La esquina del edificio de las Mariposas luce desde hace unos años como si fuera un gran monumento. La remodelación de la casa sirvió para subrayar su belleza y para que ésta se muestre sin reservas en el corazón de la ciudad. Sin embargo, el arreglo se llevó por delante una parte importante de la vida de esa zona de Almería, al desaparecer los negocios ilustres que durante décadas habían sido referencia para varias generaciones de almerienses.
Es un espectáculo pasar ahora por la Puerta de Purchena de noche y contemplar la grandeza del edificio restaurado, pero a mí me sigue faltando desde hace diez años el olor de la plancha del bar los Claveles y esa niebla con perfume a jibia que se iba derramando por la acera a partir de las doce.
Uno podía cerrar los ojos a la altura del Paseo o de la iglesia de San Sebastián, y llegar hasta la misma puerta del bar guiándose solo por el olor de la jibia. Es verdad que a su lado sobrevivieron otros comercios tan importantes como la tienda de calzados el Misterio o la sastrería de los hermanos Molina, pero ningún otro dejó tanta huella en la memoria popular de la ciudad como el recordado bar los Claveles.
Ahora se ha cumplido una década desde que el bar tuvo que cerrar sus puertas y su recuerdo sigue vivo todavía en aquellos que pudimos disfrutar de aquel negocio tan peculiar que situado en pleno centro de Almería tenía todas las virtudes de los bares de barrio. Los Claveles fue un bar de cercanía, de trato amable, de tertulias en la barra, de mutua confianza, una apuesta segura para el que quería disfrutar de la mejor jibia a la plancha que se servía en la ciudad.
La jibia de los Claveles se disfrutaba tres veces: una con el olfato, a medida que uno se iba acercando al establecimiento; otra con la mirada, cuando apoyados en la barra contemplábamos aquel ritual de darle las vueltas necesarias con la espátula para que estuviera en su punto; y por último cuando la recibíamos caliente en el plato y la saboreábamos en el paladar. Nadie supo explicarme nunca por qué la jibia de los Claveles era distinta. El género era parecido al que llegaba a los otros bares, pero en las manos de la familia de las Heras el pescado se iba llenando de matices hasta convertirse en un prodigio de la hostelería. El Ayuntamiento debería de haber nombrado a los Claveles como bien de interés cultural y haber facilitado su continuidad aunque hubiera sido en una ubicación distinta. Era mucho más que un bar, era un templo con sus parroquianos fijos, los que nunca faltaban a su cita diaria, y ese aluvión de público itinerante que cuando llegaba a Almería visitaba el bar con la emoción del que pisa un monumento.
Los Claveles no solo destacaba por sus tapas, también por el ambiente que se respiraba dentro. Estaba situado en la Puerta de Purchena, pero dentro mantuvo siempre su condición de bar humilde, abierto a toda clase de públicos. Tampoco era un escenario delicado: si los clientes tiraban las servilletas al suelo nadie se quejaba, entre otras cosas porque en otro tiempo era una costumbre muy común en la mayoría de los bares de la ciudad.
De su historia se ha escrito bastante, aunque en muchos casos dando datos que no se corresponden con la realidad. Se ha dicho que los Claveles nació como bar Victoria, un dato que es cierto, pero lo que no es verdad es que desde sus comienzos fuera propiedad de la misma familia que lo mantuvo hasta su cierre, en el año 2008.
El origen del bar los Claveles está en el bar Victoria, que fue inaugurado el 21 de febrero de 1925, por el industrial Bernardo Manzano, en lo que entonces era el número dos de la calle de Granada. En sus primeros tiempos, el bar abría sus puertas a las cinco de la madrugada y su especialidad eran los ponches para la gente de la Plaza del Mercado y de la alhóndiga.
En 1930 cambió de propietario, pasando a manos del empresario Andrés Mulero García, que mantuvo el nombre de bar Victoria hasta que en 1933 pasó a denominarse como bar los Claveles, ya en propiedad de la familia de las Heras. Una anécdota curiosa de aquellos años de la República fue que el bar los Claveles hizo historia por consumir, desde el 24 de julio de 1933 al 15 de octubre, veinticuatro mil litros de cerveza de la marca Cruz Campo.
La tapa estuvo presente en el negocio desde su fundación, aunque el ritual de la jibia llegaría en los años sesenta, cuando también se pusieron de moda las planchas. Las manos de Antonio Orta y de Antonio de las Heras Rodríguez, estuvieron durante décadas detrás de aquel bien guardado secreto de la receta de las inconmensurables jibias del bar los Claveles.
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