Los coches que funcionaban con gasógeno

Una de las camionetas que en los años cincuenta se encargaba del transporte de pasajeros entre Almería y los pueblos de la provincia
Una de las camionetas que en los años cincuenta se encargaba del transporte de pasajeros entre Almería y los pueblos de la provincia
Eduardo de Vicente
16:48 • 11 dic. 2017

Al taller que la familia Sagredo tenía al pasar el badén de la Carretera de Granada llegaban los coches que se dedicaban al servicio público para que los mecánicos les instalaran aquel artilugio en la parte trasera.  Eran los motores de gasógeno, obligatorios en un tiempo de duras restricciones de combustible. A los turismos, los taxis y a las camionetas que se dedicaban el servicio público le hacían la instalación en la parte trasera del vehículo, mientras que a los camiones se lo colocaban detrás de la berlina. La instalación de los motores de gasógeno no era una tarea sencilla y los mecánicos tenían que trabajar duro durante varias jornadas para colocar aquel mamotreto que funcionaba con una caldera rudimentaria a  base de carbón vegetal y que estaba compuesto además por un sistema de tuberías que se colocaban por la parte de fuera para evitar que se quemara el motor.



Era un espectáculo ver a las camionetas que cubrían el servicio con los pueblos con aquellos motores con caldera, chimenea y tuberías instalados atrás y arriba, en la baca, las cajoneras llenas de maletas y de jaulas con gallinas y conejos que formaban parte de los equipajes de la gente en los años más severos de la posguerra. Con tanto artilugio encima, las viejas camionetas chirriaban a su paso y cuando cogían un bache, que tanto abundaban, se movía como si estuviera a punto de descomponerse.



Los mecánicos de aquel tiempo tuvieron que adaptarse también al invento y a fuerza de práctica se hicieron expertos en colocar, arreglar y quitar los célebres motores de gasógeno.



En aquellos años los vehículos dedicados al servicio de viajeros fueron los que tuvieron que adaptarse obligatoriamente a las exigencias de las restricciones, cuando para  poder circular tenían que guardar cola para retirar los vales para la gasolina en las oficinas que Campsa tenía en la Puerta de Purchena. Los taxis y los autobuses fueron durante los primeros años los únicos vehículos de motor que circulaban a diario por la ciudad. En aquel tiempo eran pocos los particulares que tenían un coche propio, a excepción de algunos médicos y empresarios importantes.



En septiembre de 1941 salió a la calle un bando en el que se prohibía a los coches de turismo circular de sábado a lunes para ahorrar combustible. Efectivos de la guardia civil y de la policía municipal vigilaban las carreteras de acceso a la ciudad y paraban a los conductores para pedirles la autorización obligatoria.



En febrero de 1944 se agudizó la restricción de petróleo de tal forma que se prohibió la circulación de coches y motocicletas, excepto a los que estaban adaptados para funcionar con gasógeno. Los vehículos oficiales necesitaban un permiso para transitar por la ciudad, así como los coches y las motos de los médicos y el personal sanitario.



Los taxis que no tenían puesto el gasógeno podían trabajar solamente en días alternos, los que su matrícula acababa en número par circulaban los días pares, y los que terminaban en impar, los días impares.



El gasógeno se convirtió en la alternativa a la gasolina. “Automovilista, su motor no se perjudicará si lo equipa con el modernísimo gasógeno Ordóñez, declarado de utilidad nacional”, decía la publicidad que puso en marcha el taller ‘Radiadores Ortiz’, de la calle Navarro Rodrigo.


Fueron tiempos muy duros, sobre todo para los taxistas almerienses, que pudieron superar las limitaciones gracias al intenso trabajo que había en una época en la que los coches eran artículos de lujo. Entonces se hacían muchas carreras a la Casa de Socorro, al Hospital, A la Estación de Ferrocarril, a los pueblos de la provincia y de noche eran muy solicitados por médicos y practicantes para desplazarse a los domicilios de los pacientes. Los servicios a otras ciudades eran contados y casi siempre se debían a motivos de enfermedad o de muertes. La gente sólo recurría a un taxi para ir a Granada o a Madrid en  los casos más urgentes, cuando se trataba del fallecimiento de un familiar.


También funcionaba con gasógeno la  Parrala, de Viator. Los niños de la Carretera de Granada, cuando salían del colegio de Calvo Sotelo, se iban a las cocheras de Ramón del Pino para ayudar al chófer a ponerla en marcha: ellos le daban a la manivela para encender el artefacto y a cambio, el conductor los dejaba subirse en el coche y los llevaba, en un paseo triunfal, hasta la Plaza de San Sebastián, donde estaba la parada oficial del servicio.


En cada parada se bajaban y se subían pasajeros, por lo que el coche tardaba más de una hora en completar el trayecto. En aquellos años de la posguerra casi siempre solía ir repleto, por lo que era frecuente ver a los viajeros subidos en la baca, donde también llevaba asientos.


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