José Miras Morales se lustró más que nunca ese día los botines, se anudó su mejor corbatín y consultó el reloj de bolsillo. Faltaban unos minutos para la diez de la mañana de ese domingo 12 de junio de 1887 y se dirigió al Ayuntamiento, a su Ayuntamiento, para presidir la sesión que convertiría a Huércal de Almería, ese pueblo de arrieros y menestrales, de ventas y establos, en municipio independiente de su metrópoli.
Esta vez para siempre, sin vuelta atrás, para que no se reprodujera nunca más el arrepentimiento de aquel grupo de propietarios que imploraron anexionarse de nuevo a la capital unos años antes porque en la tesorería municipal solo quedaban telarañas. No, esa vez iba a ser para los restos, pensaría Miras camino de la Casa Consistorial. Estaba a punto de rebrotar de manera definitiva una Huércal independiente, una nueva Escocia a la vera del Andarax, sin necesidad de que algún William Wallace se pintara la cara, de que alguien disparara fuego de arcabuz, tan solo con la medicina de la determinación y el arrojo para mantener equilibrados los ingresos y los gastos.
Miras se sentó en el sillón de alcalde y fue nombrando ediles: Joaquín Capel César, su hermano Juan Miras Morales, Leandro Martínez Rodríguez, Manuel López Capel, Francisco Segura, Segura, Antonio Segura Segura, Joaquín Cantón Capel, José Ferrer García y José Herrero García. Todos refrendaron su nombramiento como alcalde y rubricaron el acta de independencia. Le brillaron los ojos a Miras y sin pedir cuentas a nadie agarró la bandera roja y verde de la sala y la tremoló en el balcón ante casi nadie y aunque no era Wallace, se sintió un poco así esa mañana calurosa de primavera tardía, con el horizonte verde de los parrales, con el aroma a heno de los campos recién segados.
Miras tuvo el papel simbólico de ser el primer edil del retorno a la independencia, pero uno de los personajes que más defendió con uñas y dientes el derecho de los huercaleños para autogobernarse fue Miguel Alvarez Moreno, quien ya había sido alcalde en el lejano 1865. Era jurista y representante de los bienes del ilustre granadino Narciso de Heredia y Peralta, Conde de Marina y sobrino del Marqués de Heredia, quien tenía en Huércal distintas fincas y bienes raíces, entre ellos 108 tahúllas en la Almazara de los Frailes, con cortijo, huerto, cercado, árboles frutales, boquera propia y molino harinero de tres piedras. En1880 fue nombrado juez y registrador de la propiedad de la Isla de Cuba y caballero de la Orden de Carlos III. Falleció en 1884 sin ver cumplido su sueño de una Huércal emancipada, pero sus restos, por su última voluntad, viajaron desde La Habana hasta su villa natal para ser inhumados en el cementerio municipal.
Desde entonces, desde que Huércal salió del claustro materno de Almería, han transcurrido 133 años, que han dado lugar a tres o cuatro generaciones de huercaleños independientes que han ido modelando un próspero municipio periférico, que merodea los 20.000 habitantes, que crece como la hiedra, entre polígonos industriales, concesionarios de vehículos y brío emprendedor.
Siguieron allí, por muchos años, algunas de las fincas de recreo de los señores de la uva de Almería que miraban al Andarax para evadirse y descansar de sus ocupaciones. Apellidos hidalgos como Careaga, Venegas, Almansa, Solís, Orozco y haciendas legendarias como la del Canario, el Palacio Boleas, Las Mascaranas de Fischer, Villa María o Santa Sofía, todas con sus balsas, sus acequias y sus jardines babilónicos. Fueron creciendo barrios como Los Pinos, El Potro, La Cepa, Las Zorreras y llegó en 1891 el tren minero de Sierra Alhamilla, proporcionando un transporte regular hasta la capital.
Pero, sobre todo, Huércal ha ido creciendo a través de sus gentes, de sus familias, de los lazos cómplices de sus vecinos, a través de espacios comunes y de tradiciones que han ido arraigando y pasando de abuelos a nietos. Huércal se ha ido haciendo grande y robusta gracias a sus señas de identidad plasmadas en el recuerdo de escuelas como la de don Rafael y doña Encarna; a través de bares como el de Cecilio, el del Centro o el de Los Tontos; a través de esos días para la memoria en los que giraba visita el gobernador Urbina Carrera para inaugurar, por ejemplo, la Plaza de Abastos; ha ido creciendo Huércal gracias a gente como María la de los Cántaros y su negocio, viendo cómo desaparecían los antiguos parrales de uva que daban paso a los naranjos, como antes desaparecieron las moreras medievales; eran tiempos en los que los niños venían al mundo en las casas de Huércal y eran bautizados con el nombre del abuelo paterno, niños que después corrían por la plaza detrás de pelotas de trapo o perseguían ranas en las basas o ponían cepos para los pájaros o cogían ciruelas de los árboles y que ahora son hombres; tiempos en los que la barbería del Cintas era un Parlamento y en los que Juan el Andreo lo mismo repartía leche por las calles de Almería en bicicleta que fabricaba escobas de palma; tiempos en los que en Huércal estaba la fábrica de La Casera y se hacían frigoríficos con hábiles manos artesanas; tiempos de uvas y naranjas, de almacenes como el de Simón Cano o el de Mi saca, donde laboraba, por ejemplo, Fina la Carriconda. Por todo eso, por todos esos, Huércal es ahora lo que es.
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