Como del casco histórico ya casi solo nos queda el casco, podíamos inventar una nueva ruta turística para que los almerienses y los que nos visitan conocieran todas las singularidades de nuestro casco ‘prehistórico’, esa otra ciudad a la que se le paró el reloj hace cincuenta años y donde las viejas costumbres rozan la frontera de la ilegalidad.
El casco ‘prehistórico’ es esa parte de la antigua ciudad donde las leyes se relajan tanto que no se cumplen, donde las ordenanzas municipales son papel mojado y donde ver una patrulla de policía es un milagro. En algunas de las calles que lo forman es posible cruzarse con primos hermanos del hombre de Cromagnon que llevan motos trucadas y pisan el acelerador de los coches como si estuvieran inventando el ruido.
En el casco ‘prehistórico’ reinan los instintos por encima de la razón y los intereses particulares sobre el interés general. Allí, en cualquier plazuela, uno puede encontrarse con tribus auténticas compartiendo botellas de cerveza y el humo de la hierba como si estuvieran celebrando un ritual ancestral.
Por allí no se conocen los contenedores modernos ni pasan los coches de la limpieza con sus nuevos sistemas de riego con motor. Sólo pasa el barrendero de toda la vida sin más adelantos que el recogedor y la escoba y con la dura tarea por delante de tener que ir esquivando los excrementos de los perros que están presentes en medio de las calles como si formaran parte natural del paisaje.
Como en el casco ‘prehistórico’ no se conoce la existencia de las ordenanzas municipales ni a nadie le preocupa que se cumplan, los perros y los dueños campan a sus anchas y los ladridos componen la banda sonora de aquellos barrios, convirtiéndose en una pesadilla por la noche. Todos esos artículos y disposiciones que regulan la convivencia saltan por los aires hechos añicos en el casco ‘prehistórico’. Que no se pueden tener perros en las terrazas ni en las azoteas ladrando de día y de noche, pues eso será en el Paseo, porque en todo ese extenso territorio que va desde la Plaza del Ayuntamiento hasta los cerros de la Chanca, pasando por el pintoresco barrio de la Almedina y de la Alcazaba, es difícil encontrar una calle donde no haya un perro habitando un terrado.
En el casco ‘prehistórico’ la alegría se confunde con el ruido y como todo está permitido, como los guardias suelen pasar de largo para no complicarse mucho la vida, la música se puede poner “a todo trapo” sin temor alguno, sabiendo que no va a venir nadie a pedir explicaciones. Y si no hay música que reviente los oídos siempre hay un motero cercano que atenta contra el silencio con su tubo de escape trucado y a toda velocidad.
Nuestro casco ‘prehistórico’ es tan singular que suele ocurrir con frecuencia que los forasteros que suben al gran monumento buscando una fotografía típica de la ciudad para llevarse un recuerdo, acaban dirigiendo sus objetivos hacia toda esa fauna y esas formas de vida que lo rodean, que componen por sí mismas un gran espectáculo.
No sería una mala idea, para las próximas ediciones de las ferias de turismo, que nuestras autoridades hicieran un video donde además de la Catedral, de la Alcazaba, del esplendor de la Rambla y del paraíso del Paseo Marítimo, se ofreciera información sobre nuestro particular casco ‘prehistórico’ que nos mete de lleno en el túnel del tiempo para llevarnos a lo más sombrío de la Almería de hace medio siglo. Sería impensable que un turista que fuera a Granada se encontrara en el entorno de la Alhambra lo que aquí se puede ver a los pies de la Alcazaba.
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Eduardo de Vicente