La trastienda de Calzados Plaza-Suizos esconde algunos tesoros que nos cuentan la historia de cuando este viejo local del Paseo fue el nido del Café Suizo. Un trozo del antiguo tablao donde se montaban las actuaciones artísticas sobrevive ahora convertido en una mesa de caoba.
En agosto de 1941, por cese de la industria y cierre del establecimiento, el Café Suizo sacaba a la venta todos los enseres del negocio, incluyendo su histórica tarima que tantos artistas pisaron en aquellas noches de fiesta mientras la ciudad dormía. El de 1941 fue su último verano, el epílogo de una historia que había comenzado en el siglo XIX, cuando se instaló en la parte alta del Paseo de Almería. Fue uno de los locales que marcaron el ritmo de la vida social y cultural de la ciudad. Allí se discutía de toros, de política y de literatura. Entonces era costumbre que poetas y periodistas escribieran sus versos y sus artículos sobre uno de aquellos veladores. En los años de la Guerra Civil, el negocio perdió fuerza y acabó inmerso en una profunda crisis de la que ya no salió. Cuando en 1941 echó las puertas, el local se puso en venta. Era un lugar muy atractivo, en pleno centro de Almería y dando a dos calles, por lo que el propietario recibió importantes ofertas de comerciantes que querían comprar el establecimiento.
Un conocido empresario de la época, Francisco Plaza, que regentaba junto a su hermano Pedro una zapatería en la otra acera del Paseo, fue el que más fuerte apostó y se hizo con la titularidad de lo que había sido el Café. En la reforma intentó salvar una parte del decorado del techo, que todavía sigue en pie, y lo que quedaba del histórico tablao.
El Café Suizo fue mucho más que un café de desayunos, tertulias y periódicos, fue todo un referente para varias generaciones de almerienses. En la primavera de 1889, cuando Almería batallaba por su Ferrocarril, la gente se enteraba de las últimas noticias que iban llegando en las tertulias del Café Suizo. Cada novedad se conocía antes en los veladores del establecimiento que en los salones institucionales. Tal era el interés que creaban las crónicas del tren, los pequeños avances que se iban consiguiendo, los informes que llegaban de Madrid, que los dueños del Café Suizo, los señores Zarzosa y Campoy, declaraban el estado de fiesta cada vez que se producía una buena noticia y llegaron a publicar suplementos dando a conocer las primicias que generaba la próxima llegada del tren.
En 1879 ya ofrecía sus servicios al público de Almería, anunciando en la prensa “refrescos instantáneos con los nuevos piloncitos refrescantes. Cada uno de estos piloncitos, disuelto en un vaso de agua, produce un delicioso refresco de naranja, limón y zarzaparrilla”, decía el mensaje publicitario. En esta época figuraban como propietarios los señores don Antonio Campoy, que fue alcalde republicano en 1873, y don Eustaquio de los Ríos, un empresario muy querido en la ciudad desde que en 1885, en los días de la epidemia de Cólera, repartió limosnas, proporcionó medicamentos y dio sus ropas a los desnudos. La muerte del señor Zarzosa, en 1895, cuando sólo tenía 51 años de edad, fue un duelo general en la ciudad. Fueron los empleados del ‘Suizo’ los que llevaron a hombros el ataúd, acompañados por la música de la Banda Municipal.
El Café Suizo estuvo muy ligado al kiosco que sus propietarios instalaban en medio del Paseo, a unos metros de la Puerta de Purchena. En junio de 1895 apareció un anuncio en el periódico avisando a los clientes de que “el hermoso salón-kiosco que los señores Zarzosa y Campoy instalan todos los años en el Paseo, inaugura una nueva temporada”. Ese año fue un gran acontecimiento en la ciudad porque se restauró el decorado y se hizo una instalación de alumbrando “tan exuberante como lujosa”, sustituyendo las farolas clásicas que adornaban el local por lámparas modernas que trajeron de Berlín. La música formó parte de la historia diaria del Café Suizo. En el invierno de 1896 se anunciaban conciertos del tenor Manuel Reina, que se alternaban con noches flamencas y actuaciones de magos y prestidigitadores.
El Café Suizo siempre gozó de buena fama entre los artistas. Las noches que había función el lleno era absoluto y el humo del tabaco formaba una cortina tan espesa que se podía cortar con un cuchillo.
El Café mantuvo su esplendor hasta la Guerra Civil, en manos del empresario Juan Ruiz Mañas. En mayo de 1939, un nuevo propietario, Diego González Bascuñana, intentó reflotar el negocio y contrató a la orquesta Liberia con la voz de Magdalena Álvarez para recuperar el esplendor de los viejos tiempos. Pero las restricciones y la escasez de la época terminaron por hundirlo.
En agosto de 1941 aparecía un anuncio en el Yugo anunciando la desaparición del ‘Suizo’. “Por cese de la industria y cierre del establecimiento se venden todos los enseres”, decía la esquela que ponía el punto y final a una parte de la historia de la ciudad.
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Eduardo de Vicente