Airear la casa es una rutina diaria. Mi sorpresa ha sido encontrar el balcón repleto de pelotas de plástico. Tal pareciera una piscina infantil de bolas. Las hay de todos los colores. Apoyado en la barandilla, viendo pasear a nadie, me ha caído una bolita. He mirado hacia arriba. Es Nuno, tiene cuatro añitos, quien tira las bolas. Intuyo que sus papás, los vecinos de encima, le habrán comprado un quintal de bolas. Es sabido el entusiasmo de los pequeñitos en lanzar lo que sea a la calle. Menos el chupete, eso sí que no. Nuno me ha tirado otra bolita, yo se la he devuelto. Para qué más. El juego de bola sube, bola baja, ha durado lo que mi cintura ha aguantado curvada sobre el pasamanos. Me ha resultado divertido.
Ayer noche, en uno de los informativos de la tele, vi y escuché brevemente al presidente de Francia Enmanuel Macron en una autocrítica desacostumbrada en el palco político. Reconoció lo que tantos otros, sin señalar, deberían haber admitido. Es decir, menos parrafadas sin orden ni concierto y más eficacia. Mucho me temo estar aproximándome a donde no quiero llegar. Máxime tras haber leído un tuit piado por Arturo Pérez-Reverte.
Tengo puesto de fondo el concierto de Paco De Lucía, Al Di Meola y John McLaughlin. Llega un momento en que dejo de escribir. No puedo continuar. Ignoro si alguien antes haya dicho que es una demostración de arte sublime, rayano en lo increíble. Estos tres maestros hacen música de sublime calidad y emocionalmente conmovedora. Caigo en la cuenta de estar absorto en la doble hilera de hormigas que van y vienen por el alféizar de la ventana. Me sobresalta una llamada telefónica. Es de la Cruz Roja de Mojácar. Se interesan por mi estado y el de mi familia. Todos bien, gracias. Que cualquier cosa, cualquiera, que están a disposición de todos los ciudadanos. Uno no sabe cómo dar las gracias, mostrar la gratitud al desvelo de personas que, tal vez ni conoces, pero ahí están dando lo que tienen que es todo. Entre amigos y familiares nos preguntaremos como saldremos de esto a los que toque salir. Tengo alguna ligera idea, más platónica que posiblemente realista, aunque desde luego, hoy, en estos días, nos hemos humanizado más si cabe, que sí cabe.
Algunos conocidos de nacionalidad británica suman su temor al contagio del virus a la inquietud del brexit. Me dicen que con este parón se les hace dificultoso realizar las gestiones que les quedaron pendientes. Los entiendo. Debe ser un agobio. ¿Qué les puedo comentar si esto nos ha cogido desprevenidos a todos? Si nos ponemos a contar, cuántas cosas habremos dejado entre paréntesis, a medio terminar o a punto de comenzar. Me llama un amigo, no importa el nombre. En la conversación se desahoga, el paro le finaliza el próximo mes de mayo. Me gustaría darle un abrazo, escaso consuelo para un horizonte negro. Siento su opresión. No me acerco amigo, no lo tomes a mal, sabes que yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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