Aguadulce antes de la invasión

A comienzos de los años 60 Aguadulce conservaba aún su esencia de pueblo marinero

La playa de Aguadulce y al fondo la entrada al pueblo por la carretera del Cañarete. Era el año 1962.
La playa de Aguadulce y al fondo la entrada al pueblo por la carretera del Cañarete. Era el año 1962.
Eduardo de Vicente
19:16 • 26 sept. 2019 / actualizado a las 07:00 • 27 sept. 2019

Cuando en enero de 1963 el Director General de Promoción del Turismo, don Juan Arespacochaga desayunó en la terraza de la finca del general don Máximo Cuervo, en primera línea de playa, Aguadulce era todavía un pueblo, un lugar remoto separado de la civilización por la caótica y peligrosa carretera del Cañarete que convertía cada viaje a Almería en una pequeña aventura. 



Aquella mañana de invierno del 63, el enviado del Gobierno se quedó impresionado viendo aquel paraíso por descubrir donde todavía era posible mezclarse al amanecer con los pescadores que llegaban a la orilla con sus barcas repletas después de toda una madrugada faenando. Aquel escenario parecía tan alejado del mundo que desde la misma playa se podían escuchar el ruido de los motores de los pocos coches que entonces cruzaban por la Nacional 340. Faltaban todavía algunos años para que empezara esa doble invasión que protagonizaron los turistas que venían de fuera y los vecinos de la capital que encontraron en Aguadulce su refugio de los veranos y los fines de semana. Faltaban todavía varios años para que empezaran las obras de ampliación y acondicionamiento de la temida carretera, unos trabajos que se prolongaron a lo largo de varias décadas.



Aguadulce, en esos primeros años sesenta, era un auténtico refugio espiritual que todos los veranos se llenaba de seminaristas que venían de los pueblos interiores invitados por la Iglesia para pasar unas semanas de recogimiento y de contacto con la naturaleza. Todo estaba por descubrir entonces, como dijo el Director General de Promoción del Turismo, que en aquella reunión con las autoridades les hizo ver que para convertir aquel paraje en un punto de atracción turística había que empezar levantando un hotel y bloques de apartamentos como los que se estaban construyendo en otros puntos del litoral mediterráneo. Así, copiando el modelo de Málaga y de Alicante, aparecieron los promotores y la modernidad.



El primer gran edificio que surgió sobre la playa fue ‘El Andaluz’, una obra de catorce plantas del arquitecto Pedro Bertiz, que cuando se inauguró, en enero de 1966, era el más alto de la provincia. A finales de ese mismo año terminó de construirse, a unos metros de distancia de ‘El Andaluz’, el edificio Crucero y su parking.  Pero la obra más carismática fue la construcción del Hotel Meliá Aguadulce. Era necesario un centro hotelero de lujo porque no existía ninguno en la capital ni en los pueblos cercanos. Cada vez llegaban más turistas y más gente relacionada con el cine a nuestra tierra y tenían enormes dificultades a la hora de conseguir alojamientos de primera categoría.



Los trabajos se iniciaron en 1965 y fue inaugurado el 14 de noviembre de 1966, por el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne.  El 21 de diciembre de 1966, un mes después de abrir sus puertas, el Hotel Aguadulce recibía entre sus clientes a la turista diecisiete millones que visitaba España, con la que se cerraba un año glorioso en todo el territorio nacional. La afortunada fue la sueca Ingegerd Lofberg, que apareció fotografiada en todos los periódicos nacionales y en el reportaje del NODO, mientras tomaba un baño en la playa de Aguadulce, en pleno invierno.



El nuevo hotel llegó con un eslogan atractivo: “Almería, espejo del mar, cuna del sol”, pero no fue por este eslogan por el que el hotel pasó a la historia y se dio a conocer en medio mundo, sino porque en él estuvo alojada durante varias semanas la actriz francesa Brigitte Bardott, cuando vino  a rodar la película Shalako.



En apenas un lustro, el apacible caserío marinero entre Roquetas de Mar y Almería se convirtió en una gran urbanización costera donde muchos almerienses invirtieron sus ahorros para comprarse una segunda vivienda, su casa de verano. Tener un apartamento en Aguadulce te daba un estatus; era como subir un par de peldaños en el escalafón social, un lujo que en aquel tiempo no estaba al alcance de la mayoría de las familias de clase media.





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