Éramos tan inocentes hace cincuenta años que los rumores se convertían en verdades de forma inmediata sobre la barra de un bar. Nos creíamos todo lo que nos decían: que iban a llegar grandes rodajes otra vez a la ciudad, como en los buenos tiempos o que en el momento en el que estuviera arreglada la carrera de Aguadulce nos iban a invadir los turistas y íbamos a poder competir con Málaga.
Casi todos nos habíamos creído que un año antes, en el verano de 1969, el hombre había pisado de verdad la luna, como nos habían contado por la televisión, pero había más de uno, más de una voz autorizada, que en Almería había puesto en cuestión aquella hazaña espacial y sostenía que lo que nos habían vendido como un paisaje lunar era uno de los descampados inaccesibles del desierto de Tabernas. Mi padre, que contaba con un regimiento de parroquianas en la tienda, mujeres que tenían plena confianza en él, porque era un hombre que había visto mundo cuando en su juventud se lo llevaron a la guerra y llegó hasta el frente de Teruel, era de los que aseguraban que la luna estaba allí, en el desierto de Tabernas y que los americanos nos habían querido engañar a todos.
Esa duda sobre la verdadera historia del viaje a la luna se hizo más sólida cuando en julio de 1970 corrió el rumor de que el célebre astronauta Neil Armstrong, se encontraba veraneando en Almería. “Eso es que ha venido a rodar otras escenas de la luna”, dijo mi padre, dejando con la boca abierta a su clientela.
“Ha venido otra vez el astronauta”, se comentaba en los bares y en la Plaza. El rumor fue cogiendo tanta fuerza que hasta el periódico tuvo que salir a desmentirlo con una noticia que titulaba: “El astronauta Armstrong no está en Almería”. Lo habían confundido con un comandante de las Fuerzas de Estados Unidos que también se llamaba Armstrong, que estaba veraneando tranquilamente en Roquetas de Mar. Fue el director del hotel en el que se hospedaba el que le pidió a la prensa que desmintiera el rumor ya que el personal había empezando a agobiar al militar pidiéndole autógrafos y fotografías, creyendo que era el astronauta y el pobre comandante estaba harto de explicar que él no había estado nunca en la luna.
El que sí estaba en Aguadulce era el actor Yul Brynner, el mítico calvo, que había venido a pasar unos días de tranquilidad y a celebrar sus cincuenta años. En el hotel le dieron una placa conmemorativa. Aquel 14 de julio de 1970 también fue noticia el sepelio de Muñoz Grandes, el militar de la División Azul y la intensa actividad del Gobernador Civil de Almería, Juan Mena de la Cruz, que tenía que multiplicarse para poder estar en los pueblos inaugurando obras de cara a la festividad del ‘18 de julio’ y unas horas después clausurando el turno de campamentos que organizaba la OJE en Aguadulce.
Aquel fue un mes de julio caluroso, con el termómetro alcanzando los treinta grados varios días seguidos y la gente llenando las playas y los cafés a la hora del fresco. En la terraza San Roque, conocida como el cine Jurelico, preparaban el acontecimiento del verano, el baile de vísperas de la Virgen del Carmen que ese año contaba con la actuación estelar del conjunto “de moda” ‘The Sum Flowers’, muy conocido en su casa a la hora de comer.
Los almerienses se entretenían entonces en los bares, en las tertulias de los cafés del Paseo, en los festivales de la Alcazaba y en las veladas de boxeo que se celebraban en la terraza Albéniz. Y los domingos, a la playa, cuando se formaban las primeras caravanas en la peligrosa carretera del Cañarete, tan temida que la Cruz Roja instalaba todos los días de fiesta un puesto de auxilio a la altura del camping de la Garrofa. Eran los primeros tiempos de la Urbanización Aguadulce, que se anunciaba como la ciudad residencial de Almería. Fueron muchas las familias de clase media de la ciudad que en aquel verano del 70 sacaron del Monte Pío una parte de sus ahorros para dar la entrada del apartamento en la playa que era la prueba rotunda de que la familia había progresado. Otros progresaban poniendo en sus negocis aquellos primeros aparatos de aire acondicionado que parecían cajas fuertes y pesaban una tonelada.
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Eduardo de Vicente