La tómbola y el valor de las cosas simples

La tómbola era la esperanza de los pobres cuando un simple muñeco era un gran regalo

El alcalde de almeria Francisco Gómez Angulo, paseando por el recinto de la feria en agosto de 1969.
El alcalde de almeria Francisco Gómez Angulo, paseando por el recinto de la feria en agosto de 1969.
Eduardo de Vicente
07:00 • 09 ago. 2019

La tómbola con su juego de humildes barreños donde se guardaban los papelillos de cada sorteo. La tómbola ruidosa y pachanguera donde el locutor con un altavoz desafinado iba pregonando los tesoros a los que el respetable público podía aspirar por el módico precio de cinco pesetas. La tómbola de las primeras televisiones que nunca tocaban, la tómbola de las muñecas que formaban un ejército expuestas en la vitrina como si fueran manzanas. 



La tómbola era la esperanza de los pobres y la ilusión de los niños que de la mano de nuestras madres nos acercábamos al mostrador con la misma cara de sorpresa que lo hicieron ellas en su juventud de posguerra. Ir a la feria significaba pasar por la tómbola, como si fuera un ritual obligatorio, esperando que la suerte nos convirtiera en reyes por un día. Si ibas a la feria y no jugabas a la tómbola te sentías tan vacío como la noche que no terminabas la fiesta comiéndote un bocadillo de morcilla de los Díaz sentado en el muro de piedra del Parque.



No íbamos a la tómbola a hacernos ricos, sino a disfrutar de ese placer inigualable de que te tocara algo, el mismo que sentíamos cuando en el colegio llegaba el hombre de los cromos y sorteaban el álbum. Aprendimos a valorar cualquier detalle por pequeño que fuera y el hecho de regresar de la feria con un muñeco entre los brazos o un juego de vasos era un triunfo para la familia. Apreciábamos el valor de las cosas simples y en ese tipo de objetos, la tómbola era el auténtico paraíso.



De todas aquellas tómbolas que formaron parte de nuestras ferias infantiles, recuerdo con especial cariño la popular tómbola de la Caridad, de la que tanto me hablaban mis padres. La tómbola de la Caridad fue el símbolo de nuestra Feria hasta finales de los años sesenta. Por allí pasaban las familias enteras a por el premio soñado y las parejas de novios que buscaban la máquina de coser que tanta falta le hacía. 



En 1964, un vecino de la calle Braulio Moreno, José Orts Orts, se llevó un televisor Marconi, y a un conocido funcionario, Manuel Salazar Ruiz , le correspondió el gordo de la noche que era una moto ‘Lambretta’. Ese mismo año apareció en la tómbola, incrustado en medio de sus atractivas estanterías, un auténtico coche Seat  600, que estaban de moda entonces. Formaba parte del sorteo extraordinario de la madrugada. Se supo el número agraciado con el premio, pero nunca quien se llevó el vehículo.



 La tómbola de la Caridad era un símbolo de la autarquía y de las carencias de los años de la posguerra. Empezó a gestarse en febrero de 1949, cuando comenzó a funcionar  el Secretariado Diocesano de Caridad, un proyecto del Obispo Alfonso Ródenas García para que la Iglesia se hiciera con el dominio absoluto de todas las asociaciones de caridad que operaban en Almería. La primera decisión importante del nuevo organismo religioso fue la de establecer una tómbola para los días de feria bajo el control del obispado que funcionara con donaciones de particulares y cuyo fin sería recaudar fondos para ayudar a las familias más necesitadas de la ciudad. 



La maquinaria propagandística puso en marcha todos sus motores hasta convertir la tómbola en el gran acontecimiento de aquella Feria de 1949 y las que siguieron después. El primer paso fue hacer un llamamiento a los comercios, industrias y a las familias pudientes de Almería para que remitieran sus donativos y sus regalos a la sede del obispado. Se les pedía su colaboración material a cambio de obtener otros bienes espirituales. “Católico almeriense y no almeriense: la tómbola de Caridad te brinda la ocasión de adquirir por muy poco dinero gran número de acciones en el mejor de los negocios, el de la salvación de tu alma”, decían los discursos publicitarios que emitían continuamente las emisoras de radio y el diario Yugo. Además, la generosidad de los donantes no sólo se vería recompensada con los altos honores inmateriales que les aseguraba la Iglesia, sino que también tendrían el premio de escuchar sus nombres en la radio y de verlos publicados en el periódico todos los días como si fueran héroes.



La tómbola de Caridad se convirtió en uno de los espectáculos más importantes de las fiestas. Era un ritual, cada vez que se bajaba a la Feria, darse una vuelta en los caballicos y pasarse por la tómbola donde siempre tocaba algo por escasa que fuera la apuesta. Allí te podías llevar desde un cartucho de arroz o una docena de huevos frescos, que tanta falta hacían en los años de posguerra, hasta un pollo bien cebado en un cortijo de la Vega o un lujoso mantón de manila, artículos inalcanzables para la mayoría de las familias en aquella época. 



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