La fotografía de la travesía del puerto a nado define perfectamente una época. Eran los años de la posguerra, cuando las actividades deportivas más importantes de la feria se celebraban en el puerto. Como no teníamos instalaciones, teníamos que aprovechar los recursos naturales y allí estaba nuestro puerto para que los valientes compitieran por ser héroes durante un día.
La fotografía nos va contando una historia. Nos habla de la importancia que entonces tenían las pruebas deportivas, por insignificantes que ahora pudieran parecernos. Como la vida sucedía en la calle, cualquier acto se convertía en un gran acontecimiento que era seguido por cientos de personas. Para presenciar la travesía del puerto desde esa primera línea de gradas que representaba el entorno de las escalinatas, había que llegar varias horas antes si se quería coger un buen sitio. Los niños aprovechaban la presencia de cualquier cargamento que hubiera varado en el muelle para utilizarlo como tribuna y se requería la intervención de la policía para poner orden en medio del caos.
La foto nos habla también de la masculinidad del acontecimiento y nos revela la dificultad que entonces tenían las mujeres para participar aunque solo fuera como espectadoras en los espectáculos deportivos. Era casi imposible ver a una mujer en las gradas del estadio de la Falange, salvo que fuera acompañada de su marido o de su novio, y mucho menos en un combate de boxeo o en las proximidades de la escalinata real donde se organizaban las principales pruebas náuticas.
La fotografía nos enseña también que en aquella época casi todo estaba permitido y que el umbral del peligro estaba mucho más alto que ahora. Se puede ver como los niños se amontonaban en la misma orilla del muelle, sin ninguna precaución, sin que nadie se hubiera preocupado de poner una valla o una cuerda para evitar un posible accidente. Es más, detrás de los niños que estaban asomados al borde de la escollera, se distinguen los uniformes de varios guardias que también estaban disfrutando del acontecimiento.
También se puede comprobar, observando la imagen, que había menos delicadezas que ahora y que los jóvenes no sentían ningún reparo a la hora de zambullirse en unas aguas que debido al tráfico constante de los barcos solía estar contaminada por aceite y alquitrán. Poco importaba la suciedad de aquel tramo del puerto con tal de poder competir en aquellos torneos de feria que convertían en auténticos héroes locales a los ganadores. Merecía la pena el sacrificio si al final se lograba la recompensa de las trescientas pesetas que se llevaba el ganador de la travesía del puerto a nado.
La fotografía nos lleva a una figura fundamental en la sociedad almeriense de aquella época: Eduardo Gallart, que está en primera línea con su camisa blanca, como uno de los miembros del jurado de la prueba. Gallart en los años de la posguerra, ya era el gran promotor deportivo de la ciudad y ya fuera en un partido de fútbol, la popular travesía del puerto a nado, una carrera de bicicletas o un combate de boxeo, allí estaba Gallart, encargándose de que todo fuera un éxito.
La foto habla también de la importancia que entonces tenían los deportes acuáticos, que salvaron los programas de feria de la posguerra. El puerto se convertía en el gran recinto deportivo de la ciudad y el mar acogía pruebas tan diversas como la natación, la captura de patos, los saltos de trampolín o las cucañas en la bahía donde los más intrépidos caminaban por un palo de la luz embadurnado de aceite para llevarse cinco duros de premio. Los saltadores de trampolín eran las grandes figuras de las ferias de la posguerra, después de los toreros. Eran los grandes atletas del momento porque mezclaban, además de una buena condición física, la valentía suficiente para lanzarse desde las alturas a las turbias aguas del muelle ante la mirada de asombro de cientos de espectadores.
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