El cine, que en los años setenta parecía un negocio intocable y eterno, vio como le empezaron a temblar los cimientos cuando en la década siguiente apareció como un vendaval el fenómeno del vídeo casero. Las salas más importantes del centro de la ciudad, que entonces estaban tuteladas por el empresario Juan Asensio, vieron peligrar su hegemonía y poco a poco fueron perdiendo público ante el empuje feroz de la competencia.
El vídeo traía una nueva fórmula para disfrutar de una película sin moverte del salón de tu casa. La estética de los fines de semana empezó a cambiar de piel. La vieja estampa de los paseos por el centro y de las colas en las taquillas de los cines fue envejeciendo cuando se puso de moda acudir al videoclub de guardia, sacar una película y montar una reunión entre amigos o familiares al calor de unos bocadillos y unas botellas de cerveza. El fin de semana empezaba entonces en la sala de un videoclub y se hizo habitual, sobre todo en invierno, alquilar dos o tres películas para pasarse los sábados y los domingos viendo cine.
La fiebre fue aumentando año tras año y no había barrio en Almería donde no convivieran al menos un par de videoclubes. Algunos bares reconvirtieron el establecimiento y hubo familias que viendo la prosperidad del negocio, montaron su propio videoclub familiar que servía para meter un sueldo más en las casas.
Uno de los primeros que se instalaron en Almería fue el videoclub ‘Costasol’, que tuvo su primera sede en la Plaza Flores y después en la calle Gregorio Marañón.
Por esa época montaron en la calle Soldado Español el videoclub ‘Almería’ y comercios importantes como Electro-Altamira, pusieron a disposición de sus clientes un servicio de alquiler de películas. En 1983 abrió el videoclub ‘Mundial’, en la calle de San Francisco; el ‘Dacarxa’ en la calle Berenguel; el ‘Rex’, en la Plaza de San Pedro; el ‘Fontana’, en Alcalde Muñoz, el ‘Indalo’, en la calle Estadio del Zapillo y el ‘K-7’, en Hermanos Machado.
El videoclub era un pequeño santuario donde uno podía encontrar las películas antiguas que ya era imposible volver a ver en los cines y también los estrenos de la temporada. Era emocionante internarse en aquel laberinto repleto de carátulas y sobre todo, penetrar en la habitación prohibida donde se guardaban, con el misterio de la época, las películas eróticas.
El vídeo había llegado para quedarse y para hacerle mucho daño a las viejas salas de cine, que empezaron a hacer juegos malabares para poder sobrevivir. En esta dura y desigual batalla destacó la figura de Juan Asensio, que tuvo que sufrir en sus carnes esta nueva revolución que puso entre las cuerdas un negocio próspero y una vocación que había heredado de su padre.
Lo que más le indignaba a Juan Asensio, una vez que entendió que el fenómeno era imparable, era que hasta los bares y los pubes de moda le hicieran la competencia proyectando vídeos de películas a sus clientes como si fueran salas de cine.
La gota que colmó el vaso sucedió en marzo de 1986, cuando se estrenaba en el Teatro Cervantes uno de los éxitos de la temporada, ‘Rocky IV’. Un empleado le contó a Juan Asensio que en el bar Violeta de la calle de la Reina estaban proyectando la misma película en un vídeo pirata. Una tarde, el hombre del cine Moderno se personó en el citado bar para pedir una explicación a los dueños. Ante el monumental enfado del empresario, que veía peligrar una vez más sus cines, el gerente del Violeta le explicó que la película se la había dejado un amigo y que tenía noticias de que en otros pubes de la ciudad también se estaba proyectando el estreno. Fueron días de intensa actividad para Juan Asensio, que fue recorriendo bares y pubes para impedir que el Rocky IV del vídeo pirata le echara a perder la taquilla.
Esa misma semana del estreno de la película de Sylvester Stallone, ocurrió una anécdota digna de recordar por el impacto que tuvo entre los adolescentes. El 26 de marzo de 1986, la cartelera de los cines que aparecía en las páginas del periódico presentaba en el mismo recuadro donde se anunciaba Rocky, el estreno de la película ‘Las insaciables’ en la sala X del antiguo cine Gelu.
La sorpresa fue que en el periódico se debieron de equivocar al poner la calificación de la película erótica, y en lugar de para mayores de 18 años le colgaron el cartel de “No apta para menores de 13 años”. No tardó en correr la voz por los institutos y por los bares, lo que provocó un aluvión de menores de edad en la puerta del cine. Allí se reunió todo el golferío oficial y los que no eran tan golfos, una auténtica legión de muchachos, todos ávidos por ver a las ‘Insaciables’ de la cartelera. Ante tal aluvión, el portero se quedó solo cuando se puso serio y empezó a pedir en la puerta el carnet de identidad.
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