Han sido muchos los vecinos del casco histórico que el miércoles empezaron a echar de menos la presencia de Lola la de los gatos caminando por las calles con su carrito de la compra y su cargamento de latas de comida para los animales.
En la tienda de López Andrés de la calle Castelar, se preguntaban qué le habría pasado a la buena de Lola que llevaba dos días sin aparecer por el banco que hay enfrente donde solía sentarse a descansar diez minutos antes de seguir su camino. “Tiene que estar mala”, me dijo el propietario de la tienda, ya que nadie la había visto en las últimas horas, ni en el banco sentada, si en el Carrefour del Paseo donde era clienta habitual ni en la confitería del Once de Septiembre, donde paraba a desayunar ni tampoco en la tienda de Santiveri donde su amigo Jorge siempre le tenía preparado un euro para los gatos.
Nadie había visto a Lola desde el lunes y la posibilidad de que le hubiera sucedido algo iba tomando cuerpo. El miércoles por la tarde decidí presentarme en su casa, en la calle Céspedes, para comprobar qué le pasaba. Estaba oscureciendo y a través de la rendija de una ventana del salón se veía la luz de una bombilla. Toqué varias veces en los cristales, la llamé por su nombre y no respondió nadie. Por fin, apareció un vecino que me dio la noticia: “A Lola se la han llevado los servicios de la asistencia social porque se le ha venido abajo el techo de la casa y estaba en peligro”. Unos minutos después, me confirmaron el suceso en la tienda de Carreño, en la calle de la Reina. Una de las empleadas, Carmen, que vive al lado de Lola la de los gatos, me contó que se la habían llevado al albergue municipal y que tanto el ayuntamiento como los servicios sociales estaban dispuestos a mover todos los hilos que estuvieran en sus manos para que Lola pudiera regresar a su barrio cuanto antes, ya que se encontraba desesperada fuera de su entorno.
Lola necesita regresar porque su vida está en el barrio de la Almedina, donde todo el mundo la conoce y la comprende, donde siempre encuentra una mano generosa que le da comida para los gatos y le ayuda a seguir adelante. Lola es una mujer que sigue siendo niña, la bondad personificada, tan inocente como cuando tenía diez años y se quedaba asombrada, con la boda abierta, cuando las monjas del Hogar la llevaban a la feria del Parque a ver los cacharricos.
Lola necesita ayuda porque lejos de su entorno la vida no tiene sentido para ella. Desde que falleció su madre ha vivido sola en una vieja vivienda de la calle Céspedes. Hace unos años, las asistentas sociales intentaron convencerla para que dejara la casa, que no reunía las mínimas condiciones de salubridad y de seguridad, pero ella no quiso, se agarró a las paredes como si formara parte de ellas y dijo que de allí no la sacaba nadie salvo que el destino fuera el cementerio. Allí era feliz, acompañada siempre de su gata y sabiendo que cada día había alguien esperándola, esas docenas de gatos que desde la Plaza de Santa Rita hasta la Almedina forman parte de su extensa familia sentimental. Este último invierno, cuando apretaba la humedad de enero, me la encontré una mañana temprano echándole de comer a los gatos del solar de la Plaza de la Careaga y le dije que se abrigara, que iba a coger la gripe. La buena de Lola me contestó que ella no podía ponerse mala porque tenía la obligación de los gatos, que no entendían nada de enfermedades.
La gente que la conoce puede imaginar lo que está sufriendo en el albergue, tan lejos de sus espacios. Ha llegado a grabar por mediación de una cuidadora, un vídeo en el que pide ayuda para poder tener una casa cuanto antes en el barrio donde nació, donde vive y donde quiere morir. Se habla de que hay personas moviéndose para buscarle alojamiento, aunque sea de alquiler, conscientes de que la vida de esta mujer no tiene sentido metida en un albergue ni en una residencia mientras tenga fuerzas para seguir andando las calles y dándole de comer a su ejército de gatos.
Lola necesita ayuda y todos los que la queremos estamos obligados a echarle una mano para que vuelva pronto.
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