En el antiguo edificio de la Delegación de Juventud, a espaldas de la Plaza Vieja, en lo que entonces era la Plaza de San Fernando, se instaló, desde 1960, la emisora local de Radio Juventud. Tenía los estudios en el piso bajo: al fondo del patio estaban los departamentos técnicos y las salas de los locutores y a un lado, junto a la calle de Cervantes, el auditorio con su escenario y sus butacas, donde se organizaban los programas con público y las actuaciones en directo. Radio Juventud tenía un aire de emisora familiar, cercana, amable, de mesa de camilla con olor a café recién hecho y a estufa. Los niños del barrio entrábamos como si estuviéramos en nuestra casa y a veces, cuando llovía o hacía mal tiempo para jugar en la calle, nos refugiábamos en su pequeño teatro sin que nadie nos viera y a escondidas jugábamos a ser actores.
Por mayo, cuando el barrio celebraba la festividad de San Fernando, que era a la vez el patrón del distrito y de la juventud española, los locutores de Radio Juventud se echaban a la calle y entrevistaban a los niños que ganaban el concurso de dibujo y los juegos deportivos. Nos gustaba tanto salir en la radio como escuchar las canciones de moda que sonaban en la sobremesa y aquellas queridas retransmisiones deportivas que José Miguel Fernández hacía desde campos remotos. Linarejos, La Victoria, Escribano Castilla, Alfonso Murube, eran algunos de los nombres de aquellos estadios antiguos que parecían estar situados en el fin del mundo a juzgar por la calidad del sonido que nos llegaba en cada retransmisión. La voz del locutor se escuchaba como si viniera de otro tiempo y a veces, si las condiciones climatológicas eran adversas, se cortaba cuando el Almería iba a tirar un córner o una falta peligrosa.
“Montor, la casa del deportista. Plaza de Careaga 7”, nos contaba el anuncio que patrocinaba aquellas retransmisiones futbolísticas que nos contaba José Miguel con ese tono épico que tenían entonces los partidos de fútbol.
Los domingos por la tarde, cuando regresábamos a la ciudad después de pasar un día en el campo, en el coche de mi padre íbamos escuchando Radio Juventud, sin abrir la boca por si acaso llegaba el gol del Almería, que casi siempre lo marcaba Goros a centro de Juan Rojas. Solía ocurrir, sobre todo cuando el partido se jugaba en un escenario reducido en el que el público y los periodistas estaban pegados, que detrás de la voz del locutor se escuchaba un coro de hinchas enojados que no dudaban en colarse dentro de la retransmisión si el periodista se pasaba con algún comentario con tinte anticasero.
Radio Juventud era también la emisora de los enamorados cuando se acercaba el día de San Valentín y los novios y las novias se prometían amor eterno por las ondas mientras sonaba la última canción romántica que se había puesto de moda aquella temporada.
Todos los años, a mitad de diciembre, la emisora ponía en el aire una programación extraordinaria con historias alusivas a la fiesta y el repertorio de villancicos que todos los niños nos sabíamos de memoria.
Unos días antes del seis de enero, se hacía un programa especial dedicado a los niños y aunque uno ya no tuviera edad para creer en milagros, puedo asegurar que escuchando las voces de los locutores volvíamos a creer a pies juntillas en los Reyes Magos y en esos momentos, mientras escuchábamos la radio, un hormigueo extraño nos recorría el estómago y nos arañaba el corazón.
La emisora tenía sus momentos agitados y sus ratos de descanso, cuando se quedaba deshabitada. Más de una vez, los niños intentamos colarnos dentro para ver los discos de cerca o por si podíamos agarrar alguna de aquellas deseadas entradas de cine que sorteaban entre los oyentes. Nuestros escarceos chocaban casi siempre con la figura de Antonio Sánchez, el técnico que parecía que vivía dentro de la emisora, un comodín que lo mismo recibía las llamadas, que vigilaba los estudios o arreglaba la última avería. Antonio era un trozo de Radio Juventud, el técnico permanente durante medio siglo. Sus ‘inventos’ sirvieron para realizar las retransmisiones lejanas de los partidos de fútbol o para poder ofrecer recitales flamencos desde los locales de la Peña El Taranto. Una noche tuvo que montar un cable desde la emisora hasta la calle Tenor Iribarne para poder dar una de aquellas actuaciones en directo. Parecía imposible que aquello sonara, pero al final, sonó.
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Eduardo de Vicente