La Feria moderna fue una feria sin patria, empujada al exilio, a esa búsqueda de un lugar donde echar raíces que no interrumpiera el crecimiento de la ciudad. El Parque, el Paseo y la zona portuaria empezaban a ser los símbolos de un tiempo. Cada año era más complicado instalar allí el recinto ferial. Había que taponar una carretera nacional por donde fluía toda la vida que nos unía con los pueblos del poniente y con Málaga y cerrar el Paseo, que todavía era el centro de la actividad comercial de la ciudad.
En ese intento por buscar nuevos escenarios la Feria fue dando pasos hacia la franja costera de las Almadrabillas y el Zapillo, pero sin que esta solución fuera definitiva. En 1976 la Feria ocupó los terrenos próximos a playa, los descampados de la Central Térmica y las antiguas huertas de la vega del Zapillo. Allí molestaba menos, pero aquel invento nació sin alma y aquellas ferias alejadas del centro pasaron a la historia por el desarraigo y la mala organización. El que fuera alcalde durante tantos años, Santiago Martínez Cabrejas, hablaba del “desastre de la Feria del Zapillo”.
La Feria entró en la década de los ochenta con la nostalgia del Parque y el puerto y sin tener un destino de futuro. En 1981, de nuevo en el centro, se aprovecharon los solares que quedaban libres en el barrio de Oliveros, que estaba en construcción, para instalar la zona de las casetas. La más importante, que seguía siendo la Caseta Popular, llamada después Caseta Municipal, la montaron en el mismo cauce de la Rambla, a la altura de la Plaza Circular, donde estaba el Parque Infantil de Tráfico.
La presencia de las casetas era cada vez más importante. Atrás quedaba ya, en el recuerdo de dos generaciones, la caseta de los Díaz y sus bocadillos de morcilla, y los nuevos tiempos venían con otro tipo de caseta diferente, la caseta entendida como prolongación de los bares de barrio, las casetas montadas sobre la barra de un bar, las casetas como punto de cita y de encuentro de familias y amigos. La gente quedaba en las casetas y allí cerraban las noches de feria viendo amanecer. A las casetas clásicas como las que ponían la Peña el Taranto, la Junta de Obras del Puerto o Sevillana, se habían unido las casetas de los principales partidos políticos y las primeras casetas particulares que empezaron a marcar tendencia. Uno de los pioneros en el montaje de casetas fue el empresario almeriense José Luis Moreno Caparrós, fundador de la marca ‘Faelmo’, que empezó alquilando los equipos de música para las casetas y acabó marcando una tendencia de futuro cuando a finales de los ochenta estrenó la célebre caseta de ‘La Casilla’.
Esa tendencia de las casetas como punto de encuentro empujó a algunos medios de comunicación a subirse al tren de la modernidad. A finales de los ochenta La Voz de Almería empezó a montar su propia caseta y con ella a poner de moda ir a la Feria para después salir en el periódico. También se hizo costumbre rematar la madrugada en la caseta de La Voz para emprender el camino de vuelta con el periódico debajo del brazo, recién sacado de la rotativa. Hace treinta años, en la Feria de 1988, se dieron de alta en el Ayuntamiento cincuenta y cuatro casetas, treinta de ellas bajo la denominación ‘de estilo sevillano’. En aquellos años se había impuesto con fuerza la moda de Sevilla y eran mayoría las casetas que se decantaban por las Sevillanas a la hora de elegir su música. La fiebre se extendió como una epidemia y todo el mundo quería aprender a bailar Sevillanas en cursos intensivos. Aquella Feria de hace treinta años fue especial porque se celebraba en la zona portuaria, donde había regresado unos años antes, y porque se conmemoraba el centenario de la Plaza de Toros. Fue también la Feria en la que el cenotafio de ‘Los Coloraos’ regresó a la Plaza Vieja, de donde había sido expulsado en los primeros años de la posguerra, con motivo de la primera visita de Franco a Almería.
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