Las empresas que crecieron en la playa

Eduardo de Vicente
07:00 • 26 sept. 2019

La playa de  la ciudad, la que empezaba al otro lado de la desembocadura de la Rambla y llegaba hasta la actual zona de San Miguel, ha tenido a lo largo de la historia una marcada tradición industrial desde que a mediados del siglo diecinueve empezó a instalarse en sus terrenos una de las empresas más importantes que tuvo Almería en aquel tiempo: la fábrica del gas. Esa vocación comercial la ha seguido manteniendo. Donde antes estuvo la citada fábrica de la luz ahora se alza el gran edificio del gimnasio Ego y la zona donde ahora reina el Club de Mar fue parte de las posesiones del histórico Balneario de Diana.



A comienzos del siglo veinte la playa del barrio de las Almadrabillas fue un suburbio industrial donde se instalaron empresas importantes que aprovecharon que aquel escenario era entonces un arrabal lo suficientemente alejado del centro de la ciudad, el sitio perfecto para poder poner en funcionamiento una fábrica. La mayoría de las empresas que allí se instalaron tenían en común que pertenecían a capital extanjero. La fábrica del gas era de la compañía francesa Lebón, mientras que la fundición llamada ‘La Maquinista’ era propiedad del alemán Carlos Balhsen. Unos años después llegaron los dos embarcaderos, primero el Cable Inglés y después el Cable Francés, ambos construidos también con capital extranjero. Antes de que el primer embarcadero estuviera funcionando, la playa de las Almadrabillas contaba con unos puentecillos de madera o muelles donde las barcas cargaban el mineral para trasladarlo mar adentro, donde esperaban los barcos.



La única empresa importante autóctona que sobrevivió durante décadas a la orilla de la playa fue el Balneario de Diana, del empresario Carlos Jover, que empezó ocupando un sitio preferente en el puerto, cerca de la desembocadura de la calle la Reina, y acabó echando raíces entre el  embarcadero del mineral y la fábrica del gas. El traslado del balneario del puerto a la playa de la Almadrabillas fue lento. El proyecto de Carlos Jover de levantar un gran establecimiento que estuviera a la altura de los mejores del país tuvo que esperar varios años y superar muchas barreras.  



En 1913, el balneario provisional ya había cambiado de nombre y aparecía en los anuncios de la época como ‘Diana’, pero fue en el verano de 1914, cuando don Carlos Jover y Vidal, hijo del fundador, presentó al Ayuntamiento un plan para la construcción de ese gran balneario moderno que le diera prestigio a la ciudad. Las obras se prolongaron durante dos largos años, debido a los constantes obstáculos que el promotor se vio obligado a salvar. En marzo de 1916, presentó un escrito en las oficinas municipales participando que “la sociedad Carlos Jover y Hermana ha comenzado a higienizar el paraje que va a ocupar la instalación del nuevo balneario”.  Fueron los dueños del balneario los que tuvieron que adecentar aquella zona de la playa  situada entre los almacenes de la Fábrica de Gas y los talleres de la fundición ‘La Maquinista’.  



Ese carácter comercial de la playa se fue eclipsando y poco a poco fueron desapareciendo sus industrias. Desapareció la fábrica del gas y sobre su solar se construyó un complejo deportivo. Desapareció la fundición y también el balneario, que después de los tres años de guerra ya no volvió a recuperar sus viejos esplendores. Las últimas industrias que operaron en la zona fueron las relacionadas con el mineral hasta que los dos embarcaderos pasaron a ser historia.







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