Los cambios de ciclo en el Zapillo

El Paseo Marítimo transformó la playa del Zapillo, aunque ya se haya quedado pequeño

Vista de la playa del Zapillo a finales de los años sesenta cuando no existía el Paseo Marítimo.
Vista de la playa del Zapillo a finales de los años sesenta cuando no existía el Paseo Marítimo.
Eduardo de Vicente
07:00 • 01 ago. 2019

La puesta en marcha del proyecto de Paseo Marítimo, a finales de los años setenta, fue el motor que empezó a cambiar la fisonomía de la primera línea de playa de la ciudad. Los cambios de ciclo empezaron a sucederse en períodos muy cortos de tiempo hasta transformar completamente la imagen de nuestro litoral desde las Almadrabillas hasta la boca del río.



Desapareció aquel pintoresco puente de  piedra que cruzaba el último tramo de la Rambla hacia el puerto, por donde pasaban los trenes que llegaban hasta el muelle pesquero. Desapareció la casa de máquinas y hasta la querida playa del Club Náutico que se urbanizó por arte de magia para que allí se pudieran instalar las dependencias del Club de Mar. 



Desapareció el complejo deportivo de las instalaciones sindicales donde antes estuvo el campo del Gas y donde los niños de los años setenta íbamos a jugar al fútbol gratis y en verano a tirarnos desde los trampolines de la piscina. Desapareció la maltrecha playa de Villacajones y el gigantesco depósito del cargadero de mineral del llamado Cable Francés. 



También acabaron sucumbiendo al cambio de ciclo lugares que parecían inalterables como toda aquella manzana donde estuvo asentado el balneario de San Miguel. Desapareció el balneario y hasta la terraza de cine que después levantaron en uno de  sus solares entre la calle de San Miguel y la actual Avenida de Cabo de Gata. Desapareció el cine, el cuartelillo de la Guardia Civil y una franja importante de la arena de la playa que se utilizó para abrir en ella el Paseo Marítimo. Antes de su construcción, la arena llegaba hasta los pies de los bloques de edificios que la mal llamada modernidad había plantado en primera línea de playa, dinamitando una de las zonas más bellas de la ciudad. Los pisos estaban tan metidos en el mar que cuando venía un temporal de poniente las olas rozaban los cimientos y las aceras se cubrían con las cañas que la marea devolvía a la tierra.



A medida que el Paseo Marítimo fue avanzando hacia el camino del río, los cambios fueron transformando ese último tramo desde el final de los últimos edificios hasta la desembocadura del Andarax. Desapareció la explanada de tierra frente a la playa que servía de aparcamiento durante el día y que por las noches se convertía en el ‘picadero’ oficial de las parejas de novios con coche. En medio de la oscuridad, y con el murmullo de las olas como música de fondo, se escuchaba el sonido de los muelles de los coches, que chirriaban  siguiendo el movimiento acompasado de los cuerpos cuando se agitaban.



Desapareció la vega  y los dos campos de fútbol que llegaron a juntarse en la misma manzana: el campo del Zapillo y el campo del Hércules, bautizado con el nombre de Eloy Tripiana. Siguió avanzando la urbanización y acabó llevándose por delante a todo el complejo industrial de la Térmica, que había sido inaugurada oficialmente el 30 de abril de 1961 en una ceremonia a la que asistió el Jefe del Estado, Francisco Franco, junto a las autoridades locales. En su discurso de aquella tarde, Franco se refirió al abandono de nuestra provincia con estas palabras: “Almería, durante estos veintidós años, ha estado siempre presente en mi pensamiento porque conocía vuestros muchos problemas, sabía de vuestros sufrimientos y había comprobado vuestro secular abandono”, dijo el Caudillo. 



Con el cierre de la Térmica cayó la chimenea gigantesca que había llegado a ser un símbolo de su época y hasta la popular playa del agua caliente donde iban las personas mayores con problemas de artrosis sin atender al cartel que advertía de que allí estaba prohibido bañarse. 



Desapareció la Térmica y su mundo y el edificio de la Residencia de Ancianos, inaugurado en la primavera de 1971 con sus doce plantas de altura, con sus más de doscientas plazas para ancianos, con sus comedores, salones de juegos, varias salas de televisión y espléndidas terrazas desde donde se dominaban las mejores vistas de Almería, desde las sierras de Gádor y los Filabres hasta el Cabo de Gata y Roquetas.


El Paseo Marítimo revolucionó la primera línea de playa de la ciudad hasta convertirse en una de las avenidas principales. Quizá, las autoridades de aquel tiempo no tuvieron la visión de futuro necesaria para haber apostado más fuerte. No llegaron a imaginar que unas décadas después aquella gran obra se iba a quedar pequeña. Hoy el Paseo Marítimo se hace intransitable en las noches de verano cuando media Almería se refugia allí del calor. El gran Paseo sigue siendo una obra inacabada y al parecer interminable, que sueña con llegar de una vez a la mítica y abandonada boca del río.



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