El cine por episodios y el Cervantes

En los años veinte el Paseo era el centro de la actividad comercial de la ciudad. Uno de los negocios más importantes era entonces la relojería Suiza
En los años veinte el Paseo era el centro de la actividad comercial de la ciudad. Uno de los negocios más importantes era entonces la relojería Suiza
Eduardo de Vicente
07:00 • 09 ene. 2020

El telégrafo y los periódicos contaban a diario noticias sobre el ansiado ferrocarril estratégico que se estaba gestando para el porvenir de nuestra olvidada provincia, mientras en las oficinas del consignatario Berjón se seguían organizando los viajes a Brasil y a Argentina para aquellos que se veían obligados a probar suerte lejos de su tierra. 



No todo el mundo podía ser emigrante de ultramar en los albores de 1920. Para conseguir el permiso del país de acogida había que cumplir una serie de requisitos. Había que tener un certificado, sellado por el Gobierno civil, de no haber ejercido la mendicidad; otro del registro de penales y rebeldes confirmando que el interesado no estaba procesado, así como un certificado de buena conducta confirmado por el ayuntamiento. El emigrante necesitaba tener también un parte médico donde se diera fe de que no padecía ninguna enfermedad contagiosa ni sufría enajenación mental. 



El paro obrero seguía siendo una lacra que afectaba con crudeza a la población y amenazaba con recrudecerse debido a las medidas que había tomado el Gobierno de limitar la exportación de esparto, una de las válvulas de escape de la economía almeriense. En los primeros días de enero, el presidente de la Cámara Agrícola se dirigió al ministro de Abastecimientos haciéndole ver los graves perjuicios  para Almería, al tratarse de una de las riquezas de la provincia. La petición dio resultado y el 19 de enero llegó la buena noticia de que el Gobierno volvía a autorizar la exportación de esparto.



Otra buena noticia de aquellas fechas fue la firma de un real decreto por el que se establecía en España el correo aéreo, cuyas primeras líneas comprenderían Barcelona, Valencia, Alicante, Málaga y Tánger, pasando por Almería. 



Mientras la economía intentaba repuntar después de los años duros de la guerra mundial, los almerienses de los años veinte tenían como principal entretenimiento los bailes, las tertulias en los cafés, los paseos por las calles del centro y el cine, que estaba en continua evolución. Había entonces dos salones principales que semanalmente ofrecían proyecciones: el Trianón, que ocupaba la esquina de la Plaza Circular el Boulevard y la calle de Gerona, y el Variedades, que estaba situado en el solar donde años más tarde se construyó el Palacio de Justicia. Las dos salas fueron concebidas como lugares de espectáculos donde además de cine se programaban actuaciones de varietés, cancionistas y famosas bailarinas que hacían las delicias del respetable.



Como salas de cine pusieron de moda las películas por episodios, con un éxito arrollador como el que cosecharon ‘Fantomas’, ‘El conde de Montecristo’ y ‘el Fantasma de la ópera’, así como las películas cómicas que tenían a Charlot como una de sus grandes estrellas.



En aquellos días la ciudad se estaba preparando para la puesta en marcha de un teatro monumental, el Cervantes, que en las primeras semanas de enero estaba prácticamente terminado, a la espera de que llegaran los materiales para rematar los últimos detalles. El oro que se necesitaba para embellecer el decorado llegaba de Sevilla con cuenta gotas; el terciopelo para las cortinas estaba detenido en Barcelona, donde había hecho parada y fonda después de llegar de Londres. Se estaba a la espera de recibir también el pavimento de la sala de butacas que se estaba fabricando en la ciudad condal y los asientos que estaba construyendo en Granada el maestro ebanista Martínez Herrera, natural de Almería. 



El cine y los espectáculos musicales formaban parte del ocio de las clases medias y altas, mientras que el carnaval seguía siendo el desahogo en los barrios obreros. En enero de 1920 la ciudad se preparaba para las fiestas de febrero con un bando emitido por el alcalde, don Carlos Granados Ferre, con el que se pretendía poner orden al caos de otros años. Para evitar incidentes, tan frecuentes entonces en época de máscaras, se autorizó la circulación de disfraces por las calles hasta las seis de la tarde para que la gente no cometiera imprudencias de noche. Se prohibió el uso de disfraces que representaran a personas, así como los uniformes militares y los hábitos religiosos y los que se consideraran inmorales y deshonestos.


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