El corredor por antonomasia, el atleta que todas las mañanas ponía las calles al amanecer, el correcaminos que no se sentaba ni para almorzar, ese pequeño dios que te lo encontrabas por el Paseo Marítimo a las diez de la mañana y una hora después te lo cruzabas por la Plaza de Toros al mismo trote y saludando a todo el mundo, ha vuelto a su hábitat natural después de casi dos meses de confinamiento.
Muchos nos preguntábamos, en los momentos más duros del encierro, mientras mirábamos las calles con nostalgia a través de la ventana, qué habría sido de Diego Bautista, cómo estaría viviendo la clausura el callejero mayor del reino. Ahora hemos sabido que el veterano atleta ha sobrevivido al cautiverio porque lo hemos vuelto a ver corriendo, lo que constituye una gran noticia porque no puede haber en esta ciudad un síntoma más elocuente de la vuelta a la normalidad que salir a dar un paseo y cruzarse diez veces con Diego Bautista.
Cómo ha logrado resistir el encierro un personaje que solo pisaba su casa para comer y dormir. Lo ha hecho solo, completamente solo, en un piso sombrío de la calle Álvarez de Castro, sin redes sociales, sin vocación lectora. ¿Cómo ha conseguido salir victorioso de esa batalla minuto a minuto contra la soledad?: corriendo. Diego no ha dejado de correr y como no tenía calle se ha refugiado en el terrado de su edificio y en el estrecho pasillo de su vivienda que lo ha dejado tan desgastado que ahora tendrá que cambiarle las losas.
Ha sido el gran triunfador en ese maratón de azoteas y de pasillos en el que casi todos hemos participado desde que a mediados de marzo tuvimos que cortarnos las alas. En esas horas de desazón, han sido muchos los almerienses que han buscado en los terrados la libertad que se les negaba en la calle; hemos visto como las azoteas se convertían en caminos, a veces compartidos por varios vecinos, y como entre los huecos de la ropa tendida aparecían cabezas de hombres y mujeres dando saltos como si estuvieran en un gimnasio.
“He llegado a hacer siete kilómetros corriendo por el ‘terrao’ de mi piso, pero no lo vayas a poner por si me multan”, me cuenta, mientras que lo tranquilizo diciéndole: “No te preocupes que no se va a enterar nadie”.
Diego Bautista corría y corría por la azotea imaginando que estaba en el Paseo Marítimo y para que la escena tuviera más verdad, de vez en cuando se asomaba al muro para saludar a algún vecino de algún terrado lejano. Su sacrificio constante le ha servido para no coger un gramo de grasa y para mantener su estado natural de forma. Está en perfecto estado de revista, haciendo ya sus catorce kilómetros diarios a pesar de sus 72 años de edad.
No puede asegurar cuántos kilómetros ha podido hacer entre la azotea y el pasillo, ni tampoco los capítulos de las telenovelas que se ha tragado en los ratos de ocio, que han sido todos. Ahora está otra vez en las calles, corriendo, aprovechando que puede salir varias veces al día por la autoridad que le confieren sus más de setenta años y porque Diego sigue entrando dentro del grupo de los niños.
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