En la esquinita te espero

Interior de la histórica bodega En la esquinita te espero.
Interior de la histórica bodega En la esquinita te espero.
Eduardo de Vicente
18:17 • 10 jul. 2014

El olor agrio del vino que se almacenaba en los grandes toneles de la despensa, el aroma dulce del anís que se vendía a granel fueron el perfume oficial de aquel famoso rincón de las calles de San Juan y Pedro Jover donde estuvo una de las bodegas más renombradas de su época. A los niños, nuestras madres nos mandaban a ‘En la esquinita te espero’ con una botella vacía de cristal en la mano para que compráramos medio litro de vinagre o una cuarta de anís para los roscos de Navidad.



Cuando uno atravesaba la calle de la Almedina, ya podía cerrar los ojos, que bastaba con ese olor profundo y permanente para saber dónde estaba aquella vieja bodega de atmósfera portuaria que durante más de medio siglo le dio vida al barrio. Los más veteranos contaban que en los años cincuenta, cuando se acercaban los días de Navidad, en la acera del establecimiento “se formaban más colas que para el gas” y que más de una vez tuvieron que poner orden los municipales en medio de tanta gente que se arremolinaba en la puerta para comprar el vino, el anís y el coñac. En aquellos días, allí acudían gentes de toda la ciudad, y las puertas permanecían abiertas hasta bien entrada la noche.



La bodega, que había sido fundada por Juan López Herrada en los años treinta, pasó después a manos de su yerno, Esteban García Martínez, que la dirigió hasta su muerte, en diciembre de 1966. Con él se vivieron los mejores años del negocio, cuando los vinos de ‘En la esquinita te espero’ llegaban dos veces a la semana a todos los barrios de la ciudad. Sus dos tartanas, primero, y después su Isocarro, repartían por los bares y las tiendas los caldos y también los aguardientes y licores que salían de la fábrica que don Esteban tenía en el barrio de la Caridad.



En aquellos tiempos, el vino blanco se lo traían de Manzanares y el tinto de Jumilla. Se lo enviaban en grandes recipientes que eran recibidos en la estación del tren y depositados después en el muelle. Desde allí, los toneles eran transportados hasta la trastienda de la bodega con los carros de Paco Colomer, célebre transportista del barrio de la Joya. Tras la muerte del propietario, en 1966, fue su viuda, doña Encarnación López Burgos, la que se pudo al frente del establecimiento, formando una sociedad con los trabajadores más antiguos de la casa. Fueron los últimos tiempos de la bodega, cuando el reparto al por mayor empezaba a flaquear, cuando el mostrador de ‘En la esquinita te espero’ se había convertido en un refugio de bebedores solitarios que ahogaban sus penas con el vino de Jumilla.







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