La moda del balonmano en los 70

Eduardo de Vicente
07:00 • 14 oct. 2019

El balonmano dejó de ser una rareza para convertirse en un deporte de moda a lo largo de la década de los setenta, coincidiendo con la aparición en Televisión Española de las primeras retransmisiones en directo y sobre todo, con el auge de las llamadas pistas polideportivas, que empezaron a aflorar con fuerza a lo largo de aquellos años. 



Muchas de aquellas pistas de cemento vinieron de la mano de los nuevos colegios nacionales que se abrieron en Almería, que entre otras novedades trajeron el interés por la educación física que dejó de ser una asignatura incómoda de patio de colegio. Hasta entonces, los aficionados al balonmano tenían que sobrevivir padeciendo la falta de instalaciones dignas, obligados a jugar en canchas muy deterioradas como la mítica pista de la Sección Femenina, donde había que ponerse en cola para poder utilizarla, o en el complejo deportivo sindical de las Almadrabillas, donde había estado el antiguo campo del gas. 



A finales de los años sesenta destacaron por su labor en la promoción del balonmano hombres como Antonio Muñoz, que fue secretario de la federación almeriense; Antonio Rivera, Juan Ortega y José Espejo, que fue uno de los primeros entrenadores en Almería que se sacaron el título nacional. En 1969 ya se organizaba un disputado campeonato provincial donde participaban equipos como el Almotacín, el Hispania, el Pavía, el Frentemar, el Sporting, el Plus Ultra, el Agata y el Telefónica. 



Muchos de los jóvenes valores de aquellos años formaron parte en la siguiente década de uno de los equipos que más huella dejaron, la Agrupación Deportiva Madrigal. Su historia empezó a forjarse a finales de 1973, cuando un grupo de aficionados, liderado por el ex-jugador de Primera División José Luis Escot, se embarcaron en la aventura de crear un nuevo club. Su primer presidente fue Pablo Otero Madrigal, que tuvo a su cargo figuras tan importantes como el secretario Andrés Sánchez, el delegado Francisco López Tamayo y el técnico Ramón Alcázar, que formaba parte del reducido grupo de entrenadores nacionales. 



El Madrigal competía en una liga con muy pocos equipos, entre los que estaban los que salían del campamento de instrucción de Viator, que en aquellos años fue un auténtico vivero de equipos y de jugadores aprovechando la cantera de jóvenes reclutas.



Se jugaba al balonmano en la Sección Femenina, junto a la Carretera de Ronda, en el colegio de la Salle, en el Colegio Menor frente al Estadio de la Falange, en las escuelas de Formación y de Maestría y en las pistas sindicales de la Avenida de Cabo de Gata, frente a las naves municipales. 



El número de instalaciones empezó a multiplicarse en los primeros años setenta, cuando se pusieron en marcha los colegios modernos que además de aulas y despachos tenían gimnasios y pistas polideportivas donde se jugaba al fútbol, al balonmano y al baloncesto.



Los colegios Goya y Caravaca, en el cerro de la Molineta, tuvieron sus respectivas pistas desde que echaron a andar allá por el invierno de 1973 y llegaron a tener buenos equipos de balonmano. En esta eclosión del deporte escolar de aquellos años destacó el colegio Europa, en el barrio de Torrecárdenas, que no tardó en convertirse en uno de los grandes rivales a batir en todas las competiciones.

A comienzos de los setenta la ciudad se tomó en serio un gran proyecto destinado a aglutinar todas aquellas iniciativas deportivas que surgían en barrios y colegios: el Pabellón Municipal de Deportes. Las obras se iniciaron en 1973 y cuando el esqueleto del edificio ya estaba levantado se detuvieron los trabajos por falta de dinero. Los almerienses no pudieron ver concluida e inaugurada la gran obra hasta el año 1981.



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