Agosto llegó con el calor de siempre, pero sin ese ambiente festivo que empezaba a respirar la ciudad cuando cada año se acercaban los días de la feria. La guerra había dejado una cicatriz de miedo, de incertidumbre, de hambre, de tristeza y la gente no estaba para celebraciones. Tampoco lo estaban las arcas municipales, que aguardaban un día tras otro las ayudas estatales para poder empezar a respirar.
Había poco dinero en el ayuntamiento y los gastos inútiles se sucedieron en aquel mes de agosto de 1939 impidiendo que se pudiera organizar una feria decorosa. Ese verano las autoridades locales se habían gastado cerca de cuatro mil pesetas en un viaje a Sevilla para tomar parte en el homenaje al teniente general Queipo de Llano, uno de los hombres fuertes del ejército vencedor. La expedición dejó maltrecha la caja fuerte del ayuntamiento, ya que en aquel tiempo, para ir a Sevilla desde Almería había que echar casi un día de viaje y los costes se multiplicaban. Y quién le iba a decir a los organizadores del homenaje que los representantes de Almería no podían asistir. Había que ir a la fuerza, a pesar de esas tres mil setecientas catorce pesetas que se invirtieron en la aventura.
No fue el único gasto que trastocó las finanzas municipales en ese verano, ya que se tuvo que contribuir con varios cientos de pesetas a la iniciativa del Ayuntamiento de Huelva de regalarle a Franco la ‘espada de la victoria’, un lujoso trofeo que fue costeado por los ochos municipios andaluces. ¿Para qué necesitaría el Caudillo una espada invicta?
La feria de Almería se acercaba en medio de una atmósfera inquieta de supervivencia, poco propicia para las alegrías compartidas. La gente tenía la preocupación diaria de buscarse la vida cuando había que hacer colas para poder comprar pan o los doscientos gramos de azúcar que correspondían por persona. La escasez de la mayoría contrastaba con la opulencia de unos pocos, de los que tenían para sentarse en una terraza de un café del Paseo y merendar churros con chocolate y para aquellos que se permitían el lujo de saborear uno de los dulces que salían del obrador de la Dulce Alianza, que unos meses antes había vuelto a ponerse en marcha.
Uno de los grandes acontecimientos de aquel agosto fue la llegada del Jefe de la Segunda Región Militar en Almería, el teniente general don Andrés Saliquet, que vino para quedarse y convertirse en un almeriense más. Fue un recibimiento masivo en la estación del ferrocarril, con miles de vecinos cubriendo el cortejo por las calles y la banda municipal amenizando la jornada. Apareció saludando desde la puerta del vagón, con ese aire de militar antiguo que lo caracterizaba, acentuado por el bigote con las puntas hacia arriba que le daba un toque entre intelectual y cómico.
Llegó la feria y como no había dinero para florituras se organizaron unos juegos florales con los que se pretendían ensalzar las bondades de nuestra ciudad y de nuestra Virgen bajo la custodia del célebre escritor del régimen José María Pemán, que hacía su gira veraniega aprovechando el momento histórico. Cuando todo el mundo esperaba al poeta, se recibió un telegrama anunciando que no podía venir, que estaba ocupado.
Sin juegos florales la feria se tuvo que centrar en la figura de la Patrona. Unas cuantas casetas con vendedores ambulantes que llegaron de otras ciudades con sus cargamentos de turrones y frutos secos, el espectáculo de las sesiones de cine del Tiro Nacional, el Imperial y las terrazas España y Variedades, y sobre todo, los actos religiosos que fueron multitudinarios.
El sábado 26 de agosto se celebró una salve popular al aire libre en el entonces llamado parque de Conde Ofalia. Al día siguiente la Banda Municipal de Música hizo un pasacalles por el centro a primera hora de la mañana y por la noche se quemó un castillo de fuegos artificiales. La procesión fue multitudinaria: las organizaciones juveniles y las centurias y banderas de Falange abrieron la comitiva, siendo impresionante el gran número de devotos que salieron descalzos en señal de promesa. La imagen iba bajo un arco triunfal de bombillas eléctricas de colores y la procesión estuvo presidida por el vicario general del Obispado, don Rafael Ortega Barrios, ya que Almería no tenía todavía Obispo oficial, y por los generales Saliquet y Tamayo, que según la crónica del diario Yugo, “fueron aclamados como héroes”.
Las calles estaban repletas y detrás de la Virgen se formó un río de fieles, muchos de ellos devotos que iban descalzos cumpliendo con alguna promesa. Vinieron de todos los pueblos cercanos para darle a Almería un aspecto de ciudad en fiestas.
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