La muralla estaba allí, oculta bajo una capa de yeso, formando parte de las paredes de dos importantes comercios del centro de Almería: Casa Caparrós y el Rinconcillo. No es un trozo de lienzo más, es una muralla majestuosa de más de cuatro metros de altura que muestra signos de haber pasado por distintas reformas.
Ha aparecido por casualidad, sin necesidad de utilizar la piqueta ni el martillo. El joven empresario Pablo López, gerente del bar ‘Patio de Vecinas’, en la calle del Arco, había solicitado el permiso correspondiente para una pequeña rehabilitación del local que estaba abandonado. Era una obra sencilla: adecentar los techos, las paredes y el suelo y colocar una barra para instalar una taberna típica de la tierra que recuperara ese rincón que en otro tiempo fue un punto estratégico en la vida comercial de la ciudad.
Al limpiar la pared frontal fue apareciendo ese impresionante muro que nos remonta a los orígenes de la ciudad, tal y como ha confirmado a este periódico el investigador y escritor almeriense Antonio Gil Albarracín. “Tenemos que felicitarnos todos por esta aparición que hay que rescatar e incorporar cuanto antes al patrimonio de la ciudad. Esta muralla formaba parte de un dispositivo complejo de la llamada Puerta de Pechina. Al atravesar dicha puerta aparecía una especie de plaza rodeada de muros que convertían el lugar en un sitio inexpugnable para el que intentara penetrar dentro”, asegura el ilustre historiador.
Esta muralla milenaria fue recibiendo las modificaciones que impuso cada época hasta mediados del siglo diecinueve. Cuando la ciudad fue derribando sus muros primitivos este baluarte fue utilizado como muro de carga para las edificaciones que fueron llegando. Quién iba a pensar que detrás de los mostradores de Casa Caparrós y del Rinconcillo, iba a aparecer casi intacto un fragmento crucial de la historia de Almería que nos hace retroceder mil años atrás.
Tampoco se lo esperaba el promotor de la taberna que se estaba gestando. Pablo López, aprovechando el éxito de su primer bar en la calle del Arco, se había embarcado en una nueva aventura hostelera, ahora con un bar moderno sin cocina, a base de tapas frías, en un espacio estratégico al lado de la Puerta de Purchena y justo detrás de la entrada a los refugios de la Guerra Civil.
Ochenta metros de local, una barra de madera de un extremo a otro y sus correspondientes taburetes, una instalación adaptada a los nuevos tiempo que ahora mismo está en el aire debido a la aparición de la vieja muralla. “Nuestra idea era poner en marcha el negocio sin necesidad de hacer obras importantes, adaptándonos a las condiciones del local”, comenta el promotor.
La situación en estos momentos es de incertidumbre. La Junta de Andalucía ya se ha puesto a trabajar y le ha notificado a los propietarios del local que no pueden tocar la muralla mientras que los expertos no valoren el hallazgo. La incógnita se centra ahora en saber si el proyecto de bar se podrá llevar a cabo o por el contrario se mandará detener las obras. Hay quien piensa que no estaría mal emparentar la cultura con la gastronomía en una ciudad donde tanto cuesta que la gente vaya a ver un monumento y donde cuesta tan poco entrar a un bar a tomarse una caña.
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Eduardo de Vicente