Los primeros pasos de las Jesuitinas

Eduardo de Vicente
07:00 • 24 feb. 2020

Las primeras monjas que venían a fundar en Almería la escuela de las Jesuitinas pasaron un calvario para establecerse. Ya fue un auténtico vía crucis llegar a la ciudad después de un viaje de dieciséis horas. Las cuatro religiosas que hicieron de avanzadilla llegaron destrozadas, pero, tal vez por la fuerza de la fe, sacaron energía para nada más bajarse del tren tomar el camino de la iglesia privada de los dominicos para rendir cuentas ante el Señor. Llegaron por la mañana y esa misma tarde, después de almorzar en la casa de la familia Pérez Burgos, se fueron a ver al propietario de la vivienda donde se iba a instalar el colegio. Era un espléndido edificio entre la calle de la Reina y el Paseo de San Luis, pero no estaba acondicionado para albergar una escuela con internado. El dueño, Santiago Martínez García, un rico propietario de Alhama, se comprometió a repararla y a construir un cuarto de baño y un servicio de retretes y duchas, y a poner a disposición de las alumnas del colegio el hermoso jardín de la vivienda para utilizarlo como patio de recreo. 



El uno de septiembre de 1944, dos días después de su llegada, las monjas ya se habían entrevistado con el Obispo, Enrique Delgado y Gómez, que puso a su disposición toda la maquinaria de la Iglesia, y con el Gobernador civil, Manuel García del Olmo, que se comprometió a cederles el piso que estaba ocupado por la Delegación de Trabajo  para incorporarlo a las dependencias de la escuela. En esa lista de visitas buscando apoyos, estuvieron también en el despacho del alcalde, y se entrevistaron varias veces con don Santos, la mano derecha del Obispo, un personaje que fue clave para poner en marcha en una semanas un colegio con todo su complicada maquinaria. 



Don Santos Rodríguez Benavente era el secretario del Obispo y tenía una mente privilegiada, una capacidad incansable de trabajo y un don natural para convencer y derribar muros por altos que parecieran. Suyas fueron las gestiones para que las religiosas tuvieran una capilla disponible en apenas cinco días dentro del colegio y para que el día uno de octubre, la radio y el periódico anunciaran a bombo y platillo que el nuevo colegio regentado por las Hijas de Jesús empezaría las clases  el cinco de octubre.



Se habían adecentado las habitaciones de las futuras aulas y la ilusión de las monjas superaba cualquier contratiempo a la hora de empezar a caminar. 



Todo parecía preparado para que se iniciaran las clases, pero un día antes del estreno sobraba ilusión y fe y faltaban sillas y mesas para completar el centro. Por mediación una vez más de don Santos, los hermanos del colegio de la Salle contribuyeron con la empresa prestando sillas y pupitres, que fueron trasladados por los propios alumnos de la Escuela Cristiana al colegio de la calle de la Reina.



Don Santos Rodríguez Benavente, colaborador incansable de las religiosas, se convirtió también en el primer profesor de Religión que tuvo el nuevo colegio de las Jesuitinas, mientras que don Luis Aliaga Navarro, doctor en Teología y Derecho Canónico, fue nombrado capellán del  centro. En agradecimiento a la colaboración de la Iglesia para poner en funcionamiento el colegio en un tiempo récord, las monjas tuvieron un detalle aquella primera Navidad, regalándole al Obispo un pavo bien cebado en un cortijo de la vega.






Las Jesuitinas echaron a andar con fuerza. No tenían un colegio propio, pero sí la energía de las casi doscientas alumnas que se matricularon en los primeros meses, antes incluso de que la escuela fuera inaugurada oficialmente el dieciséis de diciembre de 1944.


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