Entre el mar y el cerro; un paseo por las calles del barrio de Pescadería

Los rincones de Cristóbal Núñez por el barrio de su vida

Vista de la Alcazaba con las viviendas de colores en el entorno
Vista de la Alcazaba con las viviendas de colores en el entorno La Voz
Lola González
07:00 • 21 jul. 2019

Aparco junto a los torreones, esos del siglo X que nadie quiere más que sus vecinos. Dejo el coche y bajo  la Avenida del Mar a su encuentro.



Tras los reglamentarios dos besos, Cristóbal Núñez, Cristo para los que compartimos con él pies descalzos y hombro los Martes Santos, me recibe con un: “Aquí he nacido y me he criado yo”. Y es que Cristo Núñez es uno de esos vecinos de Pescadería con orgullo de barrio. La ruta de hoy es diferente.



Recorreremos ese barrio que se mueve entre la literatura de Goytisolo y la maldición del cultivo de la marihuana. El de trabajadores ligados a la mar y que mira al futuro sin querer olvidar su pasado.






Nacido en la misma Avenida del Mar comenzamos en el que fue uno de sus lugares de juegos infantiles, el interior del edificio de ‘El Patio’. Al entrar nos encontramos frente a un mosaico con la Virgen del Pilar algo deteriorado. Seguimos y la primera imagen es la misma que hace más de dos años; puntales multicolor que sujetan la historia de este edificio con más de cinco décadas a sus espaldas y que ya dio visos en 2017 de necesitar un arreglo profundo tras desmoronarse una parte de un pasillo.



“En los noventa en la parte baja no aparcaba nadie y lo usábamos para jugar al fútbol porque arriba las vecinas tendían la ropa”, me dice para sacarme de mi ensimismamiento. Recuerda como, a pesar de la situación de dejadez de la zona, “ahora está mejor, está asfaltado y no con la arenilla y los chinorros de antes”.



Cambio
Ahora a las ventanas se asoman algunos vecinos, casi todos inmigrantes, pero “los de antes eran sobre todo familias, hasta tres generaciones. Había ex militares, guardias civiles jubilados, gente que venía aquí a pasar los veranos... Pero poco a poco se fueron independizando los hijos y se fue vaciando”.Señala con nostalgia la ventana en la que estaba la casa de su tía, el bajo en el estaba la tienda de chucherías o la que vendía tabaco. Nada queda de aquello. 



Salimos por la calle Juan Goytisolo y nos dirigimos “a la Plaza Tutti Fruti. No me preguntes por qué se le dice así porque no lo sé, pero los chavales la llamábamos así”. 



Esta plazoleta, de Olula del Río o la recién bautizada como Virgen del Carmen de Pescadería, nos recibe con un grupo de vecinos sentados a las puertas del bar. “Aquí nos juntábamos por las mañanas todos los niños, cuando en la plaza había más árboles y daba sombra, para echar ‘pachangas’ o jugar a las canicas”, explica Núñez. Y es que eso del fútbol lo tiene muy arraigado. Seguimos caminando y señala una puerta. “Ahí estaba el club, mi club, el Valdivia. El local apenas tenía  20 metros cuadrados pero había sillas, tenía chucherías, un futbolín y todas las fotos”, pero después nació el ‘Virgen de La Chanca’ y se fueron muchos. Nos quedamos solo los de mi generación y una vez que pasamos a juveniles, se acabó”.


Igual que se terminó el flamenco en la calle Lastre en esa peña en la que vio cantar a Juanito Valderrama y a Dolores Abril.


Comenzamos el ascenso por calle Remo hasta alcanzar una de las vistas más bonitas de la Alcazaba con las casas de colores de Chamberí a sus pies. En el camino nos sorprenden no tanto las empinadas escaleras de las calles laterales como el ver a una vecina pintando de rojo una de ellas presidida por una planta de un verde resultón que seguro no ha puesto el Ayuntamiento. Tampoco ha cuidado el torreón que ha quedado encerrado entre viviendas, no lo ha hecho nadie.


Mientras hacemos el descenso saludan en varias ocasiones a este improvisado guía de la memoria de su barrio y me enseña la puerta de la Sociedad de Silvestrismo ‘El Pardillo’. “Éste es un punto de encuentro del barrio. Aquí se vienen por la mañana, cuando acaba la faena, con pescado fresco y muchas ganas de pasar el rato”.


Viviendas
Tras pasar por los restos arqueológicos aparecidos en un solar que esperan allí a la intemperie que alguien se acuerde de ellos llegamos a la Plaza de Gloria Sevilla, seguimos las viviendas de pescadores, esas que realizó en la zona del Martinete la constructora benéfica Santos Zárate como parte de ‘obra social’ de la Caja de Ahorros de Almería. Alguna placa queda incluso por la zona.


