo el frigorífico americano de la marca Kelvinator, que acabó instalándose en los comedores de nuestras casas. “Es igual de barato y además es Kelvinator”, decía la voz del anuncio que escuchábamos por la radio y veíamos en la televisión. Fueron los años de los transistores, de las televisiones Iberia y sobre todo de los discos, que en los años setenta fueron la bandera de ‘Radyelec’. Eran buenos tiempos para el negocio que le permitieron a Ismael Morillas ampliarlo. En 1965 abrió ‘Confort’, en el Paseo, y en 1974 la tienda de ‘Radyelec’ de la calle Altamira’.


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