El rastro que José Ángel Valente dejó en Almería ha sufrido una transmutación maravillosa. Por medio de un proceso alquímico, el eco de sus recitales y de las veces que alzó la voz denunciando injusticias y el sonido de sus pasos dirigidos a la cafetería Gladys para tomarse un glaseado o a la peña El Taranto para escuchar un recital flamenco han configurado una especie de estela celeste, visible a los ojos de unos pocos, por la que se ha visto pasear a un grupo de transeúntes como iluminados.
Dentro del ciclo ‘Ciudades Literarias’ del Centro Andaluz de las Letras (CAL), este jueves la profesora de Literatura de la Universidad de Almería (UAL) Isabel Giménez Caro -quien, además, coordina la Facultad Valente junto al poeta Raúl Quinto- guió un itinerario que conectaba lo divino y lo humano del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988. De los huevos fritos que se comía en la Bodega Aranda, de forma religiosa, después de ir a votar al fruto de su estrecha colaboración con el fotógrafo Manuel Falces, que puede admirarse hasta este domingo en la exposición ‘Alquimista de la memoria’ del Centro Andaluz de la Fotografía (CAF).
Poemas, personas
Precisamente, la Bodega Aranda y el CAF constituyeron el principio y el final de una ruta que completó el aforo en un tiempo récord ya en su primera convocatoria y que ha tenido que posponerse hasta ahora a causa de la pandemia del coronavirus.
Como si de una constelación de estrellas se tratara, Giménez Caro fijó los puntos que sigue esta estela por la ‘Ciudad Celeste’ de Valente leyendo un poema en cada parada e invitando a participar a personas que ilustraron distintas facetas de la personalidad del autor de ‘Fragmentos de un libro futuro’.
Así, en el Aula de Cultura de Unicaja, el profesor Jose Andújar evocó aquella inauguración del Aula de Poesía por parte de Valente y se refirió a su “sensualidad para la palabra”. En la terraza del Centro de Interpretación Patrimonial (CIP), con vistas a la Alcazaba, el poeta Juan José Ceba aludió al hecho de que descubrió el flamenco coral, ese que no se ve sobre los escenarios, en el barrio de La Chanca. En la puerta de su casa hoy convertida en museo, en el casco histórico, el catedrático de Literatura, y amigo personal, Fernando García Lara relató cómo su capacidad para mitificar hizo que el que fue hogar se construyera antes en la mente del poeta. Y en la plaza Manuel Falces, Paco Pérez -entonces librero en Picasso- confesó que pegaba la oreja a sus tertulias en las visitas al establecimiento y José Manuel Falces, hijo de Manuel Falces, definió el método de trabajo a cuatro manos de los creadores como “miradas compartidas”.
No fueron, sin embargo, las únicas paradas ni los únicos comentarios que quedaron en el aire de una tarde de otoño en la que el paseo literario se vio, por momentos, invadido por los ruidos prosaicos de la ciudad.
La guía reivindicó seguir el ejemplo de Valente y no perder de vista su capacidad para criticar las cosas que fallan de Almería a pesar de “amarla tanto”. Lanzó esa idea junto al Teatro Cervantes y como por arte de magia, frente al edificio antiguo de Correos, una parada más allá, unas bolsas de basura abandonadas a su suerte la cargaron de razón.
Según desveló Isabel Giménez Caro, en ese inmueble que no hoy no tiene quien lo compre el gallego conservaba un apartado de correos que era “su ventaba al mundo”. Allí recibía los libros que una red de amigos le hacía llegar a casa, ya que aunque vivía en Almería, lo mismo se encontraba en Ginebra que en París.
En este itinerario-relato no faltó el recuerdo de Juan Goytisolo que tuvo mucho que ver en este “descenso al sur” de Valente. Un descenso al sur definitivo cuya estela aún brilla a ojos de unos pocos.
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