Las estrellas de la Caseta Popular

Era el gran escenario de los días de feria, donde venían a actuar los cantantes de moda

Una semana antes de que empezara la feria, los obreros comenzaban a levantar la fachada de la Caseta Popular
Una semana antes de que empezara la feria, los obreros comenzaban a levantar la fachada de la Caseta Popular
Eduardo de Vicente
07:00 • 15 ago. 2019

El primer indicio de que la feria estaba a la vuelta de la esquina lo descubríamos aquella tarde que de camino a la playa nos encontrábamos con el grupo de obreros que estaban empezando a levantar la fachada de la Caseta Popular. Era la portada más importante cuando apenas existían las casetas particulares, era el auditorio oficial, el recinto sagrado donde iba la gente a bailar y donde los responsables de la comisión de Festejos traían cada año a los artistas más destacados del panorama nacional.



Por la Caseta Popular pasó Massiel cuando estaba en su apogeo años después de haber ganado el Festival de Eurovisión, y Julio Iglesias cuando ya era un artista de renombre en España y estaba empezando a dar el salto al otro lado del Atlántico. Julio vino a la caseta en la feria de 1973 y repitió dos años después cuando también pasaron por ese escenario Rumba 3, que estaba pegando fuerte, Mocedades, que era uno de los grupos de moda, Georgie Dann, que era el rey de las canciones del verano y Los Puntos, que habían alcanzado los primeros puestos en la lista de éxitos.



La Caseta Popular era una de las grandes atracciones de la noche, el lugar por donde todo el mundo pasaba, que además arrastraba la tradición de los años. Se creó en la posguerra y sobrevivió durante todo el Franquismo, la Transición y la democracia. Se puede decir que la Caseta Popular vino a contrarrestar los bailes de gala del Casino en una época en la que la gente necesitaba divertirse para olvidar las penas. La primera vez que la montó el ayuntamiento fue en agosto de 1948 y tuvo tal éxito que al año siguiente se convirtió en la principal atracción del Real de la Feria.  La instalaban cerca del espigón de Levante, enfrente de las escalinatas del Puerto. Una semana antes de que empezara  la feria ya estaban los obreros montando la gran caseta para recibir a toda clase de públicos. 



Allí tocaban todas las noches dos orquestas con sus vocalistas correspondientes. Fueron muy célebres la orquesta del maestro Barco y la del maestro Orozco, con las que actuaba la cantante almeriense Mary Ortiz, una joven del barrio de San Roque que unos meses antes había cosechado un importante éxito en el Corpus de Granada.



En la feria del 49 la comisión de festejos invirtió para hacer de la caseta el lugar de referencia de los almerienses, haciendo especial hincapié en la iluminación, en llenar el recinto de farolillos y bombillas y que la luz no fallara como había ocurrido un año antes, cuando cada media hora había que parar el baile por culpa de un apagón. Para aprovechar aquella infraestructura de hierros y madera, la caseta seguía en pie hasta el mes de octubre, reconvertida en escenario de veladas de boxeo.



Para los adolescentes de varias generaciones, la feria significaba vivir la madrugada, un espacio negado a los jóvenes en una ciudad sin vida nocturna. Hasta el apogeo de las discotecas en los años setenta, Almería era una ciudad que se acostaba temprano, que no tenía lugares donde ir después de las diez de la noche, ni los jóvenes tenían libertad para poder llegar tarde a sus casas. Sólo se podía disfrutar de la madrugada en las noches de feria y en Semana Santa para asistir al Vía Crucis del Cristo de la Escucha



En feria los padres se volvían más flexibles y las muchachas podían llegar de madrugada, siempre que fueran debidamente acompañadas. Aquella atmósfera de opresión que rodeaba a la sociedad de la época, se relajaba cuando llegaban las fiestas y la gente se permitía ciertas licencias tan atrevidas como bailar con cualquiera en la Caseta Popular o asistir a una de las funciones del Teatro Chino, que era una mezcla entre números de circo y variedades. Había cantantes, orquestas, humoristas y sobre todo, bellas señoritas que enseñaban las piernas  en las funciones de noche. Era un lugar atractivo, con un toque de picardía, donde solían ir mucho los matrimonios para entrar en calor.



La Caseta Popular empezó a cambiar de rumbo y a perder importancia en la década de los años  ochenta, cuando se pusieron de moda las casetas particulares y las que montaban los partidos políticos. En aquellos años setenta montar la feria en el Parque era un quebradero de cabeza para el ayuntamiento, que empezó a buscar otras alternativas: El Zapillo, Las Almadrabillas, el barrio de Oliveros, lugares donde la feria no volvió a tener el sabor de entonces, cuando la fiesta de desbordaba desde la Puerta de Purchena hasta la esquina del Muelle y se colaba por todos los rincones del Parque.



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