El sastre de Anthony Quinn

Ha muerto Ángel López Almansa (1931-2019), el sastre que tenía el taller en la calle de Murcia

Años 50. El sastre junto a su familia en la puerta del negocio.
Años 50. El sastre junto a su familia en la puerta del negocio.
Eduardo de Vicente
07:00 • 19 jul. 2019

Perteneció a la penúltima generación de sastres, la que conoció los buenos tiempos cuando en Almería cada barrio tenía su sastre y la que vio venir, años después,  la decadencia del oficio, cuando los artesanos no pudieron competir ni con la moda ni con los precios de la ropa de fábrica.  



Sus inicios en Almería fueron con una de las firmas de mayor prestigio en el ramo de la sastrería. Cuando en 1956, recién llegado de Marruecos, Ángel López Almansa entró a trabajar con los hermanos Molina, el negocio era el más apreciado de la ciudad. Ocupaba uno de los locales del edificio de las Mariposas, compartiendo el prestigio de ese acera con establecimientos tan importantes como el bar los Claveles, la peluquería de Antonio Cazorla, calzados el Misterio o Curtidos Ruiz. El volumen de trabajo eran tan grande que los Molina tuvieron que abrir dos talleres de costura, uno dedicado exclusivamente a la ropa militar y otro para la ropa de paisano. 



Para Ángel, la experiencia con Molina le sirvió para hacerse con un nombre en la ciudad, a pesar de que sólo fueron tres meses en la empresa. ‘El Francés’, como así lo llamaban por su acento, dejó huella en la sastrería de ‘Las Mariposas’, su tijera se hizo famosa por poner de moda los bolsillos inclinados en los pantalones de caballero, según la costumbre francesa.



Cuando dejó la empresa Molina, Ángel entró a formar parte de la plantilla de empleados de Manuel Beltrán, que en los años cincuenta era uno de los empresarios de ropa más acreditados de Almería. 



El establecimiento lo tenía en la calle de las Tiendas, pero el taller de corte estaba en el barrio de las Casitas de Papel, frente al  Camino de los Depósitos. Como la distancia era grande, Ángel se pasaba el día dando viajes desde el centro al extrarradio, subido en la bicicleta que le dejaba el señor Cornelio, padre de Beltrán. Cornelio también tenía su propia historia: en aquellos años ayudaba a su hijo en la tienda, colocándose en la puerta como si fuera un vigilante de tapadillo para que las mujeres que entraban al vestuario a probarse la ropa no se la llevaran después escondida debajo del vestido.



Con Manuel Beltrán estuvo dos años, suficientes para que su fama de innovador y de buen sastre se hiciera célebre en Almería. Ante la posibilidad de poder tener una clientela propia, Ángel López decidió iniciar una nueva aventura por su cuenta y en 1959 alquiló un local en la calle de Murcia y allí puso su propia sastrería. En los tiempos de mayor apogeo llegó a dirigir un equipo de catorce personas en el taller de costura y su prestigio traspasó las fronteras de la ciudad para extenderse también por los pueblos. Una vez a la semana cogía la moto Vespa que se compró para trabajar y se iba por la provincia a tomar medidas y a llevar los encargos. 



Le cosía a mujeres y a hombres y por su taller pasaron los personajes más conocidos de la sociedad almeriense de los años sesenta. Hasta un actor tan conocido como Anthony Quinn, pasó por la sastrería de la calle Murcia en 1968 para hacerse siete pantalones. Ángel recordaba como anécdota de aquel encuentro que el actor mexicano necesitaba todos los días un pantalón nuevo para hacer frente a las duras escenas del rodaje de la película Mando Perdido. López Almansa tenía clientes de todos los rincones de Almería, gente poderosa y personajes humildes que se gastaban todos los ahorros en tener un buen traje a medida. Cuando la empresa de Coca Cola instaló un servicio permanente en Almería, fue el sastre de la calle de Murcia en el que se encargó de hacerle el vestuario completo a todos los empleados, desde los oficinistas hasta los repartidores. Los trabajadores del Hotel Torreluz también pasaron por el taller de Ángel.



Fueron cerca de veinte años haciendo historia en el taller de la calle de Murcia, hasta que en 1978, por el afán de seguir creciendo, probó fortuna comprando un local en la Plaza de Flores, donde años más tarde instalaron la Taberna del Torreluz. Cuando la empresa hostelera decidió abrir este nuevo negocio, le compró el local al sastre y éste se marchó a la calle Concepción Arenal, donde transcurrieron los últimos años de la fértil vida profesional de Ángel ‘el Francés’.



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