El Papa presidió la apertura del ‘Sínodo de los Obispos’

Tras la jornada histórica, para la Diócesis almeriense de San Indalecio, vivida el pasado sábado con el consistorio que presidió el Papa Francisco con ocasión de la ceremonia de la entrega del birrete cardenalicio a los trece nuevos purpurados, entre los que se encontraba el almeriense de Vélez Rubio, Cristóbal López, la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, acogió la apertura del ‘Sínodo de la Amazonia’, que presidió ayer domingo, el Santo Padre. 

Como informó La Voz, la Embajada de España en Roma, finalizada la ceremonia de la Basílica vaticana de San Pedro, acogió la cena de gala en homenaje a los dos nuevos cardenales españoles. Acto que presidió la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo; y contó la presencia del obispo de Almería, Adolfo González Montes; la consejera de Agricultura, la almeriense Carmen Crespo; y la teniente de alcalde de Vélez Rubio, Concepción Pérez. 

La mañana de ayer, el Santo Padre Francisco presidió la apertura de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica, conocida también como Sínodo de la Amazonía, y que se desarrollará en el Vaticano hasta el próximo 27 de octubre, participando también los 13 nuevos purpurados junto a más de 300 obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que reflexionarán sobre el compromiso y misión evangelizadora de la iglesia en esta región de América Latina que abarca a nueve países  e implica a 30 millones de personas y donde volvió a asistir la amplia delegación que encabezó la consejera en representación de la Junta.

La homilía

El Papa Francisco quiere más cambios en la Iglesia y los quiere ya, según se puso de manifiesto en su homilía de la apertura sinodal.

El Santo Padre confrontó el fuego de Dios, “que ilumina, calienta y da vida”, al fuego del mundo, “que destruye”.

De igual modo, destacó la importancia del Sínodo “para renovar los caminos de la Iglesia en Amazonía. Asimismo, recordó que “muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor de la Iglesia.