Un masajista para la ‘suite’ de B.B.

Brigitte Bardot llegó al Hotel Aguadulce el día de Reyes de 1968 para rodar ‘Shalako’

Eduardo de Vicente
00:18 • 19 feb. 2020 / actualizado a las 07:00 • 19 feb. 2020

Era un tranquilo día de Reyes en el que media ciudad se despertaba con un ojo puesto en los regalos de sus majestades y con el otro mirando la vuelta al trabajo y al colegio del día siguiente. Era un día de sol rotundo, que pintaba en el horizonte un paisaje de acuarela con un mar tan quieto que parecía un espejo. Ese paisaje fue el que sorprendió a la actriz Brigitte Bardot cuando por la carretera de Málaga llegó a Almería a bordo de un imponente ‘Roll-Roice’ de color blanco, conducido por un chófer negro vestido de ángel. 



Era una estampa para disfrutarla, aunque la diva francesa y su marido que la acompañaba, no estaban para detalles poéticos después de casi cinco horas de curvas y terraplenes. ¡Qué cambio! El día anterior habían desayunado en París, en un lujoso café de una gran avenida entre la fina capa de niebla que formaba la lluvia. Un vuelo directo los había dejado en el aeropuerto de Málaga y unas horas después llegaban a Aguadulce, a un moderno hotel que se acababa de construir frente a la playa. 



Venían de las autopistas francesas y se encontraron con las curvas de la carretera del poniente, una travesía inhumana que los dejó maltrechos, a pesar de las comodidades del coche en el que viajaban. La paliza fue tan importante que al día siguiente, un célebre concejal del Ayuntamiento de Almería recibió una llamada telefónica del director del Hotel Aguadulce, que con un tono de preocupación le suplicó que le resolviera un delicado asunto. Brigitte Bardot le había pedido los servicios de un buen masajista y el apurado director no conocía a ninguno.



El concejal recurrió a un abogado, buen amigo suyo, para que ver dónde podían encontrar a un masajista o al menos a alguien que tuviera algunos conocimientos en esta técnica. Pensaron en Claudio Pimentel y en Pepe Cubillo, que eran los que masajeaban los músculos de los futbolistas en el estadio, pero finalmente acordaron que el hombre idóneo podía ser el prestigioso practicante almeriense Pepe Bretones, que además tenía unas manos de santo para aliviar las dolencias musculares. Llamaron al practicante, le propusieron el negocio y aceptó encantado, pensando en la minuta, que sería importante, y en la gloria de poder contar que había ejercido su oficio en la habitación de una diosa.



El concejal y el abogado, ya que habían sido ellos los promotores, no quisieron quedarse fuera de la aventura y le propusieron al practicante que participaran los tres en el masaje a la artista sin levantar sospechas. Acordaron entonces que el señor Bretones entraría en la ‘suite’ de la novena planta donde se alojaba la actriz y una vez iniciada la terapia requeriría los servicios complementarios de dos auxiliares que estaban aguardando su momento en el hall.



Llegó la hora. El practicante subió a la habitación y cuando después de un buen rato de espera los acompañantes no habían recibido ninguna noticia que los invitara a subir al nido, pensaron que su amigo estaría tan implicado en la tarea que se había olvidado de ellos. Unas horas después apareció el masajista por el pasillo, con un gesto en la cara que no hacía presagiar buenas noticias. Sensiblemente molesto les dijo a sus improvisados ayudantes: “El masaje no era a Brigitte. Era para Gunter, su esposo”



Decepcionados, los tres amigos abandonaron el hotel sin más gloria que los honorarios que había percibido el masajista. Ya en el coche, en el camino de regreso, el masajista les contó todo lo que había sucedido allí dentro. “Cuando entré en la habitación estaba el play boy (refiriéndose al marido) tumbado en una cama, aquejado de un fuerte dolor de espalda, como consecuencia del viaje que había hecho desde Málaga. Él mismo me indicó la zona a masajear mientras que ella, en ropas mínimas, bailaba con otro ciudadano, hundiendo la fina punta de sus zapatos sobre una gran cantidad de discos de vinilo que estaba esparcida por el suelo, mientras el marido asistía a la escena con toda mansedumbre”.



La presencia de Brigitte Bardot en Almería durante varias semanas dejó otras escenas imborrables, como la del día en el que ella y su chófer quisieron aparcar en el Paseo al lado del kiosco de Bonillo y tuvieron que intervenir los guardias para echarlos a coscorrones. La actriz se aburría tanto en la ciudad que en una entrevista al ‘France Soir’ llegó a decir que los días se le hacían eternos en este desierto convertido en “circo” con tantos rodajes. “El otro día desapareció uno de nuestros figurantes y resulta que se había equivocado de película y estaba rodando en otra de al lado”, declaró la diosa.



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