Antes de que se pusieran de moda los tocadiscos y de que la juventud organizara sus propios guateques en los salones de las casas y en las cocheras, los bailes de verdad contaban siempre con una buena orquesta que era el alma de la fiesta.
Fue en la segunda mitad de los años cincuenta cuando las orquestas locales empezaron a tener más importancia, coincidiendo con otra moda, la de celebrar como un gran acto social las bodas. Antes, lo más habitual era que los invitados fueran obsequiados con una invitación en la casa de la familia del novio o de la novia, hasta que en ese tramo final de los años cincuenta empezó a hacerse costumbre, sobre todo entre las familias de la alta burguesía, organizar una celebración a lo grande que pasaba casi siempre por las instalaciones del Club de Mar y por contratar a las mejores orquestas que hacían furor en la provincia.
El Club de mar era un sitio de categoría, como se decía en aquel tiempo, donde más se ganaba, donde se celebraban las bodas de dinero, como decían los músicos. Paco Sierra, que regentaba entonces el restaurante, se encargaba personalmente de que el grupo de moda estuviera tocando cada noche sobre su escenario, ya fuera en una boda o en una de las verbenas llenas de glamour que se celebraban en las noches de feria.
Noches de calor y fuego, de vestidos blancos y zapatos de tacón recién estrenados, de peinados en Cayetano, de pasiones contenidas al compás de un bolero, noches de promesas de amor bajo la complicidad de la luna que como un testigo silencioso se reflejaba sobre las aguas del mar.
Para una orquesta, tocar y triunfar en el Club de Mar era como para un torero salir por la puerta grande de Madrid o de Sevilla. Una noche de éxito en la terraza del Club de Mar te abría las puertas de los locales más importantes de la provincia y te garantizaba trabajo para todo el verano.
Entre aquellos músicos que triunfaron en el Club de Mar estaba el grupo ‘Los Trovadores’. La primera formación se llamaba ‘Los Trovadores del Mambo’ y se hicieron famosos en 1952 cuando tocaba en directo en las emisiones de fin de semana que organizaba la emisora local de Radio Juventud, en su programa ‘Zarabanda’. Se emitía los sábados por la noche y los jóvenes que contaban en sus casas con el lujo de un aparato de radio, podían escuchar las canciones de moda del momento.
‘Los Trovadores’ fueron creciendo hasta tocar el cielo a finales de los años cincuenta y en los primeros sesenta. Luis Gázquez, uno de sus músicos más importantes, recuerda que si una orquesta cobraba cien pesetas por una sesión, ‘Los Trovadores’ ganaban trescientas.
Detrás de aquellas noches triunfales estaba siempre el escenario del Club de Mar. Tocaban cuando había una boda de lujo, tocaban los fines de semana y tocaban las diez noches de feria. Tocaban sin descanso, a veces sin tiempo para ensayar. Cuando tenían un rato libre se juntaban en la casa de la madre de Cristo Sánchez de la Higuera, en la calle Fructuoso Pérez, y allí, de prisa y corriendo, se ponían al día con los últimos éxitos que habían salido al mercado. Había madrugadas interminables en las que los músicos se multiplicaban para poder estar en dos lugares distintos en una misma velada. Luis Gázquez cuenta como anécdota una noche frenética en la que después de terminar su actuación en el Club de Mar, donde habían salido por la puerta grande, se montaron en un taxi y se fueron a Adra donde estaban contratados. Iban eufóricos después de haber encandilado al respetable público del Club de Mar, y empujados por esa fuerza inagotable de la juventud, se metieron entre pecho y espalda las insoportables curvas de la carretera de Málaga para pode cumplir con el público abderitano.
Lo más curioso de aquella experiencia fue que mientras iban de camino, subidos en el taxi, en la radio del coche escucharon la canción ganadora del primer premio del festival de Benidorm, que acababa de fallarse. La canción se llamaba ‘Enamorada’, y la interpretaba el cantante José Francis. En ese momento, cuando sonaba la canción ganadora, Cristo Sánchez de la Higuera, que era un genio, les dijo a los músicos: “cogerla”, y a fuerza de oido y memoria se quedaron con lo esencial de aquella interpretación. Cuando llegaron a Adra sorprendieron al público tocando el recién estrenado primer premio de Benidorm.
El Club de Mar siguió siendo un santuario para las orquestas y también para los conjuntos de los años sesenta. La aparición de la tele, la democratización del tocadiscos y la moda de los equipos de música alquilados, fueron una dura competencia para los que vinieron después.
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