Antes de nada, me toca rectificar el haber rebautizado a mi nunca bien elogiada Mar Venzal. Días atrás comentaba aquí haber conversado con ella. Le puse por nombre María. O se me fue el santo a María, o fue una venganza subliminal al decirme Mar que no había copia. Queda pues enmendado mi borrón, Mar Venzal.
De algunas urbanizaciones me llaman telefónicamente, lo recalco porque hay quien llama a voces, para que diga que no saben cómo, pero que gentes irresponsables se han saltado los controles y han llegado hasta aquí. Pregunto cómo lo saben. Me dan los datos: han bajado a los aparcamientos comunales con la sana intención de ordenar los trasteros y, mira tú por donde, han visto los coches que habitualmente sólo están cuando vienen sus propietarios de vacaciones. A mi vez les consulto si es que no los han visto antes en sus viviendas. Pues al parecer, no. Y esto, ¿cómo se explica?
Escucho ladridos lejanos, me suenan a nuevos. No ladran los perros de siempre. Qué raro. Me viene a la memoria el cuento de Juan Rulfo “¿No oyes ladrar los perros?”, un canto desesperado a la esperanza. No sé, tal vez sea la esperanza que se cuela día tras día por mi ventana, esta ventana con horizontes breves y no siempre hermosos. Este confinamiento entre sol y sombra, ¿por cuál día vamos?, dicen que va a ser fecundo en futuros alumbramientos de bebés, en tanto que un descalabro de divorcios. Es lo que tiene pasar tantos días juntos para bien y para mal.
De Adra a Terreros por la costa; de Dalías a María por el interior, toda la provincia de Almería celebra la Semana Santa hacia adentro. En casi todos los hogares hay una candela encendida a la altísima Virgen o a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Este Miércoles Santo, ay, el beso de Judas, un beso de treinta monedas de plata. Toda traición tiene un precio. Esta noche de Miércoles Santo, en muchas calles se seguirá el Vía Crucis, las catorce estaciones con el acompañamiento musical de los numerosos fieles que entonan cantos eclesiásticos. Creo ver dos hileras de penitentes y fieles con cirios cuya cera derramada marca el camino al Cristo del Vía Crucis en procesión silenciosa.
En algún lugar, quizá al lado de la mar, el Santo Cristo de la Misericordia y la Santísima Virgen de la Amargura, procesionen en las almas de los fieles por esas calles imaginarias. Seguramente, casi seguro, El Prendimiento, El Calvario, estarán rodeados de nazarenos, desde algún balcón caerá una lágrima y una saeta. Me llama desde Sevilla mi amigo Gabi, bético y hermano de la Esperanza Macarena que un año me hizo caminar toda la procesión de espalda frente al trono de la Virgen, que no se lo perdonaré nunca. Dice que se encuentra muy ‘sentío’ sin el desfile procesional de su Virgen, la mucho-más- mejor y más guapa. Que como estoy, me pregunta. ¿Cómo voy a estar, Gabi? Como todos los días, porque, yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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