Fue a finales de los años sesenta cuando empezaron a verse en Almería los primeros taxis de la marca Dodge. Diego Fernández tenía varios y era su vehículo preferido para utilizarlo con la gente de las películas, aprovechando la elegancia de este nuevo modelo. El Dodge fue un soplo de aire moderno, un salto estético que rompía con la monotonía de aquellos Seat 1.500 que se habían convertido en los coches oficiales de casi todos los taxistas de Almería.
El Dodge vino anunciando la modernidad para un gremio que había tenido que sufrir en sus carnes los tiempos más duros de la profesión. Los taxistas de la década de los sesenta fueron los herederos de los chóferes de la posguerra, aquellos que conocieron las restricciones y el gasógeno, cuando para poder circular tenían que guardar cola para retirar los vales para la gasolina en las oficinas que Campsa tenía en la Puerta de Purchena.
En septiembre de 1941 salió a la calle un bando en el que se prohibía a los coches de turismo circular de sábado a lunes para ahorrar combustible. Guardia Civil y de la Policía Municipal vigilaban las carreteras de acceso a la ciudad y paraban a los conductores para pedirles la autorización obligatoria. En febrero de 1944 se agudizó la restricción de petróleo de tal forma que se prohibió la circulación de coches y motocicletas, excepto a los que estaban adaptados para funcionar con gasógeno. Los vehículos oficiales necesitaban un permiso para transitar, así como los coches y las motos de los médicos y el personal sanitario.
Los taxis que no tenían puesto el gasógeno podían trabajar solamente en días alternos, los que su matrícula acababa en número par circulaban los días pares, y los que terminaban en impar, los días impares. El gasógeno se convirtió en la alternativa a la gasolina. “Automovilista, su motor no se perjudicará si lo equipa con el modernísimo gasógeno Ordóñez, declarado de utilidad nacional”, decía la publicidad que puso en marcha el taller ‘Radiadores Ortiz’, de la calle Navarro Rodrigo.
Fueron tiempos muy duros para los taxistas almerienses, que pudieron superar las limitaciones gracias al intenso trabajo que había en una época en la que los coches eran artículos de lujo y casi nadie podía disponer en la ciudad de vehículo propio. Entonces se hacían muchas carreras a la Casa de Socorro, al Hospital, A la Estación de Ferrocarril, a los pueblos de la provincia y de noche eran muy solicitados por médicos y practicantes. Los servicios a otras ciudades eran contados y casi siempre se debían a motivos de enfermedad o de muertes. La gente sólo recurría a un taxi para ir a Granada o a Madrid en los casos más urgentes, cuando se trataba del fallecimiento de un familiar. Hasta los años sesenta, la única competencia que tuvieron los taxistas dentro del casco urbano fue la de los coches de caballos, que estuvieron en plena vigencia hasta que les llegó el declive unos años después.
En febrero de 1959, el director de la mutua de taxis de España, Julián Calderón, llegó a un acuerdo con la casa Seat para que todos los taxis del territorio nacional fueran de esa marca y del mismo modelo. La iniciativa fue una gran revolución para los taxistas, que pudieron guardar en los garajes los viejos vehículos de trabajo que ya se habían quedado anticuados. En Almería, el parque de taxis tardó varios años en renovarse y hasta mediados de los años sesenta no se consiguió la regeneración completa de los vehículos.
En las calles se mezclaron los ‘carros’ antiguos con los nuevos modelos de diez caballos que se habían adquirido a la casa Seat. Cuando comenzó ese lento proceso de transformación, el Ayuntamiento acordó la uniformidad del medio centenar de taxis que ejercían el oficio en la ciudad. La nueva norma municipal exigía que todos los taxis fueran de color negro brillante con una franja roja en el lateral, y que en la puerta del coche llevaran instalado el escudo de Almería como referencia.
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Eduardo de Vicente