La escuela que nos trastocó la infancia

Pasamos del maestro único y la palmeta al colegio nacional con comedor y gimnasio

La educación física empezó a ser una asignatura  amparada en la irrupción de las pistas y los gimnasios.
La educación física empezó a ser una asignatura amparada en la irrupción de las pistas y los gimnasios.
Eduardo de Vicente
22:02 • 03 sept. 2019 / actualizado a las 07:00 • 04 sept. 2019

Los cambios formaban parte de la época y estaban tan presentes en nuestra vida que aprendimos a digerirlos con naturalidad. Los niños de los primeros años setenta conocimos de oidas la escuela antigua, la de nuestros hermanos mayores que cuando terminaban Quinto hacían un examen de reválida y entraban en el instituto. Nosotros no tuvimos que pasar por esa experiencia traumática que significaba que un niño de diez u once años tuviera que dejar la familiaridad del colegio de su barrio y de su maestro de toda la vida para entrar de lleno en ese mundo de adultos que entonces significaba el Bachillerato.



A los niños de los setenta nos cambiaron el plan de estudios y nos permitieron seguir siendo escolares tres años más para empezar el instituto con la adolescencia recién estrenada. Nos cambiaron el plan y también nos cambiaron el colegio. Muchos de nosotros veníamos de las escuelas privadas donde como mucho teníamos un maestro o una señorita por curso y de pronto nos vimos envueltos en ese torbellino que supuso la eclosión de los nuevos colegios y sus grandes claustros de profesores



Pasamos del maestro único que lo sabía todo de nosotros, que se paraba a hablar en la puerta con nuestras madres y nos tiraba de las patillas cuando no nos sabíamos la lección, a las nuevas estrategias pedagógicas que brotaron en los colegios públicos a lo largo de la Transición. Pasamos de la palmeta, las flores a María y los exámenes orales, al diálogo en el aula, a las paredes sin crucifijos y a la evaluación continua. Pasamos del cuarto de las ratas donde desembocaban todos los castigos al despacho del jefe de estudios y a la amenaza de expulsión. Pasamos del patio mañanero donde los niños nos amontonábamos como abejas a la hora del recreo, a la inmensidad de las pistas de cemento que nos trajeron los nuevos colegios nacionales. Pasamos de regresar a nuestras casas al mediodía para jugar un rato y almorzar a quedarnos a comer en el comedor de la escuela y sentir esa sensación de impotencia que nos dejaba asumir que habíamos perdidos el día entero.



La escuela nos trastocó la infancia con tanto cambio y muchos de nosotros tuvimos dificultades para adaptarnos a la nueva realidad. Habíamos asumido la autoridad incontestable del maestro único y de su palmeta, estábamos tan hechos al castigo como estímulo a la hora de estudiar, que cuando llegamos al colegio moderno no encajamos bien el salto. 



De pronto, la figura del educador como un ser supremo, como una especie de sabio de la ciencia y de la vida, se esfumó y nos encontramos con un nuevo prototipo de maestro y maestra, más de carne y hueso, que se mezclaba a pecho descubierto con la realidad del aula y con nuestros problemas. 



Aquellos grandes centros educativos de los años setenta, que en Almería tuvo al colegio Europa como estandarte, estaban llenos de profesores jóvenes con otra mentalidad y con ganas de comerse el mundo. Ellos formaban la avanzadilla de la democracia que estaba a la vuelta de la esquina, la vanguardia del cambio. 



Ya no teníamos un maestro único que lo sabía todo de todas las asignaturas, sino un especialista para cada disciplina. Teníamos tantos maestros que no llegamos a conocer a ninguno. El profesor moderno no usaba la palmeta ni recurría al cuarto de las ratas para asustarnos ni se colocaba encima de una tarima para acentuar su autoridad. 



Cambió la educación, cambiaron los maestros y cambiaron los escenarios . Los nuevos colegios nacionales nos trajeron como asignatura la educación física, la popular y antipática gimnasia que apenas existía en  las escuelas antiguas donde era entendida como un simulacro de ejercicio militar. Todos los centros modernos tenían sus pistas polideportivas, sus gimnasios y sus profesores específicos que nos enseñaron nuevos juegos además del fútbol y nos  ayudaron a descubrir una nueva moda, la de las camisetas de tirantas, los pantalones de deporte, los tenis y el chándal.


Era la nueva escuela, donde por primera vez un profesor de Literatura nos leyó un poema de Miguel Hernández con el retrato de Franco y su testamento presidiendo aún la pared de la clase.


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