La maquinaria de la caridad, el empuje de los buenos corazones se puso en marcha en todo el país al día siguiente de conocerse las noticias que llegaban de la tragedia que había sufrido la provincia de Almería. La generosidad de la gente, las suscripciones, los donativos, sirvieron de aliento a aquellos que habían perdido sus casas, sus negocios, sus tierras o a algún familiar tras la inundación del once de septiembre.
La prensa de aquellos días iba publicando las cartas que los propios vecinos mandaban a los periódicos contando sus casos particulares y lo vivido en sus pueblos, con el fin de que esa caridad que se había puesto en marcha los tuviera en cuenta.
La magnitud de la desgracia obligó al Gobierno a tomar partido por la provincia. Dos semanas después de que las aguas sembraran el miedo, la muerte y el hambre en Almería, llegó el ministro Francisco Silvela en un viaje de inspección para comprobar sobre el terreno las consecuencias de la riada. El viernes 25 de septiembre hizo su entrada en Huércal Overa. Llegó procedente de Lorca, donde lo había dejado el tren, y en diligencia empezó a recorrer algunos de los pueblos afectados. Se dijo entonces que por Huércal Overa pasó de largo, con prisas, sin tiempo para detenerse, ante la decepción de los centenares de vecinos que lo estaban esperando. Visitó Albox, Vera y desde allí se dirigió a Almería donde las autoridades y el pueblo lo recibieron para pedirle, ante todo, que tomara las medidas necesarias para que las ramblas dejaran de ser un peligro constante para sus habitantes. “Más que protección, necesitamos que se pongan en práctica medidas radicales que acaben con la calamitosa suerte de Almería, cuyas propiedades y vidas están a merced de las aguas”, contaba uno de los artículos que publicó ‘La Crónica Meridional’ aquel día. “Con la serenidad y la urgencia que el caso requiere, es necesario ante todo que Almería no se limite a pedir socorros y limosnas, sino a hacerle comprender al señor Silvela que lo que este pueblo reclama es trabajo y obras de defensa para evitar que las inundaciones vayan paulatinamente llevándose al mar a esta triste y desgraciada provincia”, expresaba uno de los mensajes que se transmitieron al ministro.
Mientras el señor Silvela comprobaba los daños, mientras que la caridad nacional empezaba a dar sus frutos, en los pueblos se seguía haciendo recuento de los daños y la prensa seguía publicando esa correspondencia que los propios vecinos remitían contando sus tragedias.
Se supo que en Fiñana las aguas arrastraron todo el encinar del cortijo del Rosal y que en Pechina el pueblo se quedó aislado, rodeado por el desbordado río Andarax y las ramblas de Carrillo y San Ildefonso, llegando a alcanzar las aguas una altura de cuatro metros. Se supo también que en Viator la riada hizo estragos en las calles de la Unión, la Plaza del Ayuntamiento y la calle Real. En la llamada calle de la Rambla no quedó una sola casa que no se inundara. Allí estaba la única posada del pueblo, la de José Sánchez Torres, donde el agua llegó a alcanzar tanta altura que tuvieron que derribar un pedazo de pared de la espalda de la casa para que se escaparan sus habitantes.
En Rioja, un rayo cayó en el cortijo de Maresca, matando a un mulo y dejado a otro ciego. La chispa eléctrica chocó con los cerrojos de la cuadra, taladró el muro y fue a impactar con las bestias. Del puente que se estaba construyendo para paso de la vía férrea, el agua de las ramblas se llevó los andamios y herramientas y destrozó parte de las obras. En Adra el río salió con fuerza haciendo destrozos en casas y sembrados y llevándose varias vidas por delante.
En Ocaña la rambla de Santillana arrastró sus maizales, el único consuelo con el que contaban para su sustento muchas familias, ya arruinadas después de la gran nevada que habían sufrido en el mes de abril. En Escúllar los agricultores se quedaron en la miseria cuando estaban esperando para recoger la cosecha de maíz y habas. En Vélez Rubio la crecida del Guadalentín fue imponente. El desbordamiento del río, de las ramblas y sus barrancos afluentes arrasaron las arboledas y las huertas ribereñas.
A medida que seguían conociéndose las tragedias de cada pueblo se iban sucediendo los gestos de solidaridad. En Alhama, un grupo de socios del Círculo abrió una suscripción para recoger dinero y ayudar a los más afligidos. En una hora se reunieron mil cien pesetas, cuya suma, con la adjunta lista de donantes, se remitió de inmediato al alcalde de Almería para contribuir a una suscripción general para los damnificados.
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Eduardo de Vicente