Entramos en las callejuelas estrechas del Llano de Pescadería. Todo son casas tradicionales, la mayoría de planta baja que han sobrevivido a la presión urbanística. “Me encantaba pasear por estas calles. Siempre veías a las vecinas en la puerta preparando todo para hacer la comida. Pasabas, saludaban, siempre estaban ahí”. Recuerda además Cristo Núñez que en esta zona “había una pastelería de esas de antaño, con el merengue de toda la vida” que pareciera que aún saborea.


Me quedo embobada viendo las grandes casas , muchas de ellas rehabilitadas, en uso, y prácticamente desconocidas para la mayoría de los almerienses que no pasamos la barrera psicológica de la Avenida del Mar.



Llegamos a la Plaza de San Roque y a su escalinata. Desde allí se contempla toda la actividad del puerto, ese que  ha dado vida y muerte al barrio.


Pero las mejores vistas de la ciudad se ven desde las alturas así que emprendemos la marcha y comenzamos a subir cuestas. “Por estas calles hasta llegar al mirador del Cerrillo del Hambre solemos pasear Tamara (su mujer) y yo muchas tardes cuando ya cae el sol” y es que “a pesar de que está muy deteriorado, las vistas son espectaculares”.


Mantenimiento
Razón no le falta. Conforme te acercas te empiezan a rodear los descampados sumidos en el olvido desde que se construyó el mirador. Las escaleras tienen agujeros, cristales rotos, falta de iluminación, pero cuando llegas a la cima se abre ante ti toda la bahía de Almería a un lado y todo el entorno de la Alcazaba al otro. En ese momento se une lo mejor y lo peor del barrio, su destrucción y su riqueza, la falta de mantenimiento y todo su patrimonio cultural.


Desde allí se puede ver al fondo la calle Anzuelo que espera, desde hace años, que la Junta de Andalucía realice la promoción de viviendas prometidas, pero mientras tanto, el solar sin limpiar espera.


Allí paramos en un quiosco a tomar un refresco y su dueño me enseña un recorte de prensa de la inauguración del lavadero del barrio allá por finales de los 50 y me cuenta parte de su memoria.



Al cruzar la salida retoma Cristo Núñez la suya. “Mira allí arriba. Ahí está la cueva de la tía Manuela”. En medio de la ladera, con un acceso inexistente veo una entrada a una vivienda que asegura que “tenía unos 40-50 metros, tenía su recibidor y dos dormitorios, superfresquito”. Mi pregunta era obvia, la tía Manuela no sería muy mayor, pues me equivocaba. Sigo el camino aún pensando en cómo llegaba a su vivienda.


Historia

Vamos en busca de la entrada de la Cueva de la Campsa y en el camino nos reciben multitud de vecinos tomando el fresco, jugando a las cartas o al bingo. Una imagen casi antigua que se mantiene en esta zona de la ciudad. Vamos haciendo paradiñas, es lo que tiene ir con alguien del barrio y al que se sale familia por cada esquina.


Poco accesible, no apta para los que tenemos claustrofobia como yo, se encuentra la entrada a este lugar con historia que se está convirtiendo también en un reclamo turístico para el barrio.


Seguimos ruta hasta llegar a las Casas de Ángel. Allí al fondo se ven todavía las cuevas y el espacio que se prometió que volvería a ser un campo de fútbol dentro de los planes de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento, pero que allí sigue hasta sin criar malvas.


Del paseo por el cortado para llegar desde Casas de Ángel hasta las Cuevas de las Palomas, las viviendas del camino, los niños y sus juegos, o las basuras en el  barranco del Caballar, tendremos que hablar en otro momento. Igual que el señor trenzando esparto a las puertas de su casa ya en la Almedina o la simpatía de las señoras del Patio Fernández.

Pero eso será otra vez porque un barrio no cabe en dos páginas, y la memoria de sus vecinos, la de Cristo,  menos todavía.


Perfil

Cristóbal Núñez es un joven nacido, criado y que sigue viviendo en su barrio de Pescadería. Es un defensor de las calles que le han visto corretear y que ahora lo hacen con su hija.


Mira con nostalgia los tiempos en los que de niño disfrutaba del barrio de pescadores y reclama más atención de todas las administraciones para que vuelva a ser lo que era.


A pesar de eso, es un vecino que tiene orgullo de barrio, de sus gentes que trabajan cada día por poner en valor sus recursos patrimoniales, por ganarse la vida y sobre todo, por seguir manteniendo esa manera de vivir ya pasada de moda.



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