Los concursos de belleza en Almería empezaron a formar parte de los programas de fiestas en los años de la República. Hasta en las verbenas playeras que se organizaban en la colonia ‘Costa del Sol’ del Zapillo, los vecinos organizaban por el mes de agosto un certamen para elegir a la mujer más atractiva de cuantas veraneaban en aquella barriada.
Para la feria de 1933, los responsables de la comisión de Festejos pusieron en marcha el concurso de ‘Miss Almería’, aprovechando el auge de las verbenas nocturnas que entonces se organizaban en el solar del Tiro Nacional, en la actual Avenida de la Estación. La llamada ‘reina de la fiesta’ de aquel año fue la señorita Maruja Sáez Contreras, a la que el público consideró la más bella “por el encanto de su cara, su simpatía atrayente y su cuerpo garboso y gentil”.
Lo más curioso del concurso fue que la elección recayó directamente en el respetable que llenaba la terraza, que con sus aplausos decidió quién era la ganadora. En los años siguientes, antes del estallido de la Guerra Civil, fue la Asociación de la Prensa la que se encargó de organizar el concurso de belleza que tuvo como reinas a las señoritas Margarita Sánchez, en 1934, y Dolores González Abad en 1935.
Aquella forma de rendir culto a la belleza de la mujer almeriense no tuvo continuidad en los años de la posguerra, pero resurgió de sus cenizas con fuerza y esplendor en la década de los sesenta, cuando Almería quiso hacer de su feria de agosto una de sus señas de identidad.
Aquellos concursos donde se elegían a las más atractivas estuvieron a veces rodeados de polémica. Siempre aparecían las rencillas, las envidias y los comentarios que hablaban de que los premios se los llevaban las muchachas mejor situadas en el escalafón social, pero lo que nadie puede cuestionar, viendo las fotografías de las misses de entonces, es que los premios no fueran justos.
Eran años de apertura, de un espíritu festivo colectivo, de una necesidad de dar a conocer Almería lejos de nuestras fronteras y de enseñarle a España y al mundo que aquí teníamos las mejores playas, los mejores platós naturales de cine, toda una costa por descubrir y las mujeres más bellas. Almería quedaba lejos de todo, no teníamos aeropuerto, ni una sola carretera decente, ni un tren digno, llevábamos colgado el cartel de ser ‘el culo del mundo’, pero no había otro rincón más tranquilo, porque aquí nunca pasaba nada, ni un clima tan fiel como el de Almería, donde según rezaba el refrán de la época, “el sol pasaba el invierno”. “Almería, tierra madre de la vida padre”, decía otro de aquellos reclamos que pegábamos en los cristales de los coches con una carga de orgullo de patria chica.
En aquel contexto de exaltación de la fiesta y del tiempo libre se pusieron de moda los concursos de belleza, que venían a ser un complemento perfecto para la campaña de fomento del turismo. Se organizaban concursos de mises hasta en las fiestas de los barrios. El camping de Aguadulce, aprovechando el tirón que empezaban a tener aquellas playas, celebró su certamen de misses, así como el camping de la Garrofa. La mayoría de estos premios playeros se los llevaban muchachas extranjeras, algunas menores de edad, que además de su incuestionable belleza estaban respaldadas por unos padres con una posición económica más que respetable. La elección de ‘Miss Feria’ se fue convirtiendo en uno de los acontecimientos principales del mes de agosto y el concurso se fue rodeando de un atmósfera glamurosa que tenía como escenarios principales la Caseta Popular con el baile oficial y la torre de la Vela de la Alcazaba, con sus fiestas de gala a las que acudía lo más granado de la sociedad almeriense.
En el verano de 1966 se organizó también el concurso de Miss Turismo, que tuvo como escenario la Caseta Popular instalada junto al puerto. Fue un gran acontecimiento, muy comentado en la ciudad por la impresionante belleza de la joven que se llevó el primer premio. “Es una sefardita de sugestiva belleza. Universitaria de ojos negros y misteriosos. Su fisonomía grácil es de una encantadora espiritualidad”, contaba el cronista en el periódico de aquel día. La agraciada se llamaba Rut Hazan, tenía 19 años recién cumplidos y era sobrina del gran Rabí de Estrasburgo.
Muchas de las jóvenes que se atrevían a presentarse al certamen eran conocidas por haber pasado por el estudio del fotógrafo Luis Guerry, el retratista de la belleza. Pasar por Guerry significaba, en muchos casos, quedar expuesta durante semanas en el escaparate del Paseo ante las miradas de toda una ciudad.
Las mises pasaban a ser una autoridad más de la ciudad, reinas por un año, y estaban presentes en todos los actos sociales que se organizaban a lo largo del verano.
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