No fueron una ilusión que se inventó el cine. Las dunas de Cabo de Gata que se exportaron al mundo gracias a la película de Lawrence de Arabia, formaban parte del paisaje como las montañas del cabo, como el propio mar que las baña, hasta que la mano del hombre acabó exterminándolas por culpa de la extracción indiscriminada de arena en los años setenta.
Su presencia estaba tan ligada a la vida del pueblo que durante décadas los vecinos del lugar tuvieron que aprender a convivir con aquellas lomas de arena que cuando soplaba el viento favorable invadían las calles, las casas y hasta el cementerio.
Ya en el verano de 1927 desde el Ayuntamiento de Almería se intentó solucionar el problema de la invasión de las dunas en los días de temporal y se elaboró un proyecto que contemplaba la construcción de un muro o paredón en la parte Oeste, para impedir que las dunas entraran en el pueblo. Se pretendía amurallar el barrio por su cara más expuesta al viento, lo que implicaba a su vez la construcción de puertas de entrada para que los vecinos pudieran tener acceso. Cuatro años después de la propuesta, en 1931, cuando las autoridades decidieron hacer realizar la construcción del muro, los vecinos Francisco López Carmona, José Gómez Pérez, Juan y Gabriel Sánchez, Antonio Gómez Pérez y José Mateo, en nombre del vecindario, se dirigieron a alcalde de Almería para mostrar su desacuerdo con la muralla. “Suplicamos que no se construya el muro porque ocurriría lo que pasa con el cementerio: que reiteradamente hay que quitar las arenas porque éstas cubren las tapias y entierran las sepulturas. Desean estos humildes vecinos que en vez de muro se construya un lavadero”, pedían en su escrito. Como se puede comprobar, las dunas eran parte de la vida del pueblo y las gentes habían aprendido a convivir con ellas aun en los períodos de invasión por el viento.
Fue en los años sesenta cuando el cine puso en valor los paisajes desérticos de la provincia, desde las ramblas de Tabernas hasta las humildes dunas del cabo. Algunas de las escenas más recordadas de la película Lawrence de Arabia (1962) se desarrollaron por aquellos montículos de arena que recordaban a los grandes desiertos africanos. Los directores, atraídos por la grandeza de los escenarios, siguieron inmortalizando las humildes dunas en los numerosos rodajes que allí se ejecutaron desde entonces: Cleopatra, Paranoia, Cabezas quemadas, Arenas en vuelo, Una soga y un colt, Delirios de grandeza, fueron algunas de las películas que tuvieron como protagonistas a las dunas de Cabo de Gata.
Los niños de entonces también supimos que existían porque muchos domingos nos llevaban allí a pasar el día para que disfrutáramos de la soledad de las dunas en invierno. Allí jugábamos a rodar hacia abajo por sus suaves laderas como lo hacían los protagonistas de las películas. Para muchos, la primera noticia del paraíso que tuvimos fue en aquellos domingos de dunas y salitre con la playa y el cabo como telón de fondo.
Cuando dejaron de venir las películas las carreteras del Cabo de Gata se empezaron a poblar de camiones que pasaban cargados de arena hacia los campos de Níjar y Almería, dejando en el camino un rastro de desolación. Las extracciones de arena acabaron destruyendo el paisaje y se llevaron por delante las dunas, que sólo sobrevivieron en el cine.
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