Hoy sería impensable ver a aquellos utilitarios ‘trucados’ para las carreras, compitiendo a toda velocidad por el centro de la ciudad como si estuvieran en un circuito de las afueras. Quizá, el umbral del peligro estaba mucho más alto porque teníamos la sensación de que nunca pasaba nada y que casi todo estaba permitido. Allí iban aquellos apasionados del motor, auténticos héroes locales, exhibiendo sus habilidades con el volante por el cauce de la Rambla ante miles de aficionados que asistían al espectáculo en ese improvisado graderío que se montaba en el muro de piedra.
La pasión por los coches en Almería tuvo mucho que ver con la puesta en escena de la Escudería Costa del Sol, que se encargó de organizar las pruebas locales que llevaban las carreras a todas las carreteras de la provincia, desde los cerros de los Filabres hasta las curvas del Ricaveral, y que en 1967 puso en marcha un rallye internacional que trajo a Almería a la flor y nata de este deporte.
El Rallye Automovilista ‘Costa del Sol’ fue una fórmula también para dar a conocer Almería lejos de nuestra provincia, un atajo para promocionar el turismo y reivindicar ese eslogan de Costa del Sol que finalmente se llevó Málaga. Nombres como Ramón Gómez Vivancos, Francisco Marcos, Ángel Fernández, Cristóbal Reyes, Paco Crespo, Juan Barón, Francisco Viciana y Leonardo Giménez, formaron parte de aquellos intrépidos aficionados que se lanzaron a la aventura automovilística por el puro placer de competir, asumiendo incluso el riesgo de que su vocación les costara dinero.
Leonardo Giménez Rodríguez, uno de los jóvenes pilotos que destacaron en la ciudad en los años sesenta, recuerda el sacrificio que suponía preparar su coche Seat 600 con motor DKW para competir y como se pasaba las noches enteras trabajando para dejar el vehículo a punto. Leonardo fue siempre un apasionado de los motores desde que siendo un niño su padre lo llevó como aprendiz al taller que el mecánico Manuel González tenía en la Carretera de Ronda. Su aprendizaje continuó en el taller de Luis Martín, en la calle de Granada, donde aprendió lo suficiente para montar su propio negocio, que estuvo funcionando durante décadas frente a la Escuela de Maestría.
De aquellos años locos nunca olvidará el entusiasmo con el que competía, a veces con medios tan escasos que no llevaba más protección que el casco reglamentario y como calzado unas humildes sandalias, las mismas con las que iba los domingos a la playa. Su pasión estuvo a punto de costarle muy caro cuando subiendo desde Adra a Berja, por una de aquellas cuestas sembradas de curvas, sufrió un aparatoso accidente, con vuelco incluido, del que milagrosamente salió ileso.
Fueron años intensos para el automovilismo almeriense, en los que se llegó a gestar una gran afición por este deporte, alcanzando incluso a las mujeres, que también se atrevieron a competir. En diciembre de 1970, para el día de los Inocentes, el Automóvil Club organizó el llamado I Rallye femenino Almería-Espejo del Mar. Lo que en esencia era un acontecimiento deportivo más, se convirtió también en una pequeña revolución social que reivindicaba un mayor protagonismo de la mujer en deportes como el automovilismo, que hasta entonces era un terreno exclusivo para los hombres. La carrera, ir a Mojácar y volver, la ganaron dos jóvenes almerienses que pasaron a la historia por formar parte del grupo de las pioneras de los rallyes: Pepita Hernández y María José Miras. Por su hazaña se llevaron una copa, una rosa de plata y un viaje en avión a Madrid con un fin de semana con todos los gastos pagados en el Meliá Princesa.
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