En 1866 Santiago Frías Lirola, un joven emprendedor de Dalias que había llegado a la ciudad con la intención de abrir un negocio con los duros que había ahorrado trabajando en la tierra, fundó en el número ocho de la calle Real, junto a la esquina de la calle del Arco, la confitería ‘La Sevillana’. El nombre se lo puso en honor a su mujer, María Filomena Somohano Muñoz, que empujada por el amor se había embarcado en la misma aventura dejando su tierra, Sevilla y a toda su familia.
La calle Real era entonces la avenida principal de Almería y la vida de la ciudad fluía por ese gran río que unía la zona del puerto con la plaza del Ayuntamiento, que en aquellos años era también zona de mercado y alhóndiga.
Desde sus comienzos, la confitería tuvo obrador propio, lo que permitió a sus dueños fabricar dulces y pasteles que no se conocían en Almería. Pusieron de moda los caramelos ‘La Princesa’ y los merengues de dos pisos. Todos los años, por febrero, arreglaban los escaparates con máscaras adornadas con dulces que anunciaban la llegada del carnaval.
A finales del siglo XIX, cuando el Paseo fue ganando protagonismo comercial, el negocio se trasladó a un monumental edificio de la Puerta de Purchena. La confitería ocupaba el piso bajo, lo que hasta hace unos años era el local de Almacenes Segura y la óptica que había al lado. Tenía dos puertas de entrada y tres grandes escaparates. Encima, en el primer piso, vivían los empleados que contrataban de fuera y en el ático, los dueños. Las grandes dimensiones del local, permitieron a don Santiago Frías abrir una tienda de ultramarinos, que ocupaba la parte izquierda del establecimiento, y en la derecha, la confitería. Durante décadas, fue la confitería más prestigiosa de la ciudad. El aroma a café tostado y a merengue recién hecho, inundaba la Puerta de Purchena y sus alrededores desde primeras horas de la mañana y no había forastero que antes de regresar al pueblo no pasara por su mostrador para encargar un paquete de pasteles o alguna de las tartas de chocolate que siempre iban adornadas con graciosas muñecas elaboradas con bizcocho y merengue.
Hacía 1915 Santiago Frías Somohano, hijo de los propietarios, cogió las riendas de la confitería. Era un hombre muy preparado para el comercio, de naturaleza emprendedora y gran luchador, supo sobreponerse a un accidente de caballo que le dejó importantes secuelas físicas en su juventud, pero no mermó su inteligencia y su afán de superación. Además de agrandar la fama del negocio, llegó a ser presidente del Círculo Mercantil y uno de los fundadores de la primera asociación filatélica que se creó en Almería. Surgió de las reuniónes que en los años veinte mantenían en la trastienda de ‘La Sevillana’, personajes como Rodolfo Lussnigg, propietario del Hotel Simón, y comerciantes y empresarios como José Cordero, José Méndez, Antonio Santamaría, Baldomero Guisado y Antonio López Rivas.
El 29 de marzo de 1932, Santiago Frías Somohano falleció, víctima de un edema pulmonar. Su viuda, doña Antonia Giménez Quiles se puso al frente de la confitería. Tenía que seguir trabajando para poder sacar adelante a sus once hijos. Fueron años muy complicados que desembocaron en la Guerra Civil, que estuvo a punto de suponer el cierre definitivo. La escasez de materias primas obligó a suspender la elaboración de pasteles. El obrador, que llegó a contar con siete empleados, se quedó vacío y el establecimiento sobrevivió vendiendo cacahuetes, refrescos y alpargatas. En 1939 ‘La Sevillana’ tuvo que cerrar al ser detenida su dueña. La tuvieron varios días encerrada en comisaria porque su hijo Antonio, que había sido llamado a filas con el ejército republicano, se había pasado a las tropas franquistas.
Al terminar la guerra, la viuda recuperó el obrador y lo mantuvo en plena actividad hasta que en 1950 cerró. La última etapa estuvo marcada por la muerte en 1944 de Bella, una de las hijas de la propietaria. Su pérdida por un golpe muy duro para la familia y el negocio.
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Eduardo de Vicente